viernes, 30 de octubre de 2009

Julia Aguirre: El Baile de la Palma

Julia Aguirre: El Baile de la Palma

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Cuando murió tu primer hijo
el compadre Emilio hizo el ataud
y doña Pura las palmas.
En la vela
en una mesa pequeña el ataud y las palmas,
a un lado el candil.
Los vecinos sentados en unos bancos.
Vos llorabas, María.
Don Ciriaco y sus hijos
con guitarras y bandolinas
le hicieron el baile de la palma al niño muerto.
Las parejas bailaron
frente al ataud pequeño.


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Taller de Poesía de Palacagüina
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Poesía Libre. Revista de Poesía. Ministerio de Cultura, Managua (Nicaragua) Años IV. Número 10, enero de 1984.

Responsable: Julio Valle-Castillo

Consejo Editorial:

Carlos Calero (Monimbó); Juan Ramón Falcón (Condega); Marvin Ríos (Niquinohomo); Cony Pacheco (Subtiava); Gonzalo Martínez (Bluefields); Gerardo Gadea (Ejército Popular Sandinista)

jueves, 29 de octubre de 2009

Celso Emilio Ferreiro: El Martir

Celso Emilio Ferreiro: El Martir

No diré que vamos a vengarte,
amigo muerto por el hierro airado.
Han trascurrido ya tantos años,
tantos traidores han ya pasado
y días de tristeza, tantos,
que ya no sabríamos en quién vengarnos.
Te diré solamente que te recordamos
y que hacemos por seguir tus pasos,
pero por otros caminos que no lleven
a los bosques de los cuchillos largos.

Poesía Libre. Revista de Poesía. Ministerio de Cultura, Managua (Nicaragua) Años IV. Número 10, enero de 1984.

Responsable: Julio Valle-Castillo

Consejo Editorial:

Carlos Calero (Monimbó); Juan Ramón Falcón (Condega); Marvin Ríos (Niquinohomo); Cony Pacheco (Subtiava); Gonzalo Martínez (Bluefields); Gerardo Gadea (Ejército Popular Sandinista)

jueves, 15 de octubre de 2009

Juan Ramón Jiménez: la niña chica

Juan Ramón Jiménez: La niña chica
 
La niña chica era la gloria de Platero. En cuanto de la veía venir hacia él, entre las lilas, con su vestidillo blanco y su sombrero de arroz, llamándolo dengosa:

—¡Platero, Plateriiillo!—, el asnucho quería partir la cuerda, y saltaba igual que un niño, y rebuznaba loco.

Ella, en una confianza ciega, pasaba una vez y otra bajo él, y le pegaba pataditas, le dejaba la mano, nardo cándido, en aquella bocaza rosa, almenada de grandes dientes amarillos: o, cogiéndole las orejas, que él ponía a su alcance, lo llamaba con todas las variaciones mimosas de su nombre:

—¡Platero! ¡Platerón! ¡Platerillo! ¡Platerete! ¡Platerucho!

En los largos días en que la niña navegó en su cuna alba, río abajo, hacia la muerte, nadie se acordaba de Platero. Ella, en su delirio, lo llamaba triste:

-¡Plateriiilo!... Desde la casa oscura y llena de suspiros, se oía, a veces, la lejana llamada lastimera del amigo. ¡Oh estío melancólico!

¡Qué lujo puso Dios en ti, tarde del entierro! Setiembre, rosa y oro, como ahora, declinaba. Desde el cementerio ¡cómo resonaba la campana de vuelta en el ocaso abierto, camino de la gloria!... Volví por las tapias, solo y mustio, entré en la casa por la puerta del corral y, huyendo de los hombres, me fui a la cuadra y me senté a pensar, con Platero.

(De 'Platero y yo', nº LXXXI)

Nos ha recordado la muerte de nuestra madre un día de septiembre. No lo hemos podido evitar.