martes, 28 de abril de 2009

Iswe Letu: Un viaje de ida y vuelta a Las Navas

Luego que la conociera en la presentación de un libro y tomaran unos vinos por tascas de Madrid, se interesó por Las Navas del Marqués. Por eso se llegó hasta la villa serrana. En fiestas.
Reconoce que lo suyo no son las llamadas fiestas 'populares'. Destaca lo de 'popular' porque no es el pueblo quien las organiza sino conspicuos caciques locales.
La asistencias a estos sucesos lo hacía casi siempre obligado. Y al poco de llegar al lugar que fuese ya estaba apartado del jolgorio, del bullicio, perdiéndose por calles o callejas que nadie, o pocos, hollaban en tales momentos. Y siempre acompañado de sus ensoñaciones. A Las Navas del Marqués llegó voluntariamente sin que nadie le empujara.
-Bueno, se dijo para si, siempre hay algo que te incita; en este caso la moza y el conocido romance tradicional castellano que se conservaba en la localidad, Gerineldo; que allí llaman 'baile de tres'; un poco verde en su tiempo: '¡Gerineldo, Gerineldo! / ¡Gerineldito pulido! /Quién te tuviera esta noche / unas horas a mi albedrío'. Si. Quien te tuviera unas horas a mi albedrío. Pues eso... Aun tiene su verdor.

El romance navero parece que lo descubrió, según le dijo la chica, Menéndez Pidal. Le recitó algunos versos. Y los declamaba con ardor. Quizás empujada por el romance. O eso es lo que él creyó. Unos días después leyó el programa de festejos que, por lo que se ve, le había dado ella... Pero no recordaba el momento... Sabe, es cierto, que llegó un poco mareado a casa... Subrayó lo interesante o curioso según su punto de vista:
1er. día: concierto de la banda municipal 'que dirige el competente maestro Saulo Sánchez'. 2ª día: 'Repique de campanas, disparo de bombas y alegre diana; tradicional Asamblea de la Archicofradía presidida por el Presidente Perpetuo, el excelentísimo S. D. Manuel Delgado Barreto'. 3er. día: Concurso de belleza y fealdad con premio a la chica más guapa y al chico más feo. 8º. día: Carrera de burros y 'baile de tres'. 9º. día: Comedia titulada '¡Pase usted la jaca, amigo!' y un entremés de D. José Jackson Veyán. 'El producto de la fiesta se destinará a los pobres de la villa'.
-Por cierto -se preguntó al leer lo de Delgado Barreto- que hace por Las Navas este destacado fascista, provocador y gracioso de pacotilla. Recuerdo que el otro día venía en su periódico un artículo referido al poeta Lorca con el título 'Federico García Loca' ¡Qué cabrón! ¡Vaya personajes que andan por ahí!
Estuvo dudando en si ir o no ir. Al final cogió el tren. Llegó el 4º día. A las 5 de la tarde, como en el poema de García Lorca. Y a esa hora había algo en plaza de toros: un émulo de Kronne 'presentará su colosal Circo en el cual figurarán las más terribles fieras y los más acreditados' tontos, pollospera y...'

-Conmigo que no cuenten.
Se hospedó en la fonda La Florida de la Calle Real. Paseó por la rua principal llena de chiringuitos y abarrotada de gente. Sobresalían por su corpulencia y elevada estatura los emigrantes rumanos. Rubios y de mofletes sonrosados. Al poco se desvió del bullicio general y se vio paseando por calles o callejas solitarias. Recuerda que, en una pared pintada de azul, ponía 'Mezquita de la Paz'. De su puerta salían, supuso, devotos musulmanes: tez bronceada, pelo y bigotes negros y algunas barbas floridas. Siguió adelante deteniéndose un poco en un espacio que consideró recoleto, agradable, solitario como él. Plaza del Velón ponía. Y estaba rodeada de dos casa abiertas, dos cerradas y un muro casi cubierto de enredaderas, tras del cual trepaban hasta el cielo algunos árboles.
Se acostó temprano y tuvo un sueño del que sacó la conclusión, nada original por cierto, de que en la información que nos dan muchas veces esconden la verdad con inconfesables intenciones. Sueño que, al día siguiente, estando en la esquina de la avenida principal con la de Antonio Peña Segovia, le venía a la memoria de cuando en cuando, mientras miraba el ajetreo de las gentes. Iban llegando carretas y mas carretas engalanadas y burros enjaezados; quienes, más tarde, según el programa, emprenderían camino del Valladar que debía ser un lugar del término municipal. Allí habrá comida, según el folleto. Comida, si, pero 'el que la lleve o la haga y ya se sabe que el que la hace la paga'. No se queda esa cabalgata con el solo condumio, no. Anuncian 'bailes, gallinita ciega, cuatro esquinas, partidas de mus, pesca de merluza y demás entretenimientos campestres'.
Este espectáculo le aburría. Lo que buscaba no aparecía. Y para ir el romance, para el 'baile de tres', faltaban dos días que le iban a resultar eternos. Se estaba arrepintiendo de haber ido. Junto a él se arrimó a la pared un numeroso grupo de marroquíes, o argelinos o... vete tu a saber: en resumen: moros o árabes. Al que se juntaron otros tantos coterráneos saludándose con la mano uno tras otro. Un buen rato. Siempre le había chocado esos gestos tan ceremoniosos o protocolarios. Quizás fueran propios de su cultura o de la alegría de verse con otros miembros de su patria en tierra extraña. La cabalgata inició su marcha y él se dirigió a una calle paralela a la principal. Juan Fernández Yagüe se rotulaba. Parece ser que fue un cura este señor. Entre fascistas y curas está lleno el pueblo.
El día estaba fresco y pasó a la acera de la derecha que daba a la solana.
-Me calentaré sin quemarme.
Lo decía por el sueño, que ahora volvía a sus mientes. Era un sueño que, como siempre le pasaba, el principio se le hundía en una nebulosa de inconcreciones, de detalles poco precisos, algo cierto que se le escapaba y al mismo tiempo creía saberlo. Palpaba el suelo porque había peligro de que se le calentara en exceso. Y muriera achicharrado alguien. En concreto su madre. Y no solo su madre. Su madre quien, por cierto, estaba en un lecho o en una cama. Continuamente acudía a tomar la temperaura. Comprobaba, inquieto que, efectivamente, quemaba. Sabían que cocía la tierra. Se levantaba en burbujas. Hasta que una vez, comiendo o cenando, la televisión revela el misterio: estaban en zona propicia a movimientos sísmicos. Se dijo que, al excabar, habían descubierto la lava a flor del aire y se habían dedicado a taparla con un bloque de hormigon. Y así la habían dejado. Es decir estaban encima de un infierno y serían condenados. Si nadie lo remediaba. Aunque los sueños parecen siempre, o casi siempre, ilógicos, los suyos no tenían un desarrollo completo de trama. Solo jirones. Lo que le dejaba confuso.
El aire movía las ramas de los árboles produciendo un sonido de caducidad. El verano se terminaba. Miró al fondo de la acera. Nadie. Hasta él llegaba, eso si, el rumor sordo del gentío pero como acolchado. Por lo que estaba a gusto. Y el sol bañando su cuerpo de calor ayudaba a este estado de bienestar.
-Por una de estas casas, pensó, vive la madre de Concha Barbero de Dompablo. No todo son curas y fachas.
Una escritora que conocía y había escrito un libro, 'Palabras para el bienestar'. De una linealidad, sencillez y claridad admirables. A lo largo de la acera había bastantes poyos. Se sentó en uno que tenía forma de sofá, con respaldo inclinado y todo. Solo faltaban los brazos. Miró a izquierda y derecha. Nadie. Por la acera de enfrente, por la umbría, caminaba un hombre, andar cansino, rostro triste, cabeza calva, bronceado. Recordó haberlo visto salir de la mezquita. Lo siguió con la vista. Se fijo en la cruz gamada pintada en la pared. Sus brazos parecían uñas. Aunque él nunca supo en que dirección tenían que tener los brazos de la cruz, si se dio cuenta que parecían unos brazos crispados. A continuación se leía una pintada: 'En esta calle las piedras son más duras que el alcalde'.
El hombre se alejó. Y el sentado caminante cruzó los brazos. Se apoyó en la pared. Cerró los ojos. Así debía ser la vida: ajena a conflictos. Un mundo donde el sol calentara los cuerpos llenándolos de bienestar. Un estado de placentera bonanza. Para recitar a Porfirio Barba Jacob: Y hay días en que somos tan plácidos, tan plácidos, /niñez en el crepúsculo, laguna de zafiro /que un verso, un trino, un monte, un pájaro que cruza, / y hasta las propias penas nos hacen sonreír...' Puro espíritu. Sin nazis, ni racistas, ni caciques. Bogando con barcaza por un mar en calma chicha. Se dejó llevar por olas de mansedumbre, hasta que unos gritos le sobresaltaron logrando que sus ojos se abrieran a la cruda realidad de un mundo sin firmamentos angelicales.
Los gritos siguieron, aunque menos fuertes. Luego el silencio, la paz, volvió a la calle Juan Fernández Yagüe. El cura siguió su sueño eterno sin más molestias. El eco de la cabalgata emigró. Se levantó del poyo siguiendo su andadura acera adelante. ¡Aun dos días hasta contemplar el 'baile de tres'! Y sin un conocido con el charlar. No había calculado bien el viaje. El pueblo era pequeño, pero no tanto como para encontrar fácilmente aquello que buscaba. Aparte de que, si tuviera que describirla, tampoco sabía. Por no acordarse... no se acordaba ni que le había dejado el programa de fiestas. Ni su nombre. Se sentó en otro poyo. Este, si, tenía brazos. Uno solo. En la parte derecha. Un poyo cuyo brazo hacía esquina con una calleja. Calleja que atravesaba la calle y continuaba hasta la avenida principal. Ya apenas pasaba nadie. Estarían todos camino del llamado Valladar. Y él aquí solo. Bueno solo no, más adelante estaba una mujer sentada en otro poyo con una maleta al lado. Sola como él.
-Esperará a alguien -pensó.
En este tramo de la calle había varios poyos, separados por escaleras de entrada a las casas. Y dos de estas escaleras estaban artisticamente adornadas y pintadas de un marrón claro tirando a naranja. Un sencillo apéndice arquitectónico, este de los poyos, cuyo fin era el descanso a la atardecida, incluso a la noche, en los veranos, en charla amigable con el vecindario. Eran terrazas para la gente del pueblo. Unos sillones pétreos pero que, con una almohada, dejan su dureza. Poyos donde se fraguaron amores. Poyos donde se tramaron traiciones. Poyos donde se criticó o se ensalzó la labor de gobernantes nacionales o municipales. Poyos donde se recitaron poesías o se contaron chismes o chistes. Donde se derramaron lágrimas. O se prorrumpieron carcajadas. En fin, terrazas donde se esperó a la muerte.
Habían pasado varios vehículos y la mujer seguía sentada. Con su maleta al lado. No debía ser del lugar porque sino estaría en marcha camino de la romería. ¿Qué haría allí? Parecía un poco triste. ¿Triste? ¿Desde donde él estaba había captado su estado anímico? ¿Que datos tenía para hacerle sacar esa conclusión? Ninguno. No eran muchos metros, pero, aun así, no podía ver su rostro con claridad. Fantasmas de su imaginación. Siempre con sus ensoñaciones. El silencio ahora era casi total. Excepto el rumor de las hojas de los árboles, nada enturbiaba ese silencio. De las casas, todas con las ventanas cerradas, no salía voz alguna. El pueblo se había vaciado en romería.
Miró hacia la mujer. Seguía impertérrita. Mirando al frente. A la calzada. Y con la maleta al lado. De pronto, él se dió cuenta de algo golpeándose en la frente:
-¡Claro! La han echado de casa. Los gritos decían: '¡Que te vayas de una puta vez, coño! Claro...
¿Y a él qué le importaba? Nada. Absolutamente nada. Aunque... nada nada... esa indiferencia no era, precisamente, la base por la que se guiaba. Ni siquiera era una característica de la cultura que había mamado. Los quijotes -podrán reirse los que lean esto- eran semillas sembradas en los campos de España. Y era español. Y a mucha honra. Y con eso no quería transformarse en un nacionalista, no, pues ese quijotismo fue elevado a categoría de generosidad universal desde que Cervantes lo pariera. Todos los pueblos del mundo lo tiene como suyo. E incluso poseen su quijote particular. Sin ir más lejos el poeta martiniqués, Aimé Cesaire, había dicho (y eso que su morada, en las Antillas, estaba alejada miles de kilómetros del hogar patrio español y separado, para más inri, por el mar océano) aquello tan quijotesco:
-"Y sobre todo mi cuerpo y también mi alma, guardaos de cruzar los brazos en la actitud estéril del espectador, pues la vida no es un espectáculo, un mar de dolores no es un proscenio, un hombe que grita no es un oso que danza..."

-Asi que -se dijo- levanta el culo de ese poyo. Y acércate a apoyar o a animar o a consolar a esa dama que, allí, triste, se ve. Tienes suficientes datos, suficiente información. No como en el sueño...
Apoyándose en esa apoyatura, se dirigió a la mujer que seguía sentada pocos metros más allá. Llegando a su altura, su timidez le empujó a pasar de largo y contestar débilmente al saludo de ella.
¿Qué mas quería saber? ¿Qué necesitaba para darse cuenta de que la pobre mujer se sentía sola y abandonada? Advirtió que el saludo quería decir algo. Era una invitación a que socorriera su desgracia. No podía permanecer indiferente en actitud de un espectador. Ni hablar. Era una cuestión de principios. Dio la vuelta. Se acercó, La miró. Y le dijo:
-Hola... Perdona que pasara de largo.
-Creí que no me habías conocido.
-Tu cara me resulta conocida.
-¿Conocida? Pero, tú de qué vas, tío.
-No sé... que quieres decir.
-¡Vamos ya! No te hagas el listo conmigo.
-Es que no sé...
-Nos conocimos en Madrid. En la presentación de libro de José Esteban.
-¡Claro!... Y el de Urbano Blanco Cea.
-Y pasabas de largo. ¡Joder! A pesar de aquellos vinos que nos tomamos...
-Recuerdo que me hablaste del 'Baile de tres'...
-¡Qué cabrón! Se hace el despistado... ¡Joder!... ¿Que coños haces en mi pueblo?... ¡Aquí no queremos a los tíos como tu! ¡Te enteras... contreras!
-¡Bueno, bueno!... ¿Pero a ti que te pasa? Yo te estaba buscando. ¿Qué haces con esa maleta?...
-¿Me buscabas a mi?... ¡Que risa!
-En serio. Te lo digo en serio. ¿Te ibas de viaje?
-Vale vale. Has dicho bien: me iba... a Madrid. Ahí viene el Sindo.
-¿Quién es Sindo? ¿Tu novio?
-¿Mi novio?... ¡Si seré gilipollas!... No, es el conductor del autobús.
-¿Gilipollas?... ¡Que cosas!...
-Perdona.
-¿El coche va a la estación?...
-Si. Hacia allí se dirige. ¿Te vas?...
-Me vuelvo a Madrid. Aqui ya no tengo nada que hacer.
-Yo me quedo. Tampoco tengo ya nada que hacer en Madrid.

martes, 7 de abril de 2009

Émile Hologudú: Libertad

Libertad
de Émile Hologudú

*

los blancos esqueletos
de los
navíos
buscaron desesperadamente
la isla visible y su dorada bruma,
la isla nativa de la insurrección,
parada, en la noche de las más trágicas aventuras,
fuimos sacudidos
por las alas del mismo infortunio,
la discordia
no había arrastrado hacia nosotros las arenas.

de
su evidencia,
la exuberancia aún duraba sobre la bahía bienaventurada
el día que hicimos largos funerales
a las cosas
que había que enterrar...

*

Émile Hologudú
(Traducción de Rogelio Martínez Furé)