viernes, 25 de enero de 2008

miércoles, 23 de enero de 2008

Un Poema de Dennis Brutus: Cartas a Martha (1-11)

1


Tras la sentencia
mixtos sentimientos:
mórbido alivio,
el lastre de los días por delante
aprensión—insinuaciones de brutalidad
con honduras de significado íntimo
exultación—el sentido del reto,
de confrontación,
vago heroísmo
mezclado con pena de mí mismo,
temperada al recordar aquellos
que aguantaron mucho más
y aguantaron...

Tomado de: http://belatreides.typepad.com/africa_log/)

viernes, 18 de enero de 2008

José Mª Amigo Zamorano: Mejor, mujer, mejor

-¡Mamá, ven!

La llamaron en el momento más inoportuno.

-¡Vaya!... ¡Ahora!... ¡Qué fastidio!

Le había pedido una fotografía. Y, claro, se sentía alagada ante tal petición. Ya con anterioridad le había pedido otra. Pero, ahora, esta vez, lo tomó como... No sabía explicarse... Estaba conmovida. Sin exagerar. Sería porque lo había tratado un poco más. No es que le importara ese hombre para nada ilícito. No.

Bueno, según como se entienda lo malo, lo ilícito. ¿Es ilícito charlar con una persona de lo divino y de lo humano?... Porque si lo era... Entonces, si, estaba cometiendo actos pecaminosos. Si se entiende como deseo de deleitarse, de gozar, retozar, de revolcarse carnalmente y de forma clandestina, pues no, en absoluto. Eso pensaba, al no entender ella otras ilicitudes. Incluso para esos deseos de amorosa carnalidad, cada vez se inclinaba más... a que... ni siquiera para eso... era malsano o pecaminoso. Cada uno es libre de... El ansia de ser libre estaba cambiando sus puntos de vista. Pero no, no se le había pasado por la imaginación semejante transgresión.

¿No o si?...

Tal vez... en una ráfaga de esas que pasan tal velozmente que no llegan a la conciencia. Tal vez... Si bien, en eso había que ser muy claros. Y ella lo era: no lo conocía, personalmente, casi de nada. Y presencialmente, menos. Algunas charlas que no iban encaminadas mas que al puro deleite intelectual, por tanto nada escabroso había tratado hasta ahora. Sin que, ella, todo hay que decirlo, se hubiera encerrado en no tratarlas. En absoluto. Y se lo había dicho expresamente. Solo que así, de buenas a primeras no podía traslucir sus sentimientos y deseos íntimos. Sería como desnudarse ante una persona apenas conocida. Y de eso nada.

Poca importancia tenía lo hablado... Bueno, poco... Se daba cuenta de que no era del todo exacto: si que era importante para ambos, al menos para ella. Para él también. No lo afirmaba en balde: comenzaba a conocerlo. Amable, culto, de buen humor... Estaba a gusto con él. De tal manera que, algunas veces, le costaba despegarse de su lado. Le enseñaba cosas, mayormente de literatura. Y ella quería aprender. Eso no era malo. ¿O si?. Y conocer de todo. Ir algo más allá del estrecho círculo en el que se movía. Tenía 'hambre de espacio y sed de cielo', como se expresó el poeta nicaragüense. Y él y otros le estaban abriendo firmamentos insospechados.

-¡Mamá, me has oído!

-¡Ahora voy, pesada!

Y, precisamente ahora, le llamaba su hija. ¡Pues que esperara! Que esperaran sus labios, los de su hija, que esperaran. La quería para que le pintara los labios. Seguro. No eran como los suyos que los tenía menudos. Aparecían ahí, en la foto que le acaba de pedir. Se la había enviado. Con naturalidad. Sin prevención. Quizás con la vanidad, con el orgullo de que un hombre deseara tenerla. ¿Para qué negarlo? La había puesto en el lugar preciso.

Se contemplo en ella. ¿Para qué la querría? Tal vez para hacerse una idea de con quién hablaba. Una referencia gráfica. Porque para qué otra cosa... Bueno, a lo mejor, le había gustado... '¿Se habrá enamorado de mi?...'

Se le subieron los colores a la cara. Se puso roja como un tomate. Comenzó a sudar más de lo que ya de por sí sudaba. Hacía un calor... Si era así, si se había colado por ella, ya se cansaría de esperar. Ella tenía hombre. Un varón que le había dado hijos.

Volvió a mirarse. Reconocía que no era un tipo de hembra rotundo. Pero no estaba mal. Ojos sonrientes, le había dicho él. Bueno... Labios finos. Eso si. Y se pasó la lengua por ellos. Sintió un cosquilleo agradable, placentero. Se los tocó con los dedos imaginándose acariciada, como antaño. Cuando la ardiente carne ardía por el espermaurgente. Hace años.

Y... ¿por qué hace años?... ¿Es que ahora ya no sentía?... ¿Era un corcho?... ¿Insensible? Acarició su cuerpo desde la cara hasta las muslos. Sudaba. Mucho. Se abrió de piernas para que el poco aire oreara la parte de los genitales. Acarició su vulva e inmediatamente cerró sus piernas mirando en derredor. Por si alguien la pudiera haber observado. ¡Qué tontería! Si estaba sola.

Fue un movimiento instintivo, al acordarse, como se acordó, de aquella tarde en la playa: se acuclilló para limpiarle la cara a su hija que se había manchado de arena. Y su hija mientras la limpiaba se reía señalando con el dedo en una dirección. Era un mendigo arrodillado que mirada su entrepierna. Y es que al inclinarse sobre el suelo, había abierto demasiado sus piernas y el mendigo, con la boca abierta y los ojos abiertos como platos, se tocaba sus partes viriles. Un asco invadió su cuerpo y plegando sus piernas le llamó la atención. El mendigo se dio la vuelta riéndose y se marchó.

Se negaba a arrinconarse en la vida hasta el extremo de clausurar todas las puertas. Quería saber, ansiaba abrirse a nuevas ideas, sensaciones, placeres... Se rebelaba ante esa perpectiva de cerrarse como una almeja al mundo exterior como había hecho con sus piernas. Quería ser libre. No en todos los sentidos. No una libertina. No quería romper ciertos tabúes. No. Ni era casquivana, ni ligera de cascos, ni calentorra. Aunque, bien pensado, a nadie le amarga un dulce. Se rió. Pero no, no lo era. De hecho, no le gustaba emperifollarse: ni se pintaba los labios, ni iba continuamente a la peluquería... Si bien tenía que decirse, a si misma, que eso no era malo. No, no lo era. Tenía que reconocerlo. Si, pero es que... ella se sentía mal. Como si añadiéndose cosas, no fuera ella, sino alguien artificial. En eso... quizás tuviera la mente muy estrecha...

Este pensamiento, dudando de sus principios más profundos, se le ocurría ahora, cuando se miraba en la foto como si ahondara en ella misma. Tal vez fuera muy pacata, muy estrecha, 'eres una puritana' le espetó una conocida suya una vez. Entonces se enfadó y la mandó a freir espárragos. En cambio, en este momento... Porque tenía que llegar ese momennto, lo sabía, se estaba cuestionando todo o casi todo en la vida...

Si, la vida, esa era la realidad; insistía en ello al darse cuenta de que había empezado con algo etéreo, con palabras: poesías, novelas, filosofía... como si constituyeran algo aparte, un mundo aparte, separado de la vida corriente por un muro... Se estaba dando cuenta que no, que si latía con una novela o poesía o... es cuando estaba construido por lo cotidiano de la vida como es comer, amar, mear, odiar, joder, besar, cagar, acariciar... eso, todo eso, era la vida: sin despreciar lo que consideraba prosaico, burdo... Lo descubría ahora como lo más genuino... a pesar de que ya Cervantes, en el Quijote, lo destacara.

-¿Te pasa algo, mamá? Tengo que irme de paseo.

-Bajo enseguida.

Otro recuerdo le asalta: aquel joven universitario, compañero suyo de carrera, que le explicó, quizás para provocarla, cómo el placer y el dolor estaban íntimamente unidos y se lo demostró de una manera muy escatológica explicándole que, cuando iba al servicio y plantaba el culo, así le dijo, 'el culo', en la taza del water, 'cuando te sale la mierda por él', a ella le repugnaba esa forma abierta de hablar porque era como si la estuviera desnudando para mostrar sus partes más íntimas, 'sientes un dolor entremezclado de placer y luego, recónocelo, te siente a gusto, muy a gusto, cuando expulsas lo que te sobra del cuerpo'. '¡Ves!', le espetó, 'cagar no es malo, es un placer. Solo contemplas un aspecto de la vida. No eres dialéctica'. Le viene a las mientes la conversación de ese compañero con toda su profundidad y colorido. ¿Qué sería de él?...

Volvió a oir cómo la reclamaban. Esta vez era el marido quien apremiaba su inmediata presencia. Bajó al salón de la casa, que estaba en el piso de abajo, con harto dolor de su corazón. Sabía que, en realidad, era su hija quien la reclamaba. Y, efectivamente, allí estaba con su novio y su marido, que acababa de comer y tenía un vaso de wiski en la mano. Se sentó cerca de su hija que, en esos momentos, se pintaba los labios. Bromeó con ella y cogiéndole el pintalabios se propuso terminar de perfilarle bien el colorido rojo sangre en sus labios. Que era lo que ella quería, por eso le había llamado. Los miró antes de comenzar la tarea. Eran menos finos que los de su madre. Tenían un poco de la carnosidad del marido. Luego, una vez terminada la pintura, le puso el espejo delante de la cara para que viera el resultado. La hija se miró al espejo y pasándose la lengua por los labios puso cara de satisfacción.

En un arranque de agradecimiento y de broma besó a su madre en los labios impregnándoselos de carmín. Esta se pasó la mano por ellos para quitarse la pintura y, mirándose en el espejo, cogió una servilleta de papel con el ánimo de no dejar rastro rojo del carmín.

La hija le dijo:

-No, mamá. Te sienta bien. De verdad. Verás... Estate quieta

Acercó el lápiz rojo a los labios de su madre que temblaban ligeramente. Esta se dejo hacer. Si bien miraba a su marido de reojo que seguía como abstraido con el vaso en la mano.
No era nada propicia a bromas ni arrumacos con un marido que siempre estaba serio. Ni ella tampoco era nada proclive a pintarrajearse, como ya se ha dicho, al considerar, como consideraba, que no tenían nada de natural semejantes aderezos. Pero, en esta ocasión, se hallaba predispuesta a romper con la rutina de la seriedad, con costumbres heredadas o tabúes estúpidos, reminiscencias de tiempos antiguos, pretéritos, ideas desfasadas que el tiempo iba arrinconando. De modo que, cuando su hija y el novio se retiraron, le dio un arranque, nacido, quizás, de las reflexiones surgidas mirando la fotografía que él le había pedido; o ni tan siquiera nacida de nada, sino un impulso irracional, un pronto, un... que a toda persona da, sin necesidad de urgar en motivaciones de ninguna clase. Por eso se llaman prontos: arranques nacidos... ¡vaya usted a saber de qué!

Se acercó al marido, cara sonriente como siempre, contoneándose:

-¡Mira! ¿Me ves algo raro?

-Si. Te has pintado los labios.

-Déjame que te bese.

-Anda, mujer, quítate esa pintura. Pareces una fulana.

-¿Tu hija es una puta?

-No es eso... Pero a tí... Es mejor, mujer... Es mejor que te lo quites...

-¿Mejor, mujer, mejor?... No sabes lo que dices... Verás...

Le cogió la cabeza de él. Le acercó sus rojos labios y lo besó en la boca. Sonoro beso que, a él, le sonó demasiado ruidoso. Luego, bajó sus labios hasta el cuello de él, rozándoselo suavemente. Casi con pasión. La miró extrañado. No entendía a su mujer. Tomó el gesto, la caricia, falso. Todo falso. Una comedia. Y como no parecía querer desprenderse de él, tuvo la idea de darle una lección. De tal manera que no volviera a disfrazarse de colorido tan poco apropiado a su situación.

-Que si, que es mejor, mujer... mejor que te quites esa máscara... Y sino verás...

La cogió por la cintura con un brazo y con la mano del otro le fue levantando la falda, poco a poco, mientras acariciaba los muslos. A ella le entró un cosquilleo que recorría toda su columna vertebral estremeciéndola. ¡Ah! suspiró. Aún era deseable. Recordó la petición de la fotografía. Y lo tuvo, de repente, todo claro. Le había gustado a su reciente amigo. Pero ella tenía a su hombre. ¡Vaya hombre! Pronto sería penetrada. Y comulgaría con el universo. Se apretó más y más. De improviso, el marido apretó sus órganos genitales de una manera salvaje haciéndole daño. Se quejó de dolor. Se dobló del daño. Y se separó de él con la cara blanca como la nieve.

-Si no quieres que te trate como una cualquiera, quítate esa mierda de los labios que estás mejor sin ese color rojo. Mucho mejor, mujer, mucho mejor. Donde va a parar...

Con la cara aun congestionada por el sufrimiento, lo miró como a un ser extraño. Reculó pasándose el dorso de la mano por los labios, con fuerza. Se dio la vuelta. Abrió la puerta del lavabo. Se miró en el espejo demudada y comenzó a llorar.


jueves, 17 de enero de 2008

Grafiteclando

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jueves, 3 de enero de 2008

Jacinto Barrios, principal animador de Radio Pekín

Los españoles que fundaron Radio Pekín

Xulio Ríos (*)
La Insignia.
China, octubre del 2006.

Se han cumplido cincuenta años del inicio de las transmisiones en español de Radio Pekín, la mítica emisora, junto a Radio Pirenaica y la BBC, que animaba las búsquedas diexistas de la posguerra. En la capital china se ha recordado recientemente este evento, en el cual se ha destacado la importante labor desempeñada por sus iniciadores, un reducido grupo de comunistas españoles llegados de Moscú. En el acto participaron muchos representantes diplomáticos de países de América Latina. Pero nadie representó a la embajada española, ni siquiera al flamante Instituto Cervantes de la capital china.

Corría el mes de septiembre del año 1956. El grupo de españoles ya había llegado en mayo del año anterior, atendiendo una petición cursada por el Partido Comunista de China y dirigida al Partido Comunista de España. En Moscú, Dolores Ibarruri, decide enviar a China a un grupo de cinco personas formado por Jacinto Barrios y su esposa, Pura Aznar, Kety Rodríguez y su hermana, Irene Falcón, y Teresa Barzana. Irene regresaría a Moscú en agosto de 1956, en el mismo avión que llevaría de vuelta a La Pasionaria después de participar en el VIII Congreso del Partido Comunista de China.

Por aquel entonces, la radio era un medio de comunicación privilegiado y se convirtió en el primero en elaborar información en español. Ni siquiera la agencia de noticias Xinhua contaba con un servicio en este idioma. Las preferencias principales eran el ruso, el inglés o el japonés. La radio se convertía en el mecanismo esencial para hacer llegar al mundo la identidad de la Nueva China, la proclamada por Mao solo siete años antes desde la tribuna de Tiananmen. Por eso, Radio Pekín nunca fue concebida como un instrumento de apoyo a los exiliados republicanos, sino como una voz divulgadora de los nuevos tiempos que amanecían en Oriente. Los contenidos se referían a asuntos exclusivamente chinos, redactados por los periodistas de la sección central de la Radio, originalmente en chino, y después traducidos a las diferentes lenguas.

Pero casi nadie hablaba o comprendía el español. El primer lustro de Radio Pekín se inició en la más absoluta precariedad. Yao Yuexin, la primera china del grupo, no hablaba español. Era traductora de ruso. Ella leía en ruso los artículos escritos originalmente en chino para que Kety Rodríguez los mecanografiara directamente en español. Eran "dos cabezas y cuatro manos", como recuerda con gracia ahora. Tanto Jacinto, como Pura, Irene o Kety hablaban un ruso excelente. Tereza Barzana, entonces con poco más de veinte años, se había educado en Moscú y hablaba más ruso que español.

Jacinto Barrios, asegura Yao Yuexin, fue el alma de aquella empresa. Locutor, traductor, reportero, con una gran vocación por el trabajo y no menor entusiasmo, fue capaz de armar un equipo donde nada había para construir, parafraseando las palabras pronunciadas durante la primera emisión, "un puente volante capaz de unir océanos".

A los dos meses de llegar a Pekín se constituyó la sección preparatoria de lengua española del departamento exterior del Buró de la Radiodifusión Central. Las actividades se iniciaron reuniendo materiales diversos, tanto escritos como sonoros, planeando programas, contactando con personalidades de interés, etc. El lugar de trabajo no podía ser mejor, un siheyuan, la típica residencia cuadrangular china, sita en el hutong Ma Hua, en el distrito Este de la capital. En octubre de 1955 se incorporaron al equipo Yang Linchang y Pang Binan, dos estudiantes de español, que permitieron dar un considerable impulso a los preparativos (Pang llegaría a ser vicedirector de Xinhua). Barrios los preparó a conciencia en la traducción y la locución, e incluso les ayudó a mejorar su mecanografía. Más tarde, en enero de 1956, llegaba de Francia, Cheng Renkang, que conocía bien el español y se convirtió en el único chino del grupo capaz de traducir directamente del chino al español. Anteriormente, el idioma franco del grupo era, exclusivamente, el ruso. En abril de 1956 se formó la redacción, integrada por Kun Tinmen, Jacinto Barrios e Irene Falcón, dando inicio a la transmisión en régimen experimental. En septiembre se lanzarían los primeros programas con las voces en antena de Jacinto y Pura, su esposa, en media hora de programación que consumía jornadas enteras de dedicación de los nueve integrantes del equipo (Irene ya había regresado a Moscú en agosto).

Todos ellos fueron abandonando Pekín a finales de la década. Primero Barrios y Pura. Después Kety, en 1960. Y, finalmente, Teresa, cuando ya las relaciones con la URSS se hallaban en fase de franco y abierto deterioro. A partir de entonces, la emisión quedó en manos de los propios chinos, quienes continuaron la labor iniciada por aquel pequeño grupo de españoles entusiastas, llenos de altruismo y comprometidos con el ideal de construcción de un mundo mejor. Más tarde llegarían especialistas de Chile y de otros países de América Latina.

"Nos ayudaron como si trabajaran para si mismos", recuerda emocionada Yao Yuexin, quien aún tararea algunas de las canciones que a los españoles les gustaba cantar cuando los fines de semana organizaban divertidas meriendas en el campo: "Hermosa villa de Luarca, que guapina vas a ser …". Barrios y Kety eran quienes llevaban la voz cantante en estos menesteres.

Chinos y españoles compartieron un proyecto común sin importarles entonces ni la nacionalidad de unos o de otros ni las condiciones materiales en las que podían desempeñar su trabajo. La solidaridad era entonces el vínculo más sólido e inquebrantable que pudiera imaginarse. Jacinto, el último del grupo en fallecer, escribió por última vez a Yao Yuexin en el 2002. Ella conserva sus cartas y su recuerdo con una devoción que en España, lamentablemente, sólo es olvido.

(*) Xulio Ríos es director del Observatorio de la Política China (Casa Asia-IGADI).

Jacinto Barrios sobre el Batallón Canarias

El segundo volumen de las memorias de la unidad militar


Para el presente libro, Méndez Ascanio se basa sobre todo en los escritos de Jacinto Barrios, que aportan datos sobre lo que significa la lucha del Batallón Canarias en el frente de Madrid, en el Alcázar de Toledo, la retirada de Aranjuez hasta formar lo que seria la defensa de la capital.

Otra de las fuentes para la investigación son los boletines del Batallón Canarias, titulado Canarias Libre, que se conservan en tres archivos: el Archivo Histórico Militar, en la Hemeroteca Municipal y el Archivo Histórico del PCE, todos en Madrid. Este boletín se publica desde el 15 de noviembre hasta el 19 de diciembre de 1936, unos 32 números.

Agustín Millares hace un expurgo, y estudia, lo que en un principio es una análisis sobre las memorias de Bernardo de la Torre, puesto que era su tío político, y que acaba convirtiéndose en una investigación, muy importante sobre el Batallón Canarias. El segundo volumen que publicará sobre este asunto va a tratar la rebelión que protagoniza el coronel Casado, uno de los jefes del ejército de republicano.

Casado, ya confabulado con militares y espías franquistas, llega a un entendimiento con Franco, de militares a militares, para entregar las fuerzas republicanas. Al principio los de la 8ª División impiden que esto suceda y Casado se refugia en el edificio del Ministerio de Defensa de Madrid, de donde es salvado por un grupo de marineros, atracados en el puerto de Valencia, quienes se lo llevan a Inglaterra.

Estará basado en las memorias de Jacinto Barrios, sobre la traición y entrega de la República, puesto que rinde un ejército de más de 800.000 hombres. Méndez Arozena apunta que un gran problema para dar una visión certera sobre este asunto son las escasas fuentes disponibles, y señala que una gran aportación que podría ampliar los conocimientos sobre el Batallón Canarias son las memorias noveladas que escribe Julián Henríquez Caubín, referidas a sus experiencias durante la Guerra Civil.