miércoles, 27 de junio de 2012

Poema del despecho y el deseo (variante de otro relato)

A Hermenegildo (Gildo) un exceso de timidez le hizo abandonar el ágape. Los tímidos son muy orgullosos y cuando consideran que son echados de menos... se van o... Bueno, lo cierto es que desapareció y terminó, malamente, en un lugar recoleto. 

El ágape se hizo con el fin de celebrar el acabamiento de la carrera de Magisterio. Para ello, arriba, en el piso de mas arriba, colocaron condumio y bebercio. 

Precisamente, allí, arriba, donde se hacían los exámenes de química. Lo que le dio mala espina. La profe de esa asignatura tenía tantos cateados que no cabían en una aula normal. De modo que tenía que realizarse en ese salón de actos. Precisamente allí, donde todos los suspendidos llenaban el local, angustiados, a principios de verano. Él pasó varias veces esa zozobra.

El otro día, nada mas que la profesora comenzó a leer el primer ejercicio -lo recuerda perfectamente Gildo-: "Escribe las fórmulas de las siguientes sustancias: dimetil eter, ácido aminopentanoico, nonanotriona, pentanoato sódico, dimetil benceno..." ya se vieron levantarse del asiento uno acá, otro allá... y pocos segundos después el salón de actos mermaba considerablemente el aforo voluntario de examinandos. 

Según subía las escaleras Hermenegildo (Gildo para los compañeros de clase), rumbo al ágape, recordó el segundo y último ejercicio. La señora profesora de química, cara amojamada y cetrina, pechera plana y con pose de autosuficiencia, orgullosa de tener tanto cateado, decía:

-Indica la fórmula molecular y que grupo o grupos funcionales presenta cada uno de los siguientes compuestos: A) CH3-COOH3; B) CH2-CO-CH3; C) CH3-CH3-Cl; D) CH3-CHOH-COOH... 

Y el salón de actos, sin haber acabado de dictar la cuestión a resolver, se quedó medio vacío.

Pero, en fin, eso pasó. Por fin aprobó la asignatura y ha terminado la carrera. Ahora, precisamente allí, tenía que salvar el examen de relaciones sociales. Sobre todo con las compañeras. El convite estaba programado para chicos y chicas. Y eso era harina de otro costal. No había tenido apenas contacto con hembras de su carrera. Ni de otras carreras y oficios. Las aulas donde estudió solo contenía machos. Un sexo. Se estudiaba, entonces, por separado chicos y chicas. Años ha. Y así le fue. Al menos a él. Hermenegildo (Gildo para el común de las personas) era virgen. Puro. Sin mácula. Algún escarceo los fines de semana. Y llegó a odiar a la chica que lo esperaba. Cuando estaba tan ricamente en el bar jugando la partida de cartas tenía que ausentarse. Se levantaba e iba diciéndose camino de la cita:

-Que no esté, que no esté, que no esté...

Y estaba.

Nada mas asomar Gildo al pasillo que conducía a la entrada del salón de actos lo vio repleto. ¡Qué vergüenza! Llegaba tarde. Sin embargo, al parecer, nadie se fijó en Gildo.

-Luego -pensó lanzando una mirada a la concurrencia- habrá que sentarse a la mesa. A saber con quién me tocará. ¡Qué vergüenza si me toca en medio de dos chicas! ¿De qué hablo? ¿Qué entenderán unas burras cuando es día de fiesta? -le gustaba repetir esa frase.

La única chica que conocía era Benilda. Una moza de su pueblo. En algún momento soñó con ella. Y allí la vio metida entre el personal. Formaba grupo reducido con compañeras de curso y otros chicos. Entre ellos Remigio. Al que detestaba. Era el colmo de ignorancia. Y hacía gala de ello:

-Gildo (ya se ha dicho que lo llamaban así) a mi tus poetas me la sudan.

La saludó. Pero no le hizo caso. O eso creyó. Este detalle colmó su timidez. No tenía nadie a quien agarrarse. Se desbordó el vaso con el empequeñecimiento de su autoestima. Que quedó tirada a sus pies. En el brillo encerado del suelo del salón de actos. 

Decidió, en ese mismo instante, que no estaba preparado para el diálogo entre sexos. Esa asignatura podía esperar. No era esencial. Y mirando a diestra y siniestra fue haciendo mutis. Según camina las baldosas abrillantadas lo contemplan. Su autoestima lo ve. Y, pasillo adelante, sin mirar atrás, desembocó en las escaleras. Las bajó deprisa, mas corrido que corriendo. 

Ya en la calle, el sol y el aire apaciguan su ánimo. ¡Qué tranquilidad! Considera que se ha librado de todo un engorro. Liberado del atosigamiento de la comunidad escolar.

-Ahí os quedais. Ahí te quedas, tu, Benilda -se dijo acordándose de la chica de su pueblo que lo ha ignorado.

Anduvo cuesta abajo. La calle tenía, a ambos lados, mansiones (al menos para él) de gente acomodada. Árboles centenarios elevaban sus copas al cielo. En un abeto, en la pingorota, una cigüeña, orgullosa, machacaba el ojo. Por una asociación de aves se acordó de las golondrinas. De Becquer. ¡Ah, Becquer! Hermenegildo era muy leído. Proclive a Becquer. Y a parques, plazas y rincones recoletos. A bosques misteriosos. A rayos de luna filtrándose a través de las hojas. ¡Ah!, y admirador de Mario, el de Los Miserables de Victor Hugo, en rastro de su Cossete. Penando por su amada. El también sufría por su amada. ¿Cual? Una amada ideal. Ya surgiría. Seguro. A quien amará. Escribirá, entonces, versos sublimes. Para ella. Y vivirán, por ejemplo, en un reino junto al mar. Como Poe con Annabel Lee. Y recitó:

-Mas, vence nuestro amor; vence al de muchos, / más grandes que ella fue, que nunca fui; / y ni próceres ángeles del cielo / ni demonios que el mar prospere en sí, / separarán jamás mi alma del alma / de la radiante Annabel Lee... -se interrumpió porque, sin saber por qué, entre los versos, apareció Benilda.

Amará a una Annabel que odiara banquetes, convites y ágapes para celebraciones donde nadie se fijaba en él. En Hermenegildo. Que lo quisiera por lo que valía.

Pasaba, a la sazón, en ese momento, justo al lado de una de las mansiones. Abandonada. Verjas de la entrada abiertas de par en par. Abetos y pinos altísimos. Un tilo cuyas ramas se extendían muchos metros a la redonda. Bancos acá y allá. Penumbra. Penetró en el recinto. Silencio. Las rodadas del tráfico llegaban acolchadas. Amortiguadas. Si llegaban. ¡Qué bien se estaba allí!

Extendió los brazos que se posaron a lo largo de las maderas del banco. Gesto que quiso abarcar el espacio recoleto.  La mansión aparecía frente a él con puertas y ventanas cerradas. El deterioro era evidente: tejas descolocadas, paredes desconchadas, canalones rotos... El verde de la puerta de entrada a trozos desaparecido por el óxido. Detalles del misterio. De la leyenda.

El olor del tilo penetró profundamente en sus orificios nasales. 

-Envuelta en semejante aroma -pensó- debió de vivir una pareja que fue fiel toda la vida.

Él, sin duda, en honor de su amada, plantaría el tilo. Como muestra de su cariño. Y ese sentimiento se hizo aliento del aire y alimento de la tierra. La lluvia supo de ello y penetró  hasta las raices. De ahí que se haya expandido tanto. Además, está seguro, lo siente, están enterrados junto al tilo. Cerca de las raíces. Tocándolas. Y su amor transciende, se da, a todo aquel que se acerca. A Hermenegildo le ha llegado. Y ama. Y será correspondido. Sin duda.

Impregnado de esa esencia se eleva. Levita. Flota, como el alma de los amantes. Como Poe en su Annabel Lee.

Un gatito aparece justo a sus pies. Lo mira. Maúlla. ¿Será un mensaje de los que habitaron la mansión? ¿Un telegrama de ultratumba? Tiene el pelo blanco... No, blanquísimo. La pureza. La virginidad. Alarga Hermenegildo la mano para acariciarlo. Para tocar la suavidad, el mensaje de los enamorados, para llenarse de vibraciones amorosas... Y, ¡zas!, la gata madre, bufando, lo araña.

-¡Mal rayo te parta! -grita el bueno de Gildo.

A su grito aparece una pareja de jóvenes. Son Benilda y Remigio.

Benilda, quien -hay que decirlo- al saludo de Gildo, había respondido guiñándole un ojo, como muestra de consideración y algo mas, al notar que, el mozo de su pueblo, abandonaba el salón de actos, preocupada, arrastró al Remigio en pos de Gildo. Lo vieron meterse en ese jardín y se quedaron un rato escuchando a ver que hacía. El grito los ha alarmado. Se presentan.

-¡Coño, Gildo! ¿Qué te ha pasado? ¡Joder como tiene las mano! -espetó Remigio.

-La gata me ha arañado al ir a acariciar su cría.

Benilda lo mira y le dice:

-¡Que raro eres, Gildo! Te vas de la fiesta y vienes aquí a acariciar un gatito.

-Ya, es que... era tan blanco, tan... ¡pero... qué coño! ¡mírala esta!, ¡como si fuera un dechado de virtudes! ¡Iros los dos a la mierda! -responde el arañado; se levanta del banco enfurecido y se va.

Benilda lo mira. Llora. Los excesos de timidez conducen a un rebosar del ego, a un enfermizo orgullo; es decir: a arañar a los que, en el fondo, considera inferiores.

Remigio le pasa la mano por los hombros y la consuela:

-No merece tus lágrimas. Vales tu mas que ese energúmeno con pose de leído.

Saca un pañuelo y le limpia las lágrimas. La acaricia. La abraza. Ella apoya la cabeza en su pecho.

Los pájaros, entre las ramas del tilo, se alborozan. El aroma se extiende envolviéndolos. Una ardilla los mira levantado el rabo. Luego corre a gatear por el tronco del tilo. Gatitos maúllan. Ronronean. Y sin el espíritu de Becquer con sus avecillas; e ignorando el lamento de Poe a Annabel Lee y, por supuesto, sin el aliento romántico de Mario buscando su Cossete, pero con dos elementos de la química orgánica denominados despecho y deseo surgirá un nuevo compuesto, poético sin duda, en medio de este jardín recoleto. Y nadie desvelará, por pudor, nunca, jamás, los detalles del poema.

JAE BOUMEDIANE EL METNI, TRADUCTORA DE CHUKRI


JAE BOUMEDIANE EL METNI, TRADUCTORA DE CHUKRI

"Hago un llamamiento para que, entre todos, se salve el legado de Chukri"
26/06/2012

Texto: Jesús Cabaleiro- Tánger
El próximo sábado día 30 se presenta en Tánger en la librería des Colonnes, tras muchos años de espera, de nuevo una obra del escrito Mohamed Chukri en español. El escritor Juan Goytisolo que ha realizado el prólogo de la edición estará presente. Ha sido un largo tiempo de espera ya que la obra de Chukri se encuentra totalmente agotada en España. Ahora en la ciudad que amó y vivió, Tánger, Chukri ve la luz de nuevo en español.


La traductora de su obra es la tangerina Rajae Boumediane El Metni que se enfrentó por primera vez a este importante reto, también es nueva la editorial que publicará su obra, Cabaret-Voltaire de Barcelona. Ella es licenciada en Filología Hispánica en Tetuán en 1989 por la Universidad de Fez ya que aún no se había creado la Universidad Abdelmalek Essaadi. Estudió posteriormente Literatura en Rabat y se trasladó a España con una beca de investigación en 1990 donde realizó un trabajo de investigación sobre el habla de los españoles y los judíos en Tánger. Posteriormente siguió haciendo traducciones aunque no de obras literarias hasta ahora con la obra de Chukri.

¿Cómo se inicia el proceso de editar a Chukri de nuevo en español?

El primer proyecto surge a finales de 2002 aún vivía Chukri. Vine a Tánger y vi el libro de 'Paul Bowles, el recluso de Tánger' y cuando ya iba a pedirle permiso ya estaba en el hospital y no pudo atenderme y luego ya falleció. Posteriormente quise intentarlo y las editoriales me remitían por los derechos de autor a la Fundación Mohamed Chukri que nunca ha existido.

¿Cómo prosigue luego el proceso?

En noviembre de 2011 estaba en Tánger y me dijeron que había un homenaje, me acerqué y allí hablé del proyecto de traducción. Me comentaron que los derechos de autor los tenía el hermano y que nadie lo había conseguido hasta ahora para volver a reeditarlo en español. ¿Qué iba a perder? Fui a hablar con él y estuvo de acuerdo en editar la obra sobre Paul Bowles en español. Me atendió muy bien, me llevó a ver su legado. Luego empecé a ponerme en contacto con las editoriales, incluidas las que habían editado su obra anteriormente en España y no se mostraron interesados. Y al final Cabaret-Voltaire me preguntó si tenía la autorización de la familia y firmamos tres contratos, además del libro de 'Paul Bowles, el recluso de Tánger' se reeditará en octubre 'El pan desnudo' con una revisión de su traducción y el inédito 'Jean Genet en Tánger'. Espero que renazca la obra de Chukri en español que está totalmente agotada porque en francés siempre ha existido. En la Feria del Libro de Madrid todo el mundo preguntaba por 'El pan desnudo' o 'El pan a secas' como dice Goytisolo.

¿Cómo ha sido el trabajo de la traducción?

Ha sido un reto y a mí me gustan los retos, fue un trabajo conjunto, después de años de esfuerzo va a merecer la pena ver el trabajo impreso, al final ha merecido la pena. No soy una traductora reconocida, he traducido artículos pero esta es mi primera obra literaria, he aprendido muchísimo con la obra de Chukri, era un escritor espontáneo que a veces, podías encontrarte con alguna palabra en árabe dialectal, en dariya. Estoy agradecida a la editorial por confiar en mí.

En cuanto a la situación de su legado que conserva su hermano

La verdad es que soy partidaria de que el legado de Chukri no debe salir de Marruecos, Chukri era un autor tangerino, no marroquí, amaba a Tánger, pero no obstante si no se llegase a un acuerdo con las autoridades marroquíes que en casi diez años no han hecho nada, debe ser la iniciativa privada quien actúe. El legado está en un estado deplorable, hay que salvarlo, se está en negociaciones y se está intentando que su legado vaya a una Casa Museo en la Alcazaba aunque hay que negociar con el hermano. Chukri sufrió su primera muerte, la segunda fue cuando no se logró crear su Fundación y la tercera es sino se salva su legado.

En su legado hay incluso material inédito y muchas obras no traducidas al español

Hay material inédito, hay que hacer todo lo posible para traducir toda su obra al español y que no se le conozca sólo por una obra, 'El pan desnudo' que le dio la fama ya que habló de temas tabúes. Hay que leer su obra completa, incluso obras de teatro. Chukri no dejó dinero, sólo el legado literario, sus libros, notas, cuadros.....

Las autoridades marroquíes ¿han hecho todo lo posible por salvar el legado de Chukri y crear su Fundación?

Las autoridades querían salvar todo y crear su Fundación pero la propiedad es de los herederos que quieren un precio, como se dice, todo en Tánger tiene un precio, si hubiesen ofrecido algo, la familia habría cedido. Es una pena como está el legado de Chukri, en condiciones lamentables. Hemos llegado a un punto que tienen que ser los particulares quien lo salven. Hago un llamamiento a todos para que se haga un esfuerzo para salvar el legado de Chukri, no se trata de hacer negocio. No llegué a conocer personalmente a Chukri pero soñé que decía: "eso es lo que quiero yo". Insisto en que no me gustaría que saliera de Marruecos sino que se haga en Tánger.

Tras esta primera presentación en Tánger de su obra, ¿se hará también algún acto en España?

En España hay intención de presentar la obra reeditada de Chukri. El resto de la obra reeditada también se presentará.

martes, 26 de junio de 2012

José Mª Amigo: Los ágapes no deben darse donde se examina


 A Hermenegildo un exceso de timidez le hizo abandonar el ágape. Se hacía para celebrar el acabamiento de la carrera de Magisterio. Para ello, arriba, en el piso de arriba, colocaron diferente condumio y bebercio. 

Precisamente allí arriba, donde se celebraban los exámenes de química porque la profe de esa asignatura tenía tantos cateados que no cabían en una aula normal. En ese salón de actos, precisamente allí, donde todos los suspendidos llenábamos el local angustiados. El otro día, como siempre, nada mas que la profesora leyó el primer ejercicio:

-Escribe las fórmulas de las siguientes sustancias: dimetil eter, ácido aminopentanoico, nonanotriona, pentanoato sódico, dimetil benceno...

Ya se vieron levantarse del asiento uno acá, otro allá, en el medio tres. Y pocos minutos después el salón de actos mermaba considerablemente de examinados. 

Según subía las escaleras rumbo al ágape recordó el segundo ejercicio ( menos mal que lo sabía) que la señora de química, cara amojamada y cetrina, pechera planchada y con pose de autosuficiencia, orgullosa de tener tanto cateado decía:

-Indica la fórmula molecular y que grupo o grupos funcionales presenta cada uno de los siguientes compuestos: A) CH3-COOH3; B) CH2-CO-CH3; C) CH3-CH3-Cl; D) CH3-CHOH-COOH...

Y el salón de actos, sin haber acabado de dictar el ejercicio, se quedó medio vacío.

Pero, en fin, eso pasó. Por fin aprobó la asignatura y ha terminado la carrera. Ahora, precisamente ahora, tenía que salvar el examen de relaciones sociales sobre todo con las compañeras. El convite estaba programado para chicos y chicas. Eso era harina de otro costal. No había tenido apenas contacto con hembras de su carrera. Ni de otros oficios. Las aulas donde estudió solo había machos. No comprendía a ambos sexos. Estudiaron separados. Y así le fue. Al menos a él. Hermenegildo era virgen. Puro. Sin mácula. Algún escarceo los fines de semana y que llegó a odiar a la chica que lo esperaba. Tanto que iba diciéndose a la hora de la cita:

-Que no esté, que no esté, que no esté.

Y estaba.

Nada mas asomar al pasillo que conducía a la puerta de entrada al salón de actos vio que 
estaba lleno. ¡Qué vergüenza! Llegaba tarde. Sin embargo nadie se fijó en Hermenegildo.

-Luego -pensó- habrá que sentarse a la mesa. A saber con quién me tocará. ¡Qué vergüenza si me toca en medio de dos chicas! ¿De que hablo?

La única chica que conocía, Benilda, era una de su pueblo. La vio. Formaba grupo con otras y otros. La saludó. Pero no le hizo no caso. O eso creyó. Este detalle colmó su timidez. No tenía nadie a quien agarrarse. Se desbordó el vaso con el empequeñecimiento de su autoestima. Quedó tirada al suelo. En el brillo encerado del salón de actos. 

Decidió en ese mismo instante que no estaba preparado para el diálogo entre sexos. Esa asignatura podía esperar. No era esencial. y mirando a diestra y siniestra fue haciendo mutis. Mirando a las baldosas abrillantadas. Y pasillo adelante, sin mirar atrás, desembocó en las escaleras que las bajó corriendo. Mas bien corrido de si mismo. Y ya en la calle, ¡que tranquilidad!, considerá que se había librado de todo un engorro. Libre del atosigamiento de la comunidad escolar.

-Ahí os quedais. Ahí te quedas, Benilda -se dijo acordándose de la chica de su pueblo.

Anduvo cuesta abajo. La calle tenía ambos lados mansiones (al menos para él) de gente acomodada. Árboles centenarios elevaban sus copas al cielo. En un abeto, en la pingorota, una cigüeña, orgullosa, machacaba el ojo. Por una asociación de aves se acordó de las golondrinas. De Becquer. Hermenegildo era muy leído. De Becquer y de parques, plazas y rincones recoletos. De bosques misteriosos. De rayos de luna filtrándose a través de las hojas. ¡Ah!, y de Mario el de Los Miserables de Victor Hugo buscando a su Cossete. Penando por su amada. El también sufría por su amada. ¿Cual? Que mas da, una cualquiera. A quien amará. Escribirá entonces versos sublimes. Para ella. Y vivirán en un reino junto al mar. Como Poe con Annabel Lee. Y recitó:

- Mas, vence nuestro amor; vence al de muchos, / más grandes que ella fue, que nunca fui; / y ni próceres ángeles del cielo / ni demonios que el mar prospere en sí, / separarán jamás mi alma del alma / de la radiante Annabel Lee.

Una Annabel que odiara banquetes, convites y ágapes para celebraciones donde nadie se fijaba en él. En Hermenegildo. Que lo quisiera por lo que valía.

Pasaba a la sazón en ese momento  justo al lado de una de las mansiones. Abandonada. Verjas de la entrada abiertas de par en par. Abetos y pinos altísimos. Un tilo cuyas ramas se extendían muchos metros. Bancos acá y allá. Penumbra. Penetró en el recinto. Silencio. Las rodadas del tráfico llegaban acolchadas. Amortiguadas. Cuando llegaban. ¡Qué bien se estaba allí!

Extendió los brazos que se posaron a lo largo de las maderas del banco. Gesto que quiso abarcar el espacio recoleto.  La mansión aparecía frente a él con puertas y ventanas cerradas. El deterioro era evidente: tejas descolocadas, paredes desconchadas, canalones rotos... El verde de la puerta de entrada a trozos desaparecido por el óxido.

El olor del tilo penetró profundamente en sus orificios nasales. 

-Con semejantes aromas -pensó- debió de vivir una pareja que se amaría toda la vida.

Él sin duda en honor de su amada plantaría el tilo como muestra de su amor. Y ese sentimiento se hizo aliento del aire y alimento de la tierra. La lluvia supo de ellos y penetró  hasta las raices. De ahí que se haya expandido tanto. Además, está seguro, lo siente, están enterrados junto al tilo. Cerca de las raices. Tocándolas. Y su amor transciende, se da, a todo aquel que se acerca. A Hermenegildo le ha llegado. Y ama. Y será correspondido. Sin duda.

Impregnado de esa esencia, se eleva, Levita. Flota como el alma de los amantes. Como Poe con su Annabel Lee.

Un gatito aparece justo a sus pies. Lo mira. Maulla. ¿Será un mensaje de los que habitaron la mansión? Tiene el pelo blanco... no, blanquísimo. Alarga Hermenegildo la mano para acariciarlo. Para tocar el mensaje, para llenarse de vibraciones amorosas... Y ¡zas! la gata madre lo araña.

-¡Mal rayo te parta! -grita el buen Hermenegildo.

A su grito aparece una pareja de jóvenes. Son Benilda y un compañero de curso.

-¡Coño, Hermenegildo! ¿Qué te ha pasado?

- La gata me ha arañado por querer acariciar al gatito.

Benilda lo mira y le dice:

-¡Que raro eres! Te vas de la fiesta y viene a acaciar un gatito.

-Ya, es que... bueno, ¿y tu cómo eres? ¿Dechado de virtudes? -responde el arañado.

Y es que, efectivamente, los excesos de timidez conducen a eso: a arañar a los que, en el fondo de su orgullo, consideran inferiores.

lunes, 25 de junio de 2012

Rajae Boumediane salva con brillantez la traducción de Chukri


Autor: Mohamed Chukri

Obra: , el recluso de Tanger
Título original: Paul Bowles wa ’uzlatu taya
Traducción Rajae Boumediane El Metni
Editorial, Cabaret Voltaire S. L.
Primera edición: mayo 2012



Anunciábamos en elnaviero, una página en la que escribimos a menudo,, que Rajae Boumediane había traducido la obra de Chukri, ’Paul Bowles, el recluso de Tanger’. Conocimos a Rajae en Las Navas del Marqués. Vino a la presentación de ’Caminar conociendo’, donde escribió un artículo sobre Tanger. Le acompañaba su novio, entonces concejal del Ayuntamiento de Hervás(Cáceres). Hoy su marido.


Rajae, junto con Ahmed Sobeiry http://ever-enen11.blogspot.com.es/2009/10/najmeh-shobeyri-en-caminar-conociendo.html?zx=b43eec59159fe9d0Nadia Zahaf y otras y otros, formaron un grupo -entre los que estaba Antonio Escudero, habitual de Las Navas- asiduo a la Biblioteca Nacional, en Madrid. Del grupo se aprovechó la revista navera (y de paso Las Navas) ya que en sus páginas vieron la luz los primeros poemas, traducidos al castellano por Najmeh Shobeyri http://ever-enen15.blogspot.com.es/search/label/Forugh%20Farrojzad?zx=9cdd1b2cb1ff35be, de la gran poetisa iraní Forugh Farrojzad (Teherán, 1934 - 1967 [1312 / 1345 H. S.]) nunca antes había sonado en la lengua deCastilla; así mismo se publicó un largo poema de una poetisa argelina, Myriam Ben http://ever-enen12.blogspot.com.es/2007/01/myriam-ben-poetisa-indita-en-castellano.html?zx=6396ab215a8586ad, inédita hasta ahora en nuestra lengua, traducido por Nadia Zahaf; luego Rajae Boumediane citaría, en artículo sobre Tanger, a Mohamed Chukri. Este último conocidísimo, aunque no, entonces, por nosotros. No está mal el resultado para la poca vida de la revista.


Hemos de decir que actualmente Najmeh Shobeyri ocupa altos cargos en la Universidad de Teheránrelacionados con el castellano. Ha escrito, entre otros, un ensayo sobre García Lorca en el que le ayudamos mínimamente. Y, cosas de Internet, hemos conocido esta traducción de Chukri por ella, desdeTeherán, estando la traductora a pocos kilómetros de nosotros. Maravilla de este achiperre llamado ordenador. Rajae Boumediane El Metni, nació en Marruecos en 1965. Es licenciada en Filología Hispánica por la Universidad Sidi Mohamed Ben Abdelá de Tetuan y obtuvo el DEA por la Universidad Complutense, siendo autora de numerosos artículos en revistas españolas y del extranjero.


Bueno, dicho lo cual, pasemos al autor y la obra ’Paul Bowles, el recluso de Tánger’.


Mohamed Chukri http://es.wikipedia.org/wiki/Mohammed_Chukri, al que nosotros conocimos por Rajae Boumediane, nació en 1935 en Beni Chiker, población marroquí del Rif. De familia pobre, padre violento que mató a uno de sus hijos pequeños retorciéndoles el cuello, asesinato que el escritor nunca olvidó y que le obligò a huir de casa con pocos años. Vivió en la calle rodeado de miseria, violencia, prostitución y drogas. A los 20 años aun era analfabeto, mas luego estudió en Larache y se hizo profesor. Chukri regresó aTánger en la década de los sesenta pero siguió bebiendo, visitando bares, burdeles y, eso si, empezó a escribir su vida que cuajaría en el libro titulado ’El pan desnudo’ (1973) impresionante autobiografía que conmueve hasta las entrañas, prohibida en los paises árabes. En Marruecos se editó por primera vez en el 2000. Tuvo relaciones con una serie de escritores que vivían en TángerPaul BowlesJean Genet,Tennesse Williams... encuentros que recogió en sus memorias. Amén de sus obras también tradujo al árabe poemas de MachadoAleixandre Lorca, entre otros. Murió en Rabat en el 2003.


El libro, como indica el título, gira en torno a Paul Bowles connotado escritor yanqui que vivió en Tángermuchos años hasta su muerte y su esposa Jane en menor medida. Suponemos que escrita con la intención de que sus páginas fueran engordando hasta constituir todo un ensayo; de hecho comienza sus argumentos con numerosas citas de cartas y novelas de Bowles; pero termina como un diario de esporádicas notas con fecha y todo; unas mas largas y otras muy breves. Quizás la muerte le salió al paso pues el crecimiento no siguió su curso. Convirtiose su escrito, lo anotado, en algunas partes, en un ajuste de cuentas del escritor marroquí con Paul Bowles. Así lo hace constar Juan Goitisolo en el prólogo: "El retrato del novelista norteamericano... no es precisamente cordial... y en determinados pasajes la crítica de la persona, no de la literatura de Bowles, roza el ajuste de cuentas". Y esa animadversión y antipatía y hasta odio quizás, se debe también a distintas concepciones de vida y de la visión que ambos tenían de lo que les rodeaba. Uno, rico, Bowles; otro, pobre, Chukri. Uno veía un Tánger mitificado: BowlesChukri en cambio recogía un Tánger real; como ejemplo pueden leerse en la obra diálogos del escritor con locos de la calle (*). "El choque -termina diciendo Goitisoloentre ambos era inebitable y el libro que a continuación presentamos da buena cuente a de ello".


Por lo demás, a lo largo de las páginas, van saliendo a relucir algunos de los personajes que arribaron aTánger. Durante muchos años famosísima ciudad que atrajo, por ejemplo, ya en 1876 a Mark Twain. O aVirginia Wolf. O a Katherine Mansfiels. Y sobre todo a miembros de la Generación Beat. Se nombran siempre (y el libro lo hace) a Truman Capote (muy amigo de Jane a la que llamó ’cabeza de gardenia’),Allen Ginsberg, Jack Kerouac, Jean Genet, Gore Vidal, Tennesse Williams, William Burroughs (con un revolver en el bolsillo de miedo a los marroquies), Paul Morand, Samuel Beckett, Pero así mismo aparecieron músicos como Brion Gysin (que estuvo muchos años) y Aaron Coplan (que duró poco), la traductora Claude Thomas, el políglota Eduard Roditi que decía a cualquiera, a lo mejor sin venir a cuento, que se había acostado en París con García Lorca, el pintor chileno Claudio Bravo, el escritor guatemalteco Rodrigo Rey RosaEmilio Sanz Soto, Angel Vázquez y un largo etc. En fin, en Tángerestuvieron hasta los grupos musicales The Beatles o The Rolling Stones llevados por uno de los músicos,Brion Gysin, citado mas arriba.


De la traducción nada podemos decir sino elogios al leer, como leímos, con ritmo y naturalidad la obra. Enhorabuena a Rajae Boumediane. Nos ha gustado. Aunque, la verdad, es una felicitación subjetiva, sin base material, pues nosotros no conocemos el árabe. Nos suponemos la fidelidad al texto de Chukri por la gran cantidad de notas, muchas de ellas de la traductora, que pueden consultarse al final del lbro. Y nada mas.

(*) He aquí el diálogo con un loco de la calle páginas 194-95:


"Otro loco fue mi alumno hace mas de 30 años. Conoce a la perfección el mapa de todos mis movimientos. Cuando no me localiza en los bares, lo encuentro esperándome en la puerta de casa para que le dé los cinco dírhams. Una vez me dijo:
-Maestro, fuiste injusto conmigo.
- ¿Por qué?
-Cuando era alumno tuyo, me cogiste un libro que tenía la foto de una ardilla, y todavía no me la has devuelto.
- Entonces te compraré un libro con fotos de ardillas y de otros animales.
-¡Imposible!
- ¿Por qué?
-Porque esa ardilla era maravillosa, única.
- Pero todas las ardillas se parecen.
-Rotundamente falso. ¿Acaso los seres humanos son todos iguales?
- No.
-Pues así era mi ardilla. Solo se parecía a si misma.
- ¿Y que hacemos ahora?
-Que Dios te perdone, pero fuiste injusto conmigo y con mi ardilla.
Me miró con tristeza mientras se alejaba. Después se paró delante de café Roxy, me echó una mirada enigmática y desapareció al doblar la esquina. Yo también opté por esfumarme de allí, antes de que apareciera otro loco."

domingo, 24 de junio de 2012

José Mª Amigo: Un poema para un cuadro


Poema de Urbano Blanco Cea para un cuadro
  José María  | 23 de junio de 2012
Facebookimpression
El viernes se inauguró la exposición de pinturas de Fernando García De Juan “Nano”. Tiene la particularidad, no sé si originalísima pero si singular de acompañar cada cuadro con un poema de Urbano Blanco Cea relativo al lienzo. Del acto en sí dará cumplida información Juanjo pues allí estaba con su cámara.


Yo, aquí, me referiré a un cuadro en concreto, el titulado ’Taller Fallero’. ¿Por qué? ¿Por qué ese en particular? Todos se lo merecen, pero veamos: la pintura... bueno... una determinada clase de pintura, nos muestra un instante que tiene voluntad de eternidad. En este aspecto es parecido a la fotografía que congela el momento para que no se vaya nunca. Pintura y fotografía son, en este sentido, antinaturales. Antinatural, pues la naturaleza es movimiento perenne que no espera al observador y sigue transformándose continuamente sin que los instantes, los momentos sucesivos se repitan como clones. Una variedad infinita de factores impiden esa clonación. Para potenciales observadores futuros los pintores y fotógrafos plasman unos remedos de periquetes, a los que la imaginación y la inteligencia del espectador les ayudarán a intuir lo que sucedió.


Esta misión -muchas veces sin ninguna voluntariedad del autor- puede ocupar, y de hecho lo ocupa muchas veces, el lugar de resto arqueológico. A saber: supongamos que con el paso del tiempo los gustos de los valencianos cambian y abandonan las fallas y sus monumentos falleros con sus ninots. Puede ocurrir. La vida sigue y lo mismo que la naturaleza no congela sus periquetes, así las costumbres evolucionan, sin cesar, de manera que pocos centenares de años después no las conocen ni la madre que las parió. Para saber de momentos pasados, de periquetes, de instantes, están la pintura y la fotografía que hacen ese segundo particular, concreto, se transforme en eterno.


El cuadro al que yo me refiero representa unos ninots de un monumento fallero que el pintor Fernando García De Juan, ’Nano’, conoce muy bien. El acto de pintarlo es, como en literatura el relato dentro del relato, un acto dentro de otro acto. Cervantes lo ultilizó en el Quijote intercalando novelitas dentro de la novela del Quijote. Un poco forzadas a veces. Como pegadas. Pero utilizó esa arma artística. Otros la perfeccionaron después. Recuerdo ahora a Conrad en ’El corazón de las tinieblas’ una narración dentro de la narración a propósito de un personaje. De una manera natural. Este cuadro que citamos es un ejemplo: el pintor, al actuar sobre la tela con sus pinceles va montando una historia dentro del acto creador de los artistas falleros. Conserva el cuento que estaba hecho para ser quemado por el fuego. Lo eterniza. Lo arqueologiza. Las figuras del momento fallero cobran una dimensión fraudulenta, una vida perenne, una belleza de bobalicona vaciedad. Como los tontos de Machado que parece que miran con la boca, estos ninots parecen miran con la nada. Como asombrados, alelados, de que su belleza hueca no pueda permanecer ni siquiera como muñecos. Estupefactos de que sus formas no comiencen a latir y sentir y reir. Con rabia interior, interiorizada porque no sale al exterior teniendo, como tienen al lado, por ejemplo, fofos y estúpidos figurines que se creen algo sin serlo. Pasmados de que no haya alguien que venga y les diga:


-¡Levantaos y andad!


Pero he aquí a un pintor que comete una traición a la fugacidad, el ultraje de la permanencia. Y las vemos, los vemos, ahí, con sus asombros y estupefacciones, libres para la eternidad de ser condenados al fuego.


Eso es lo que destaco de la exposición de Fernando García de Juan ’Nano’, de sus cuadros. Algo hay que destacar. No se puede hablar de todos. Y lo hice constar en un cuaderno. Por poner un ejemplo.


Para terminar lean el poema de Urbano Blanco Cea que viene a decir algo parecido con pocas yhermosísimas palabras.


Taller fallero (destino el fuego):


Inmortalidad otorgada,
dilatación de la belleza de un instante.
Plasmar la consistencia, la maleabilidad de sustancias
que pueden ser desmenuzadas con las manos,
cartón piedra desnudo que vestirá de tintes,
que puede alumbrarse en los dedos del mago:
de la nada a la vida.
He aquí una imagen de inminencia
metáfora de lo efímero
fría existencia material,
así los humanos que no intentan contemplar
que miran si ver
que esperan que el río termine de pasar,
la razón varada, el cerebro inútil,
la pereza de pensar, cuando somos por ello.
Sea la sensibilidad
avenecia y armonía de razón y sentimiento,
vibre en cada célula
como vibra en el pincel que seduce a la belleza
nos eleva como alfombra de aire
y nos conmina a reflexionar
desde la contemplación de una estampa sublime
profunda como los afectos nobles
diáfana como el horizonte
para que no nos derrumbemos
en la constancia inexorable de purificación, combustión y desaparición
tan parecida a la muerte.
En el proceso fallero la propia vida
concepción, nacimiento, vida y espera
tal vez esperanza.
La tristeza, la amenaza de la muerte
que afila, templa y blande la guadaña
en la fragua del destino
invisible por argucia del autor.

miércoles, 20 de junio de 2012

La amarga amante de Omar


1.
 La segunda cita tuvo lugar en la misma ciudad de Naishapur. Dulce Orballo acudió al mercado con su prima y con Al-Jaliloscar, el albañil con el que llevada días saliendo y al que le había tomado cariño. Un cariño suave, balsámico, tierno. No es que sintiera enamorada, pero con él se sentía protegida del jefe de los albañiles, el cojo que intento violarla, y cobijada de las habladurías de la aldea. Establecieron el puesto del mercado y a media mañana apareció Omar Khayyam, paseando por el claustro que rodeaba el mercado. Vestía con un caftán blanco y en la mano llevaba un bastón cuyo puño era de alpaca plateada. El claustro tenía numerosas columnas y se unía al resto de la ciudad por numerosas callejuelas cuya estrechez impedía al sol ejercer su poderío. Así se protegían sus habitantes del calor asfixiante del verano. No había conocido a Dulce Orballo que vestía un caftán rojísimo con caperuza que escondía prácticamente el rostro y la más mínima parte de piel de su cuerpo. La túnica llegaba desde los tobillos hasta el cuello pues la abertura del pecho estaba abrochada por uno cordón rojo. Igualmente roja era la pintura con la que sea había pintado las uñas de los pies.

Caminó Omar Khayyam claustro adelante desviándose de los puestos del mercado y alejándose de las miradas de las gentes que iban de puesto en puesto. En la penumbra del claustro se recostó en una columna desde donde veía sin ser visto. A la derecha una calleja se abría toda en penumbra al fondo de la cual se veían algunos árboles. Pasó una mujer que lo miró con desconfianza. Estaba nervioso. Y dio con el bastón en el suelo. La mujer se asustó y avivó el paso callejuela adelante mirando de cuando para atrás. Del mercado salieron en eso momento varias mujeres que se internaron por varias de las callejas que salían del claustro. Bajó la cabeza mirando su bastón. Unos pasos se oían cada vez mas cera de él. Miró al suelo en esa dirección. La mujer que venía calzaba unas sandalias de piel de terciopelo que contrastaban con unos pies blanquísimos con las uñas pintadas de rojo chillón. Pasó casi sin mirarlo. Pero Omar supo enseguida que era ella, su Dulce Orballo. Dobló a la derecha por la calleja que al final se asomaban unos árboles. La siguió. Volvió varias veces la mirada hacia tras. No venía nadie. Estaban solos. La adelantó y torció a la izquierda, a la entrada de un patio oscuro que allí tenía su amigo Rustem. Ella siguió sus pasos, pero antes de meterse donde él estaba volvió a observar la calleja a derecha e izquierda con cierta prevención. Se quitó la capucha. En la semioscuridad contempló sus rojos y carnosos labios. Se miraron largamente. Con el bastón recorrió el centro de su cuerpo desde los pies hasta el lazo rojo que abrochaba la abertura del pecho hasta el cuello. Se acercó más. Alargó su mano izquierda hasta rozar sus dedos los labios, la mejilla, el cuello… Oyeron pasos y se apretaron como la sombra a la pared. Latían el uno en la otra. Se besaron. Los vestidos de ambos eran finos como la seda. Y juntos así en la penumbra sus formas se acoplaban como carne desnuda.

Y antes de proseguir el relato del segundo encuentro de Omar y Dulce Orballo conviene hacer un punto recordando una rubayata del poeta persa:

De sufíes de taberna sigue solo el camino;
Busca sólo tu amante, tu canción y tu vino.
En tu palma la copa y el cántaro en tu hombro:
No hables torpemente y bebe vino, amor mío.

2.
Allí, apretada contra la pared, se sentía mal. Dulce Orballo se separó de él, miró con cautela al callejón y marchó adelante, hasta la luz que se veía al fondo. En realidad, aquel espacio, era el mausoleo del poeta Omar Khayyam de donde él había tomado su nombre. Un monumento que semejaba varios lazos unidos. No había nadie pero, por si acaso, se volvió a poner la capucha. No es que le tuviera miedo al joven albañil, no. A quien tenía miedo de verdad era a esos islamistas radicales. Ante esos energúmenos nada podía, ni su joven albañil, ni Omar, ni nadie. Y bueno, Omar menos que nadie. Era viejo… viejo no en el sentido de caduco, no; era, eso si, frágil, tormentoso, apasionado; a ella le atraía, quizá, por todo eso; no se sentía tranquila junto a él; a veces lo detestaba y otras lo excitaba; nunca con la mansedumbre que le infundía Al- Jaliloscar. Antes, cuando le recorría el cuerpo con el bastón, lo odiaba y le pareció más que viejo, viejísimo. Lo hubiera abofeteado. Luego, cuando se besaron se le pasó el enfado. Y con el abrazo, cuando sintió la verga de él tiesa apretando su cuerpo, sintióse orgullosa de su poder ante él. A la sombra de un árbol centenario la arrimó hasta el tronco, metió sus manos por las anchas mangas del rojo caftán acariciando sus brazos hasta las axilas. Ella cerró los ojos cuando los dedos se extendieron por sus senos, entreteniéndose en los pezones que se le endurecieron. Como sabía el cabrón, tocar las teclas para excitarla. 

Volvió a oírse algo. Quizás el salto de los pájaros de rama en rama. Pero se separaron con miedo.

-Mejor será que salgamos de la ciudad, atravesemos el puente, como la otra vez, y nos internemos en el bosquecillo que crece junto al arroyo…

-De acuerdo, vete tu delante. Yo te seguiré sin que nadie sospeche nada.

Omar la vio irse alejando del mausoleo. Reconoce que no es, precisamente, una Diana cazadora, ninguna beldad, pero a él le gusta. Las formas del cuerpo se notaban, aún más, cuando el viento apretaba el vestido rojo a la piel, dejando que los pechos o el culo se apreciaran en toda su redondez. Quizás demasiados senos y demasiado culo, pero, para él, y lo repetía, eran el summun de belleza. El fino tejido se pegaba a la piel, adquiriendo un color menos chillón, tirando a carne.

Había venido con la intención de hacerle algunas preguntas acerca del futuro de ambos porque unas entrevistas, casi clandestinas, como las que habían llevado a cabo hasta ahora, no eran lo más convenientes tal y como se estaba poniendo el ambiente religioso. A ella podían lapidarla y a él... bueno, no estaba para ponerse a correr a sus años. Con ese fin se había acercado a ella, pero su cuerpo, sus labios, sus brazos, sus senos, el latido de su sangre ansiando poseerla, una vez más, le impedían pensar con claridad. El sonido de la seda, mientras caminaba delante de él, le nublaba el pensamiento. 

Desde el puente que atravesaban se veía, a las orillas del río, lavar la ropa a las mujeres. Más allá de las lavanderas, una familia extendía un mantel sobre el césped y colocaba cubiertos. Sin duda, habían ido a comer cerca del río.

Es relato, del segundo encuentro, continuará, pero ahora hacemos un receso colocando la siguiente rubayata, esta vez en italiano, de Omar Khayyam:

Quando l'ebbro Usignolò trovò la via del Giardino.
E ridente trovò il volto della Rosa e la coppa de Vino.
Venne e in misterioso bisbiglio mi disse all'orecchio:
"Considera bene: la vita trascorsa mai piú, mai piú non si trova"

3.
Dulce Orballo caminaba absorta a todo lo que la rodeaba. Con ese vestido ancho se sentía libre como un pájaro. Toda su abundante carne, se había vuelto como pluma ligera movida por el viento suave de esa mañana. A cada paso se notaba, ingrávida, flotando por el espacio. El aire se metía entre las mangas, entre los pies... Acariciaba su pecho introduciéndose por los lazos del cordón rojo, encontrándose, en su recorrido, con el que subía de las mangas arriba y de los pies. Era como una continuación de las caricias que, él, Omar, acababa de darle en el patio oscuro de la calleja. Sus miedos, sus temores, sus inquietudes... ante el porvenir, ante el incierto futuro, se le estaban desvaneciendo como el humo. Aún tenía los dedos del viejo amado, de su viejo enamorado, en sus labios temblorosos, en sus mejillas ardientes, en sus pechos conmovidos. Y cada racha del cálido viento era como una embestida amorosa sobre ella. Se hacía lujuria andante. Su roce entre las piernas, mientras andaba, se trasmitía como una descarga de placer hasta el último rincón de su cuerpo. Y levantaba los brazos queriendo abrazar al aire.

Tan ensimismada estaba que no se dio cuenta que, él, la había cogido por la mano y la llevaba por un sendero adelante, en el que las hierbas, cada paso que daban, se hacían más altas. Notó, eso si, que la cogían por la cintura, le desataban el lazo rojo, le acariciaban los pechos, le levantaban el caftán… Sintió como las hierbas cosquilleaban sus carnes, como el viento la envolvía, como las manos recorrían sus cuerpo, como le susurraban, al oído, palabras de amor eterno. Vocablos cálidos, suaves, sugerentes, se metían en su oreja, atravesaban el tímpano y la acariciaban, poniéndole la carne de gallina. Miró a derecha e izquierda con la vista turbada. Solo el follaje la rodeaba. Y el zumbido de los insectos. Y el cantar de los pájaros. Y el aleteo de las mariposas. Y el arrullo de del agua.

-Por aquí, mi vida. Vamos fuera del sendero hasta la orilla del arroyo.

-Por donde tu quieras llevarme, mi amor.

Y apartando hierbas, la llevó a un claro cerca de arroyo.

-Nos sentaremos aquí, mira, en el césped.

-¿Seguro, mi amor, que aquí estaremos bien?

-Aquí no tendremos testigos que nos digan si somos padre e hija.

-Bien, mi viejo enamorado.

Lo miró, le cogió la cara entre sus dos manos blanquísimas y gordezuelas, le beso en la frente, en los ojos, en las mejillas. Se separó un poco, lo volvió a mirar y lo besó en los labios, primero suavemente y luego con desesperación.

-Dime, ¿dónde está tu vejez?

Le había hecho esta pregunta mientras lo seguía acariciando.

Él, por toda respuesta, le subió el caftán hasta la cintura, para poder tener la suave piel de ella rozando sus manos. Se abrazaron. Sintió ella como latía su miembro debajo del caftán. Y lo acarició. Se sintió emocionada y suspiró.

Aquí dejamos, un rato, el relato y colocamos otra rubayata del poeta persa del vino:

¡Vino! Siempre logras que se líen con lógica
los setenta y dos sabios que sin cesar discuten.
Eres el alquimista que trasmuta en oro
el plomo de nuestra existencia cotidiana.

3.
 Dulce Orballo caminaba absorta a todo lo que la rodeaba. Con ese vestido ancho se sentía libre como un pájaro. Toda su abundante carne, se había vuelto como pluma ligera movida por el viento suave de esa mañana. A cada paso se notaba, ingrávida, flotando por el espacio. El aire se metía entre las mangas, entre los pies... Acariciaba su pecho introduciéndose por los lazos del cordón rojo, encontrándose, en su recorrido, con el que subía de las mangas arriba y de los pies. Era como una continuación de las caricias que, él, Omar, acababa de darle en el patio oscuro de la calleja. Sus miedos, sus temores, sus inquietudes... ante el porvenir, ante el incierto futuro, se le estaban desvaneciendo como el humo. Aún tenía los dedos del viejo amado, de su viejo enamorado, en sus labios temblorosos, en sus mejillas ardientes, en sus pechos conmovidos. Y cada racha del cálido viento era como una embestida amorosa sobre ella. Se hacía lujuria andante. Su roce entre las piernas, mientras andaba, se trasmitía como una descarga de placer hasta el último rincón de su cuerpo. Y levantaba los brazos queriendo abrazar al aire.

Tan ensimismada estaba que no se dio cuenta que, él, la había cogido por la mano y la llevaba por un sendero adelante, en el que las hierbas, cada paso que daban, se hacían más altas. Notó, eso si, que la cogían por la cintura, le desataban el lazo rojo, le acariciaban los pechos, le levantaban el caftán… Sintió como las hierbas cosquilleaban sus carnes, como el viento la envolvía, como las manos recorrían sus cuerpo, como le susurraban, al oído, palabras de amor eterno. Vocablos cálidos, suaves, sugerentes, se metían en su oreja, atravesaban el tímpano y la acariciaban, poniéndole la carne de gallina. Miró a derecha e izquierda con la vista turbada. Solo el follaje la rodeaba. Y el zumbido de los insectos. Y el cantar de los pájaros. Y el aleteo de las mariposas. Y el arrullo de del agua.

-Por aquí, mi vida. Vamos fuera del sendero hasta la orilla del arroyo.

-Por donde tu quieras llevarme, mi amor.

Y apartando hierbas, la llevó a un claro cerca de arroyo.

-Nos sentaremos aquí, mira, en el césped.

-¿Seguro, mi amor, que aquí estaremos bien?

-Aquí no tendremos testigos que nos digan si somos padre e hija.

-Bien, mi viejo enamorado.

Lo miró, le cogió la cara entre sus dos manos blanquísimas y gordezuelas, le beso en la frente, en los ojos, en las mejillas. Se separó un poco, lo volvió a mirar y lo besó en los labios, primero suavemente y luego con desesperación.

-Dime, ¿dónde está tu vejez?

Le había hecho esta pregunta mientras lo seguía acariciando.

Él, por toda respuesta, le subió el caftán hasta la cintura, para poder tener la suave piel de ella rozando sus manos. Se abrazaron. Sintió ella como latía su miembro debajo del caftán. Y lo acarició. Se sintió emocionada y suspiró.

Aquí dejamos, un rato, el relato y colocamos otra rubayata del poeta persa del vino:

¡Vino! Siempre logras que se líen con lógica
los setenta y dos sabios que sin cesar discuten.
Eres el alquimista que trasmuta en oro
el plomo de nuestra existencia cotidiana.

4.
Y, tras el suspiro de Dulce Orballo, él dijo:

-¿Nos sentamos?...

-Si si. Pero, para no machar mi caftán de verdín, tendré que quitármelo…

-¡Mmmm! Me gustará verte desnuda para mi.

-Y… si nos ve alguien… ¡qué vergüenza!...

-Pero, mi vida… por aquí no pasa nadie.

-¿Y si pasa?... ¿Por qué no subimos… allá?

-¿Dónde?

-En la cueva de ahí arriba… ¡Venga! ¡Vamos!

-No…

Dulce Orballo lo cogió de la mano como un niño. Atravesaron el arroyo y comenzaron a subir la cuesta. No era mucha la distancia, aunque estaba llena de obstáculos que, a él, le costaba superar... A mitad de camino se sentó en una piedra porque se ahogaba. Lo miró un poco extrañada. La vejez se le estaba mostrando en toda su desnudez.

-No estás en forma, mi viejo. Se ve que te estás abandonando. Tienes que andar más.

-Es una prueba de lo que puede ser nuestra convivencia diaria. El contraste, dramático, entre la juventud y la vejez. Un día, a lo mejor, no podré valerme por mi mismo…

-Bueno, para eso estoy yo, mi amor, para cuidarte...

-Para cuidar a un viejo y limpiarle su mierda. Yo no puedo sacrificarte así. Enterrarte en vida. Te quiero demasiado.

-¡Joder!... ¡Ya estamos otra vez con lo mismo!...

-No te enfades conmigo, por favor.

-No, no es eso, cariño. Es que… me pones de los nervios...

-Perdóname, pero, algún día, me agradecerás si no sigo adelante con esta relación.

-¿Es eso lo que quieres?

-No, pero… Bueno… Nada, no he dicho nada... Vamos, ya he descansado.

-Mira, yo te ayudo a subir. Ha sido mía la culpa de este mal trago que estás pasando.

Y le cogió del brazo. Y entre bromas y veras llegaron, agotados, a la cueva.

-¡Ves! Yo también me canso. Me sobran kilos.

Se metió en la cueva y se quitó el caftán. La carne, roja por el esfuerzo, le brillaba cubierta de sudor. Los pechos, con los pezones tiesos, se movían al ritmo de la respiración. Los ojos le bailaban en las órbitas, cantarines y burlones.

–Mira mis pechos. Por ti se desbordan.

Decía bromeando, dirigiéndose a Omar al que desnudaba con la mirada. Estaba salida como una burra en celo. Comprendía Omar el ansia de la moza, sin que en ese momento él pudiera satisfacer las necesidades perentorias de la hembra, por el cansancio acumulado en la subida a la cueva. Tenía que recuperarse de alguna manera... aunque ella no le diera respiro alguno, porque no lo dejaba descansar, acercandose cada vez más, como lo estaba haciendo en ese momento...
-
No te gusta mi desbordante carne. Late por ti. Por ti ha sido acumulada la grasa de mi cuerpo.
Y Dulce Orballo se tocaba sus pechos.

Dejamos a D. Orballo tocándose sus pechos y hacemos una pausa en este relato verdadero, colocando una rubayata del poeta de Naishapur:

Si tuviese en mis manos sobre el cielo poder,
Sin tardanza ninguna lo haría demoler
Y alzaría otro mundo en donde un hombre libre,
Sin cerrarle caminos, encontrase el placer.

5.
Y Dulce Orballo se tocaba sus pechos, y se tocaba su tripa, y se tocaba su entrepierna y... lo miraba a él, que estaba a la entrada de la cueva, apoyando su mano en el techo de la entrada... Pero no se movía... Estaba cansado, muy cansado. De repente, para ganar tiempo a que su cuerpo se recuperara dijo: 

-Espera un poco. 

Y se dio la vuelta desapareciendo de la vista de ella.

-No me dejes ahora, por favor.

-Vuelvo enseguida. Le oyó que decía.

Recogió brazadas de helechos que llevó a la cueva, extendiéndolos en el suelo. Dulce Orballo lo miraba, temblando. Estaba Omar inclinado, colocando los helechos, cuando se acercó a él, por detrás, le levantó el caftán blanco, lo agarró por la cintura acariciando sus órganos genitales mientras le apretaba restregando su bello púbico en el culo de él como una perra.

-¡Vamos! ¡Quitate el caftán como yo!

-Tranquila. Déjame recuperarme un poco.

-¡No! ¡Quítatelo ya!

Y le ayudó a quitárselo con impaciencia. Él se sentó en el suelo, encima de los helechos. No tenía aún su miembro tieso del todo. Ella de pie se le acercó. Se abrió de piernas y tocándose su sexo le dijo:

-¿Tú, me quieres? 

-Te quiero, mi vida.

-Pues no me dejes así, como el otro día, con las ganas.

-Espera un poco, mi amor.

-¡No!... ¿Qué puedo hacer para que me penetres de una vez?... ¿Te gusta lamerme el coño?... Pues… ¡lámemelo ya!

Y se lo acercó a su boca. Metió Omar la cabeza entre sus piernas y comenzó a chuparle el sexo, largo rato. Ella echaba la cabeza para atrás y apretaba su vulva a la boca de él. Su verga se le fue enderezando al verla en esa actitud de entrega. Separó su cabeza y la contempló agarrado con las manos a su culo. Luego, le metió un dedo en la vagina que ella agradeció bajado sus manos hasta la mano de él. Omar con la otra mano la obligó a sentarse junto a él. Respiraba aun cansado y se tumbó en la cama de helechos.

-Me has dejado con las ganas... ¿No me quieres?... ¿No te gusto?...

Lo miró largo rato. Se metía el dedo en su coño. De repente, le cogió el miembro entre los dedos, acercó su boca y comenzó a lamérselo. Él se estiró de placer. Su verga se puso tiesa. Las venas se le hincharon.

-¿Te gusta hacer esto?

-No. Pero si a ti te gusta…

-Pues, no lo hagas.

-A ver... No me disgusta...

-Déjalo... anda...

-No me da la gana. Tu me has chupado el coño, pues yo hago lo propio...

-¿A qué sabe?

-No sabe a nada... Siento placer cuando mis labios y mi lengua rozan el glande. Es suave como la seda y además se cubre de un líquido aceitoso, transparente, que lo hace aun más agradable.

-Bueno, pues sigue… Hazme lo que quieras...

-No se puede comparar a la penetración que me hiciste el otro día. Y eso es lo que quiero, cuando estoy preparada como ahora. Que me la metas, cariño.

-Ponte encima. Cógela tú.

Se colocó encima de rodillas y tomando con una mano el miembro lo restregó en su vulva y lo fue metiendo, lentamente. Suspiraba.

-¡Chúpame los pezones! -Dijo imperiosa- Y aprieta bien. ¡Mas!... ¡Mas!... ¡Mas!... Asi, así…
Así, ¡cabrón!, así... Pero mantenla tiesa... Como el otro día…

-¡Diossss!... Te mataría... ahora... si me dejas… con las ganas… como el otro día…

Y comenzó a agarrarle el cuello con las manos apretando y apretando... La cara de Omar se ponía roja, se le congestionaba, al verse asfixiado. Y su miembro se puso duro como la roca. Ella aflojó su garra. Lo acarició. Y volvió a apretar su cuello sin ninguna consideración a la casi agonía de él. Solo notaba la dureza de la verga de él. Dejó de apretar el cuello. Y comenzó a llorar de placer, mientras él se movía en sus entrañas, con el miembro tieso, al ritmo de vaivén, como el péndulo de un reloj, cada vez más acelerado. Los ojos de ella se pusieron en blanco y comenzó a gritar.

-¡No!... ¡Si!... ¡No!... ¡Déjame, por favor!... ¡Basta!... ¡Basta!... ¡Para un poco!... ¡Ay, madre!... ¡Me matan!... ¡Ahora!... ¡Si!... ¡Mas!... ¡Mas!...

Omar acezaba. Hacía esfuerzos. Se estaba agotando. Su corazón se resentía. Y aún tuvo un hilillo de voz para decir:

-No, mi vida. Yo quiero que goces, no que sufras.

-¡No me dejes!... ¡No me abandones!... ¡Soy tuya. Todo tuya!... ¡Llévame al paraíso!... ¡Haz lo que quieras conmigo!...

Y Omar no pudo más y derramó todo el semen, casi en los estertores de la muerte. Y la cueva se llenó de pájaros. Y tembló la tierra. Y se vino abajo el techo sin dolor. El mundo dio vueltas. 

Un ciervo asomó la cabeza por la entrada de la cueva y, al verlos tumbados, se dio la vuelta y se marchó.

Ella se separó de él. Se tumbó a su lado. Agradecida, tenía la verga de él entre sus dedos calientes, carnosos, tiernos.

Dejaremos que, Dulce Orballo, tenga el miembro de él, de Omar, en sus manos un rato y abandonaremos este relato, verdadero, para colocar, como siempre que se descansa, una rubayata del poeta y científico Omar Khayyam:

Se han ido nuestros buenos y fieles camaradas.
Se los llevó la Muerte. Solíamos reunirnos
a beber y a cantar en la taberna. Cayeron,
ebrios, una o dos rondas, antes que nosotros.

6.
Vistos ahí, en mitad de la cueva, el uno junto al otro, juventud y vejez, hubiera extrañado a más de uno. Parecían dormidos. Aunque a ninguno le hubiera extrañado si hubieran sabido, como el que escribe lo sabe, de su caminata, de sus caricias y roces, de sus embelecos continuos, de su subida a la cueva cuesta arriba, para culminar con una coyunda carnal casi hasta la extenuación.

A Dulce Orballo se le había ido resbalando la mano del miembro viril de su Omar y descansaba blanca, blanda, suave y gordezuela en el bello que rodeaba el miembro de éste. Escena tierna que se quebró de repente al abrir, como abrió, los ojos la Dulce Orballo, tentó su cuerpo y diose cuenta de que estaba desnuda como su madre la parió. Se levantó y se puso, rápidamente, su caftán rojo, diciéndole a Omar:

-Venga, cariño, despierta que tenemos que irnos. Se hace tarde.

Lo miró brevemente. Pensó, al verlo ahí aun con la verga tiesa, que su ardor era insaciable aunque ella no pensara satisfacerlo más. Ya había puesto todo su empeño, hecho lo que sabía y, por hoy, bastaba. Giró en redondo y salió de la cueva. La luz le dio de golpe en los ojos y tuvo que entrecerrarlos. Estiró los brazos y dejó que la suave brisa le entrara por todas las aberturas del vestido. Estaba dichosa.

Extendió la vista poniendo la mano de visera. Desde su altura se divisaba, en primer lugar, la pendiente por la que habían subido, luego el arroyo y la arboleda y, más allá, el puente, tras del cual se abría la hermosa ciudad de Naishapur con el mausoleo dedicado a la memoria de Omar Khayam y las cúpulas de las mezquitas coloreadas unas de azul y otras verdiazules. Desde sus torres los almuédanos, con sus cánticos, convocaban a los fieles a la oración.

Se sentó en una piedra. Helechos y arbustos crecían por doquier. Las florecillas silvestres, el tomillo, el romero… perfumaban su soledad haciéndola muy muy agradable. Pero había que marcharse. Y él no salía. Se encaminó a la cueva.

-¡Omar, Omar! Se hace tarde y a mi me esperan en el puesto del mercado. Si tardo se van a inquietar. Y no solo eso…

Hemos cortado la filípica que, nuestra heroína, comenzaba a darle a su viejo enamorado (luego la continuaremos) para poner ya la consabida rubayata del bardo, astrónomo, matemático persa Omar Khayyam. Es la siguiente:

Yo, también, sembré, lo mismo que ellos:
la semilla de la sabiduría; y me he sacrificado
para que naciese. Cosecharé estas verdades:
que vine como el viento y me iré como el agua

7.
Dejamos a Dulce Orballo con la palabra en la boca. Estaba diciendo:

-¡Omar, Omar!... Se hace tarde, mi amor... y, a mi, me esperan en el puesto del mercado mi prima y el joven Al-Jaliloscar, mi albañil particular... Si tardo se van a impacientar, a inquietar… No solo eso… empezarán las habladurías… se desatarán las lenguas... y si comienzan a correr... ya no hay quien las pare… y mi padre me castigará… y no podremos volver a vernos más... y las devotas y los muy fieles seguidores islámicos cuchichearán por las esquinas… y los bulos rodarán y se harán grandísimos… y serán un pretexto para vigilarnos… para vigilarme… y si nos pillaran... ¡Alá es grande y nos pille confesados!... amándonos… no sé, no sé… podrían incluso lapidarme… ¡Alá el Misericordioso no lo quiera!...

-¡Anda!... haz un esfuerzo, cariño, y levántate… porque hay que bajar la pendiente… ya sabes que para subir tropezamos con numerosos obstáculos… aunque yo te ayudaré, mi vida… y date cuenta que cuesta abajo… cuesta abajo es aún más difícil… en algunas partes... ya vistes antes... las piedrecitas resbalan… y son muy traicioneras… y, tú, perdona que te lo diga… no te enfades... no estás para sufrir una caída… si te ocurriera algo grave… yo no sabría qué hacer... o tendría que dejarte aquí… solo... abandonado... para pedir auxilio…. y, además, ¿cómo justifico mi estancia, por estos andurriales, a tu vera?... no quiero ni pensarlo… porque entonces tendrían motivos para cucuchichear... razones más que suficientes para interrogarme… hasta para maltratarme… a no ser... ¡Mahoma me perdone!... que te dejara en la pendiente... allí... maltrecho, herido… sufriendo... ni lo pienses... no sería capaz de dejarte, mi vida, caído... a lo mejor... tal vez... con la cabeza abierta, sangrando... porque te dolerías del abandono... por mi parte… y eso no… no me lo perdonaría en la vida… mi remordimiento no me dejaría vivir… la amargura me roería las entrañas… pensando... en las alimañas que de noche te atacarían…

-Pero, ¡bueno!, todavía sigues ahí… ¡mira que tranquilo!… ¡ni se mueve!… ¡y sigue emporrado!… oye, mira, tú verás… ¿vienes o me marcho?... porque tú no me conoces… para buena, buena, soy un rato… pero cuando me cabrean… no sé, no sé… vamos a ver… ¿te pasa algo?... ¿sigues cansado?... ¡ah!, ¡ya!, tu lo que quieres… es que volvamos a hacer el amor… ¡no!... mi vida, eso ni hablar… por ahí, mi amor, no paso… te pongas como te pongas...

Dulce Orballo, según hablaba, se iba indignando y subiendo de tono hasta retumbar en la cueva de manera ensordecedora… Pero algo le hizo callarse. Le vio, ahí, con los ojos cerrados, tan quieto, que, latiéndole el pecho, se inclinó hacia él alarmada:

-¡Diossssssss!... ¡Alá Misericordioso!... ¡Mahoma acórreme!... ¡Omar, Omar!... ¡Despierta!... ¡Mírame!... ¡Soy yo!... ¡Tu Dulce Orballo!...

Se arrodilló. Lo tocó con precaución. Estaba como tieso.

-¡Háblame!... ¡Cariño!... ¡No bromees conmigo!... ¡No me hagas esto!... ¡Dime algo!... ¡Por favor!...

Y lo besó, y lo zarandeó, y lo abofeteó, y lo abrazó llorando y diciéndole:

-¡Perdona, perdóname!...

Y nada… ni con esas... siguió sin moverse... Dulce Orballo lloraba como una desconsolada.

-¿Qué será de mi?... Me matarán... Estoy perdida...

Y se levantó y puso a dar puñadas en las paredes de la cueva… De repente prorrumpió en un gritó hasta casi desgarrarse la garganta:

-¡Noooooooooooo!

Y salió corriendo de la cueva, la cara demudada, los ojos saltándole de las órbitas... Y tropezando, corriendo y saltando siguió cuesta abajo...

Allá quedó Omar... desnudo, abandonado, solo... en la soledad más absoluta... Eso si, con la porra tiesa... Símbolo enhiesto de que había vivido... en la hoguera... de las vanidades… carnales... Y en carnículas se quedó... Para siempre... ¡Qué Alá lo acoja en su seno!

Una rubayata de Omar Khayyam pondrá broche poético a este relato verdadero:

A esa bóveda inmensa a la que llaman cielo,
bajo la cual vivimos y morimos los hombres,
no intentes levantar tus ojos implorantes.
No dudes que ella gira, como tú y yo, impotente.

8.
El joven albañil Al-Jaliloskar había emigrado a la aldea de Dulce Orballo hacia dos años. Nadie conoce las razones por las que se vino de su patria. Él no se lo ha contado a nadie. Pero su conflicto con un hermano gemelo es el origen de su emigración. Todo fue por una aventura que pudo terminar muy mal. Y muchas noches sueña con el incidente. El sueño basado en la realidad es más o menos así y cuando lo tiene, cada vez menos a menudo, se levanta sudando:

Mientras el temor y el tumor llegan a las gargantas de los gemelos, los gusanos esperan su turno. En la isla todo es silencio. Solo el rumor del agua rozando la arena blanquísima quiebra ese silencio que acongoja a los gemelos. Si no fuera por la sorda música del agua habrían enloquecido. El mar es la esperanza. Por allí vinieron a la aventura y por allí vendrá, si viene, su salvación.

Por una estúpida apuesta destruyeron la embarcación. Lo había leído uno de los gemelos en un libro. Un aventurero, para evitar que sus seguidores se arrepintieran, lo hizo hace muchos años: incendió las naves.

Después de romper la barca, contentos y alborozados por convertirse en héroes, corrieron por la isla. Jugaron al escondite. Se bañaron en el mar. Luego subieron a la mansión de sus padres, la única vivienda que había en la isla porque toda ella era propiedad de sus progenitores, se ducharon y comieron opíparamente. Después de la siesta, al bajar a la playa, una culebra les salió al paso. No era venenosa, pero la mataron. Eso les dejó un regusto amargo. Las culebras le repugnaban. En la playa se tumbaron el la arena boca arriba contemplando el cielo azul y abismándose en la profundidad del firmamento. Y aunque hicieron esfuerzos por comprender hasta dónde llegaría ese cielo que ahí tan azul se les ofrecía no llegaron a entender esa inmensidad. Eso no quería decir que no estuvieran a gusto. Lo estaban. Mucho. Si a algo se le puede decir felicidad era al estado en que ambos gemelos se encontraban a esa hora de la tarde.

De repente, casi al unísono, se levantaron y corriendo se metieron en el mar. Allí hubieran estado largo tiempo si no hubiera sido por la aparición de unas aletas que sospechosamente se iban acercando a ellos. Eran tiburones, lo que les provocó una gran inquietud, saliendo del agua inmediatamente.

Al principio se rieron, pero esa alegría les duró poco tiempo al darse cuenta, como se dieron, que en caso de que necesitaran huir de la isla, no podrían hacerlo nadando. Un motivo de pesadumbre que provocó que el ceño se les aborrascara metidos en reflexiones en las que los callejones sin salida eran protagonistas de primera.

El tiempo fue pasando inexorable. El sol estaba a punto de ponerse. Pronto las sombras de la noche se enseñorarían del contorno. Y vendrían más días y más noches. Y se les acabaría la comida…

Uno de los gemelos se enfrentó a su hermano:

-Tuya es la culpa. Tuya fue la idea…

-Ya. Pero no se te olvide que quien arrojó la piedra contra la barca fuiste tu…

-Eso solo fue una pequeña grieta que tú agrandaste con otra piedra…

-Y me animaste riéndote…

-Lo hacía como reflejo de tú risa…

-Si no hubieras venido a recordar lecturas pasadas nada habría ocurrido y ahora estaríamos de vuelta…

-¡Míralo! Ya no se acuerda que me propuso venir al islote de nuestros padres…

-Si sabías lo que iba a ocurrir, ¿por qué no me dijiste nada?...

-¿Qué pasa?... ¿Tú no piensas?...

-¿Por qué dices eso?... ¿Me estás llamando bobo?... Bobo lo serás tú…

-Bueno, un poco bobo si que eres…

-¿Yo?... Y tú gilipollas…

-Repite eso…

-¡Gilipollas!...

-¡Ah, si! Pues toma…

Y le soltó un puñetazo. El otro quedó un poco atontado con el golpe. Se tocó la nariz. Al ver sangre en sus dedos se encorajinó lanzándose contra su hermano al que arañó en la cara y tiró al suelo. Buscó este una piedra que agarró con la mano derecha y se levantó, pero el otro ya estaba corriendo a esconderse entre la maleza que cerraba la isla de la playa. Hacia allá lanzó la piedra el gemelo arañado. Oyó un grito de dolor y enseguida un silencio. Como estaba a la orilla del mar se lavó la cara. Sintió escozor. Comenzaba a oscurecer. Por el oeste ya el sol se había puesto y aparecía el horizonte teñido de rojo. Su rostro se ensombreció pensando en su sangre y en la de su hermano. Estaría sangrando por la cabeza porque cuando lazó la piedra y oyó el grito al mismo tiempo él había sentido un impacto, un golpe de algo duro en la cabeza. Seguro que le había dado a su hermano. Sintió pena. Iría hasta donde estaba su hermano. Harían las paces. Marcharían a la mansión. Buscarían por allá algo con lo que comunicarse. Total a pocos kilómetros está su pueblo. Desde aquí ya comenzaban a verse las luces. Avisarían los vecinos a sus papás. Pero no, primero se curarían, a continuación una ducha, más tarde cenarían… Atrancarían la casa, por si acaso. Nunca se sabe. Por la mañana avisarían. Sus padres estarían aún de viaje de negocios. No les molestarían. Se alarmarían sin motivo.

Iba pensando todo esto mientras se dirigía hacia el lugar por donde su hermano se metió. Aquí ha sido, se dijo. Separó algunas ramas. Su hermano estaba con la cara ensangrentada. Lo estaba esperando con un varapalo en la mano, que asestó contra la cabeza de su hermano hundiendo uno de sus nudos en el cráneo. Comenzó a sangrar desmayándose.

Al principio lo miró con odio y satisfacción. Fue un instante. Casi de inmediato se alarmó arrodillándose junto al cuerpo como muerto de su hermano.

-Por favor, hermano, despierto. No te mueras. Pero, ¿qué he hecho?...

Y lo zarandeó, lo abrazó, lo besó. No sabía qué hacer… Abrió los ojos el desmayado y al ver a su hermano inclinado ante él y todo ensangrentado dijo casi en un susurro:

-¿Qué te he hecho, hermano?

--Nada, hermano, yo si que te he herido. ¿Puedes andar?... ¿Si?... Vámonos a casa.

-Si, vamos. Se hace de noche. Y el camino es largo.

Mientras el temor y el tumor llegan a las gargantas de los gemelos, los gusanos esperan su turno. En la isla todo es silencio. Solo el rumor del agua rozando la arena blanquísima quiebra ese silencio que acongoja a los gemelos. Si no fuera por la sorda música del agua habrían enloquecido. El mar es la esperanza. Por allí vinieron a la aventura y por allí vendrá, si viene, su salvación.

Hacemos un descanso en la presentación del joven albañil, Al-Jaliloskar, con una, ya tradicional, rubayata de Omar Khayyam. Estaa dice así:

Si tuviese en mis manos sobre el cielo poder,
Sin tardanza ninguna lo haría demoler
Y alzaría otro mundo en donde un hombre libre,
Sin cerrarle caminos, encontrase el placer.