Hace tiempo que ya nadie cree en milagros. Y el que iba derecho al paritorio, claro, estaba dentro de esa incredulidad general.
Mientras caminaba hacia la habitación se miró a un espejo que había a su derecha: su rostro era ya de por si pálido, pero hoy estaba más de lo normal. Pensó que sería por la emoción. Iba a ver a su primer hijo. A tocarlo.
Al abrir la puerta, su mujer mas blanca de lo habitual, ojos azules, mejillas arreboladas, temblando de emoción, tímidamente, se lo entregó en sus brazos. Lo miró y remiró. Su carita sonreía con luminosa ternura.
Esto si que era un milagro, pensó conmovido. Su hijo era un milagro. O... o un simple atabismo. No en vano Africa es cuna de la Humanidad.
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