domingo, 17 de junio de 2012

José Mª Amigo Zamorano: Le apodaron 'Cagasangre'


 El Cagasangre

"- ¿Se sabe alguna otra cosa de su conducta aquella noche?
- El novio sudaba mucho y parecía enfermo.
No conozco exactamente sus reacciones y demostraciones.
(...)
- ¿Y qué conjeturas se hicieron?
- Claro está que se habló de impotencia."

(De la novela "No sé" de Eusebio García Luengo; Editorial Anthropos; capítulo X; páginas 58, 59 y 60; Colección: Memoria rota 'Exilios y heterodoxias')

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1) Corbata

Fue en septiembre.

"Virgo y Balanza se reparten este mes y, en correspondencia mitológica, Astrea hija de Zeus y Themis, hermana de Pudor, trajo a los hombres sentimientos de justicia y de equidad en la Edad de Oro, y marchó al Olimpo cuando aquellos se convirtieron en criminales"*.

Segismundo Amoroso, que no sacó conclusiones del entorno carnívoro donde desenvolvió su existencia gris, casi opaca, que conservó la inmaculada inocencia de su medrosa niñez, se mantuvo interiormente en desacuerdo y lucha permanente con sus deseos como si eso fuera tan trascendental, tan sumamente importante, que todos, absolutamente todos, los seres humanos estuvieran pendientes de su boxeo espiritual. Y, por mas que se sepa, a ciencia cierta, la inocuidad de tal conflicto en el ámbito mundial, nacional y provincial, e incluso que esa inoperancia, obviamente, tampoco iba a trastocar, lo más mínimo, al capullito de Puebla de Alcocer, no se puede esconder ese litigio, esa discrepancia entre lo que hizo y lo que pensó, ya que él era así; y porque no debe darse al olvido un desenlace que conmovió a mas de uno aunque no fuera más que el instante de un batir de párpado.

Segismundo era una contradicción plena, y, con respecto a sus anhelos más escondidos, más íntimos, más recónditos, semejante a las líneas paralelas que por mucho que se alargan nunca se juntan; caminaba partido y equidistante hacia la escisión final, hacia la desintegración fatal.

Así como dos imanes enfrentados por polos de distinto signo se juntan conformando uno solo -lo que para él podía ser evidente: madera de cajón de tabla de encina- para la realidad objetiva del mundo exterior, encarnada en sus convecinos, tal personalidad, íntimamente dividida en dos polaridades, aparecía como una sola, inconfundible e indivisible denominada, Segismundo Amoroso -- "Segis" para los exiguos amigos -- sin mas.

El desacoplamiento, no obstante, tenía que manifestarse por cojudo, por macho, ya que cuando a uno le aguijonean en su ego, salta como un muelle mostrando el poder que tiene esa esfera particular, individualísima, por demás importante, ya que no hay otra: los otros no existen llegado el momento de máxima carga eléctrica; y "Segis" saltó, sin duda: dio un brinco definitivo y se deshizo en mil pedazos.


2.) bramante

Casi amanecía en Puebla de Alcocer.

Despertó de repente quedándose sentado en la cama, como si acabase de salir del útero materno mirando alelado, como el tonto machadiano que mira con la boca.

La ventana, abierta de par en par, dejaba pasar, confundiéndolo, la tenue y burlona luz seminal del incierto amanecer, coloreando blanquecinamente las sábanas del lecho.

Fuera, donde las calles empinadas parecían tomarse a chirigota su varonía, el cántico de los grillos, última retaguardia del verano, contrastaba con el silencio de la habitación solo interrumpido por el respirar sosegado de la hembra que dormía en su cama.

Frotó los ojos con las manos y sacudió repetidamente la cabeza; y vibró, vibró como el golpe del martillo sobre el yunque con una nota dolorosa de sorpresa en las palabras por ella pronunciadas: "Por lo que se ve no te pareces a Neme en nada; pero en nada."

Miró largo rato a la mujer con el sonido de la frase metido aun en los sesos.

Con gusto yacería con ella, se encamaría con ella, se revolcaría con ella, desesperadamente, inclusive fue a tocar con la mano el hombro que sobresalía desnudo de la sobrecama; se para en mitad de la acción: los reproches, como martillazos, le machacaban la cabeza; retiró las sábanas con el mayor cuidado de que era capaz y descendió del lecho; hizo equilibrios de borracho -aún le duraban los vapores etílicos- para no caerse; se vistió a oscuras, en medio de la habitación, sin dejar de mirar a la hembra que dormía a pierna suelta en su cama.

Caminó hacia la puerta con paso inseguro; la abrió; y mirando a la cama, nuevamente, se fue; la puerta cerró no con la suavidad que él hubiera deseado, lo que le obligó a mirar hacia atrás con un cierto temor; luego se encogió de hombros diciendo para sí:

-- "¡A la mierda!: Me importa un bledo si se despierta".

En la calle se hizo aún más perceptible, mucho mas patente, esa iluminación equívoca, difusa, vaga, que, momentos antes, penetraba, con descarada desvergüenza, en la alcoba, iluminando el tálamo esponsalicio.

Su cuerpo, -que no alcanzaba la mediana estatura, cúrvase como una ce que los brazos caídos en desmayo convierten casi en un macaco-, se estremeció erizándosele el pelo negruzco; su rostro ovalado, se escaroló, obligando a cegar sus ojos negros, bovinos, que antes se movían de izquierda a derecha encerrados en sus celdas; mas, los abre enseguida, obligado por una vivísima impresión, casi real, de que le arrancan primero los testículos, y colocándolos sobre el yunque, se los machacan saliendo disparados los restos a estrellarse en las paredes de la fragua; después hacen lo mismo con la cabeza que se le quiebra, ¡crac!, como una nuez, esparciéndose los huesos por el suelo grisáceo, casi negro, del local mientras la masa cerebral resbala a ambos lados del yunque.

Se curva aún más, y con movimientos espasmódicos, cada vez más continuados, de su barriga, vomita; la cabeza le da vueltas; todo le da vueltas a su alrededor; las calles empinadas se tornan empinadísimas como un cipote emporrado.

Vuelve a sacudir la cabeza y la golpea con las manos, emprendiendo la marcha con un cierto titubeo, por la primera callejuela empinada que se le abría a su derecha.

3) lía 

Se alejó, fija la mirada en el suelo, arropado o desguarnecido, según como se mire, por la luz de esa hora entre dos luces; esa hora era su hora; gustanle las horas y tiempos ambiguos, turbios, oscuros; momentos y ambientes en que parece el universo realmente ilusorio, engañoso por demás; así, por ejemplo, le cautivaba el otoño cuando el brumazón, la boira, coloca una mascarilla grisácea a los seres y a las cosas: cendal que se cierne, se abalanza, cubre campos y metrópolis y, hasta lo mas sólido, lo mas compacto, lo duro, se convierte en delicado.

Movía los labios sin que se hicieran audibles las palabras que emitía impedidas por el golpeteo continuado de la fragua en su molondra. Cuando este se para, repite: "no soy como él, no soy como él, no soy como él", como por inercia siguiendo el ritmo de los pasos indecisos, vacilantes. A ratos levantaba la vista y miraba receloso - no hay nadie, puertas atrancadas, postigos cerrados, silencio, mucho silencio- unos momentos para volver a mirarse las entrañas que adornaba de amargura por haberse visto sin atributos: venía desde la eternidad a compartir una corona de espinas -una corona inútil- rematado su trajín de vida.

Proponía un pulso interior e inmediatamente temía a una mano y a un brazo, hasta cierto punto, mágicos; algo así como taumatúrgicos herreros africanos, ibos o bobos; y es que, como se aprecia, era él, el mejor expedidor de incertidumbres: recogía internamente moluscos selváticos, dientes de cocodrilo machacados, veneno de alacranes, y, en frondas rojas, ponía amapolas atolondradas por ensueños para terminar depositando una torre de canela en evacuatorio cimero: "no soy como él, no soy como él, no soy como el Neme", repite acompañando los martillazos que lo acobardaban y enloquecían; al tiempo que, apretándose las sienes con las manos, lloraba.

4) Cable

Prosiguió, costanilla arriba, dando traspiés de cuando en cuando. A poco se paró para izar la vista y se asustó, como un niño, de la casa que se elevaba frente a él.

Aún retiene en su memoria que tuvo que mendigar por las casas, "una limosnita por amor de Dios", durante días y días. Y a su remembranza acuden ciertas casonas, como esta, en cuyas fachadas imágenes feísimas le miraban burlonas sacándole la lengua, o le amenazaban con los ojos saltones y la boca abierta a punto de hincar los dientes, y le daban miedo, mucho miedo; hasta el extremo de acercarse, temblándole las piernas, con muchísimo cuidado, con suma cautela, al portalón mientras prendía sus ojos de aquellas gárgolas y, antes de tocar el picaporte, se santiguaba varias veces con prisa; en una de ellas -evocó- se asoma a la puerta un niño que desaparece asustado exclamando:

-- ¡Mamá, mamá!, ¡unos gitanos¡ ¡tengo miedo¡

Y poco después salió la dueña de la mansión:

-- ¿Qué quieren?

-- Ama, por amor de Dios, un mendrugo o corrusco de pan, que el Señor se lo pagará.

-- Dios le ampare, buena mujer - contestó y no les dio nada.
Conciencias piadosas les proporcionaron -a cambio de ciertos favores, como la recogida de cagajones por las calles- un cuchitril medio en ruinas en el que el frío, la lluvia y el viento se colaban, sin permiso ni adulación graciosa, inmisericordes, por grietas y oquedades de techos, paredes y puertas.

Allí su padre se puso a trabajar en lo que sabía: de zapatero remendón. 

5) Cabo


Sus progenitores habían venido, años ha, procedentes de un pueblo o cortijo denominado algo así como Amorós, en una provincia limítrofe de cuyo nombre no se acordaba, hostigados por el hambre.

Siendo joven, el padre de Segis, que era huérfano, se escapó del hospicio ganándose la vida, en principio, como criado de labradores; este trabajo de criado, de sirviente, se apalabraba -todo hay que decirlo- en las plazas de las ciudades, a principios de cada temporada, adquiriéndose como ganado -por cuatro perras, catre y comida - , a padres, tutores o a ellos mismos; uno de los veranos fue a Amorós, a la recolección de la mies, con una cuadrilla de segadores; al finalizar la soldada, el amo, que era alcalde del pueblo, lo contrató para el período de invierno.

Entre sus cometidos, en jornadas de inactividad que el crudo invierno provoca en las faenas agrícolas, estaba el de llevar colleras, albardas, cinchas, coyundas, y otros aperos de labranza, al zapatero para que arreglara los desperfectos causados por el uso en esos utensilios; allí, en días de lluvia y frío, en que, efectivamente, poco o nada se puede hacer en el campo, se pasaba las horas muertas en el taller del artesano conversando con él o remendando sus propias botas, o ayudándole en su tarea, mientras escuchaban el gemido del viento sobre el tejado de la casa o encogían sus cuerpos y sus almas contemplando caer la lluvia y la nieve sobre la calle desierta; allí aprendió el oficio de zapatero. 

Al morir de repente el artesano, y enterado el patrón de las habilidades del padre de Segis con la aguja y el hilo de coser media suelas, le propuso ejercitara el oficio de zapatero; poco tuvo que insistir el amo para que el padre de Segis trocara, por fin, la tarea de jornalero a cielo y campo abiertos por el currelo de remendón en zaquizamí cerrado.

Como se escapó del orfelinato sin la voluntad de sus regidores, no tenía papeles de nacimiento y nadie se los había pedido, al estar en el pueblo, como estaba, bajo la protección del señor alcalde, un rico cacique de aquel lugar; de manera que cuando decidió sacarlo a él, a Segis, de la inclusa, para adoptarlo como hijo, se puso como apellido "Amoroso" en recuerdo del pueblo o dehesa donde vivía. Y le pareció normal "amoroso"; bueno, a decir verdad, ni normal ni anormal, más bien no había reparado en su apellido, hasta que los niños de Puebla de Alcocer lo apedreaban insultándolo:

- ¡Amoroso, cara de mocoso!, ¡Amoroso, cara de tiñoso!, ... recordó alguno de los insultos.

Y si encontraron palabras terminadas en "oso" con que injuriarle, no paró ahí la cosa ya que también hallaron, en las pocas veces que iba a la escuela, el modo de avergonzarlo cuando pasaba lista el maestro "¡Segismundo Amoroso!" ... y ellos esperaban la contestación, obligada y ritual... "¡Servidor!", para reírse a carcajada limpia y a coro, quedándose él corrido y con el rubor tiñéndole de rojo el rostro.

6) Calabrote

Siguió avanzando calleja arriba en la tibia mañana envuelto por la dudosa claridad y por la neblina de los vapores etílicos.

Ya en las afueras del pueblo, se salió de la carretera para continuar campo a través, con el mismo paso inseguro, sorteando huertos y arrezafes; lo que no impidió que se cayera de bruces cerca de un escaramujo, se arañara el brazo y se manchara de barro ya que estaba la tierra blanda y pegajosa de la lluvia caída hacía dos días.

Se levantó maldiciendo su suerte: la infelicidad, como la bruma, le perseguía a todas partes.

Se sorprende de la tenebrosa oscuridad en la que se halla, pareciéndole recordar que cuando se levantó de la cama el día estaba más claro; no comprende... mira a todos los lados y alza la vista al cielo por si se estuviera nublado y no, no había apenas nubes; simplemente ha caído en la zona de sombra que proyecta el castillo. 


Un aparte: el castillo

(El castillo es "una poderosa construcción sobre roca, en la cima de la sierra" y "aunque ruinoso conserva sus muros de enorme grosor"* donde -y esta fue la muerte y resurrección de la fortaleza- el tiempo, vendaval que ululó en la techumbre arañando y desprendiendo briznas, se pudrió de ausencias. Y su espíritu flotó como un globo vacío por el cosmos. La soledad reinó sobre un paraíso sin parejas, ¡loado sea el señor dios de los ejércitos!.

Mas los huesos de su esqueleto, jincados en la tierra, resistiendo, se rieron del vacuo caminante. Y un ejercito de escarchas plateadas y anacarados rocíos se aposentó cubriendo la arquitectura secular. ¡Alabadas sean las huestes invasoras!

Poco a poco fue llenándose de barro la ausencia y el llanto. Luego las flores silvestres esparcieron su arcoirisada esperanza sobre el lodazal. Las aves de rapiña anidaron en la morada que entristeció el destino dispuestas a hundir sus garras.

Ya para entonces una procesión de sombras habían huido sin comprender jamás cómo, la primavera, en ese invierno, eran sus días convertidos en escudos de humilde sencillez.

Sin embargo, y parece mentira, una floresta musical de huecas cañalejas amuralla hoy a la víbora en el paraje en que reposaron, antaño, en tálamo fecundo, penumbras primaverales.

No fue fácil la andadura de la vida donde posó la nieve -y aún posa su manto real- ocultando los hediondos estercoleros de la misma manera que lo hacen las colchas o tapices multicolores en señaladas jornadas festivas.
Adán y Eva fueron expulsados del paraíso terrenal.

Impresionante fábrica donde, a principios de verano, los espinos, cardos, lampazos, abrojos y cañahejas cubrían, con su fronda, numerosas zonas, ocultando la tierra; adentrarse en ella era una aventura arriesgada para niños y mayores; ya que, por doquier, imprevistos pozos podían proporcionarles alguna sorpresa, sino funesta, si muy desagradable; o por los movimientos de alimañas que anidaban en cualquier parte y defendían, celosas y desconfiadas, su territorio de extraños visitantes.)

7) Andarivel

Hacia ese paraíso, siniestro a sus ojos, que se elevaba en la cumbre de la montaña como un dios decadente y ajado pero todavía poderoso, se dirigían, siendo niños, mitad polluelos timoratos y mitad gallitos bizarros, a trepar por las paredes, agarrándose a los salientes y apoyando los pies en las grietas y agujeros que el tiempo ha ido agrandando, para coger los huevos en los nidos de los pardales, cernícalos y otras aves y comérselos crudos.

El hambre vencía al miedo alegrando sus estómagos vacíos.

Si bien, siempre se cuidó, él, de ir acompañado de otros niños -entre ellos "Neme"- pues el griterío de todos ellos espantaba el canguelo del cuerpo que corría a refugiarse entre los paredones del castillo; sin que esto quiera decir que desapareciera por completo.

No, en absoluto, no se iba del todo; acudía presuroso envuelto en cualquier golpe, chillido o ruido extraño que el eco multiplicaba agrandándolo y distorsionándolo; entonces era el momento en que les amordazaba la boca y les taponaba, con un nudo, la garganta; y, cuando el recinto hundíase en el silencio, los fantasmas aparecían y desaparecían sin rubor, acojonándolos; fantasmas que se materializaban, se hacían mas reales aún, si les acompañaba el grito de uno de ellos, "¡Un fantasma!", saliendo de su boca, violentamente, como un salivazo venenoso; marchaban corriendo, frenéticamente, y no paraban hasta hallarse por completo fuera y lejos, muy lejos, de él; en ese preciso momento, solo en ese, se paraban, daban la vuelta, miraban al castillo y retornaban al pueblo a buen paso, riéndose, sobre todo Neme, que era siempre el último en salir del castillo.

8) Guita


Neme, siempre Neme. 

Lo recordó como si lo tuviera delante: de mediana estatura, cara musculosa y risueña -muy a menudo estaba de bromas- pelo y ojos castaños; manos grandes y callosas y brazos -llenos de cicatrices causadas por su trabajo en la fragua- duros como el hierro que trabajaba; y que, sin ser amigo de Segis, lo había acompañado en sus correrías por el castillo; lo trató con mucha corrección, y, que recordara, nunca se metió con él; y Segis nada tuvo que reprocharle.

Y que mal se portó con el herrero.

Y la culpa ni siquiera la tenía Segis sino sus miedos.

Segismundo Amoroso, -desde aquellas noches de invierno en que, el viento, soplando, aullaba como lobo y los gatos, maullando, lloraban como la madre; atemorizado se ovillaba en el camastro- siempre estuvo lleno de miedos. Y no solo del castillo, sino de los niños que, recién llegado, le apedrearon sin compasión, de las chicas que le denominaban "renacuajo" y... de los cadáveres resucitados; bueno..., de un solo cadaver.

Lo revivió en ese momento, precisamente en ese, que por azares del destino le lleva a pasar delante de las tapias del cementerio donde ocurrió aquello; solo por eso y no porque le tuviera un miedo especial al camposanto, que miedo, miedo si que tenía; pero no uno particular pues, por encima de todo, tenía miedo de él mismo: de sus propios desajustes: de esos prontos o repentes que le daban y de los que, luego, ya tarde, irremediablemente tarde, se arrepentía.

Por causa de ellos le apodaron "Cagasangre"; mote que no le cuadraba ni por lo mas remoto, pues, según él -y algo debía conocerse- era un apocado, un cobardica, incapaz de matar una mosca; pero esos prontos falsearon su personalidad, labrándole una reputación, una notoriedad injusta: fama, no del todo, caprichosa, pues se sustentaba en unos acontecimientos reales, incuestionables: como aquel suceso, luego lamentable, cuyo origen estuvo en unos falangistas que se propusieron darle una broma a Nemesio, Neme, el hijo del herrero y herrero él también, y a su panda de amigos, que, decían, los falangistas, habían sido, todos ellos, miembros activos de la Casa del Pueblo, como, efectivamente, lo fueron, para qué negarlo.

Cuando un vecino falangista le invitó como comparsa en la chanza que preparaban, se negó; pero el otro insistió tanto: "anda, caguica, si solo es una broma"; y Segis, que continuamente hizo lo que no quería, de mala gana y de un modo inocente, accedió a su ruego, declarándole, eso si, que permanecería inactivo, al margen por completo.

-Vamos, en una palabra, de mirón -le había dicho el facha con sorna.

Una noche les esperaron a Neme y sus amigos a la salida de la taberna provocándoles a pelear fuera del casco urbano:

-¡Valencianos!, ¡no tenéis cojones, solo parláis como señoritas!; y tu, Neme, el mas mierdica de todos.

Táctica de machos, de los machotes de Puebla de Alcocer, pero tan efectiva como la de los machos de Madrid, Londres, Pekín o Nueva York por cuanto los otros recogieron el guante: Neme y la panda los siguieron hasta las afueras, en las inmediaciones del pueblo, para zurrarse; mas, al pasar cerca del cementerio, los falangistas sacaron las pistolas que llevaban escondidas, poniéndolos contra las tapias.

Segis estaba detrás temblando de miedo: lo que veía y las consecuencias que podían derivarse de lo que se le ofrecía a sus ojos eran harina de un costal impensado y a punto de rajarse; fue entonces cuando el hijo del herrero, al verlo, ni corto ni perezoso, como si no fueran con él las pistolas que le apuntaban le espetó:

-¿Tú, también estás con estos chulos, cagao de mierda?

Se le subió la sangre a la cabeza. Y le vino uno de esos prontos que lo descontrolaban.

-¿Yo, yo, un cagao?: ¡mecagüendiós!, ¡un Cagasangre!, vas a ver tu ahora -- dijo cegado de cólera, casi a voces.

Y, con una rapidez insospechada, quitándole la pistola al vecino falangista que estaba delante de él, disparó dos tiros al Neme.

Mientras caía al suelo desfallecido, le decía débilmente, "¡cagoentudiós, cabrón!".

Los otros, asustados, dándole por muerto, comenzaron a disparar sobre los compañeros de Neme - que huían sobrecogidos - para evitar testigos.

Segis, cayéndosele la pistola de las manos, empezó a llorar arrepentido de lo que había hecho. La pandilla recogió el arma y huyó a todo correr llamándole imbécil.

9) cuerda

"¡Que gracia!", se dijo, "¡qué broma tan macabra!"; y no se le olvidó nunca que por la mañana supo que Neme solo había sido herido y que arrastrándose llegó hasta las traseras del corral de María, su novia, lo mas cerca que encontró de confianza, pidiendo auxilio; y lo llevaron al hospital mas próximo.
María, hija de un comerciante de ultramarinos, era la mayor de dos hermanas y con la que Segis soñaba de niño; la veía tras del mostrador primero ayudándole a su padre y luego con el paso de los años sirviendo ella misma. El cabello esponjábale la cara pálida, transformando el rostro, casi cuadrado y con un mentón ligeramente alargado, en una hermosa cabeza ovalada, hermosura que acrecentaban unos labios rojos y carnosos. Cada vez que entraba le sonreía con esos ojos negros que parecían despedir destellos. Se enamoró en secreto a pesar de que -o por eso mismo- en la escuela lo llamaba "enano"; "¡marcha de aquí, enano!"; y se iba de inmediato pues el carácter de la niña era fuerte; pero tan en secreto fue su enamoramiento que a nadie osó contarle sus sentimientos, aunque pensara a veces que los demás lo sabían; así: se ponía rojo como un tomate, cuando contaban el chiste de un tontito del pueblo, pensando que se referían a él: "Josito dice que su novia es María"; "¿y ella que dice?"; "qué va a decir, nada: no se le ha declarado aún".

Neme comenzó a salir con María ya en el último curso de la escuela a la que acompañaba a casa y continuó después bailando en las fiestas y saliendo con ella.

Segis lloró de rabia en secreto, lloró a todas horas y cuando las lágrimas no asomaban a sus ojos es porque se las tragaba; hubiera deseado hacer algo, pero ni lo intentó.

Mientras Neme se recuperaba en el hospital las cosas que imaginó fueron cada cual peores: aparecía el herrero con esas manazas, que tenía, tan duras como el hierro, y agarrándolo por el cuello lo ahogaba; o, cuando no, se presentaban los familiares para matarle; o incluso llegó a soñar que lo comían las águilas y ...; no pudiendo aguantar mas de miedo se marchó al frente de guerra con los franquistas.

El caso es que él no fue guerrero ni franquista nunca; pues, aunque de asuntos públicos no entendía, sí se le alcanzaba que fue a salvaguardar las posesiones de los labradores del pueblo y no nada suyo que no tenía ninguna propiedad; acudió a defender las tierras de los terratenientes; de esos hacendados como el de aquella casa que en vez de darle una limosna le sacudió una airosa bofetada divina, "Dios le ampare".

Es decir: siguió haciendo lo que no deseaba.

Como casi siempre.

Como a esa hora del amanecer que, anhelando estar con la hembra en la cama, caminó olivar adelante por miedo a que ella volviera a recordarle, a mentarle, al desdichado "Neme" que en mala hora conociera.

-No te pareces en nada a Neme, pero en nada.

Al recordarlo lloró, pataleó, y se echó mano a la cabeza pues volvían los martillos a golpear las sienes, a partirle el cráneo y a machacarle los cojones. Y desesperado se lanzó embistiendo contra las tapias del cementerio dos veces; veces que tuvieron la virtud de ahuyentar los martillazos de su cabeza; su lugar fue ocupado por un zumbido, una raja en la frente y un manantial de sangre saliéndole por la nariz.

Iba a repetir el cabezazo por tercera vez pero lo pensó mejor y colocó las manos en las tapias en lugar de la frente.

Luego se sentó en el suelo, pegó la espalda a la pared, alzó la cabeza y así quedó un buen rato.

Repetía obsesivamente: "no me parezco en nada, no soy como él, no soy como él, no soy como él". Y terminó riendo; y riendo mecánicamente se levantó y al compás de sus pasos siguió con el mismo sonsonete: "no me parezco en nada, no soy como él, no soy como él, no soy como él".

10) Cordel


Y en la guerra, ¿a quien se pareció en la guerra Cagasangre?...: ¡ah, en la guerra!: Cagasangre no cagó precisamente mucha; su paso por ella no fue ni muy glorioso, ni heroico, ni tan siquiera sangriento que digamos: no fue nada: en la primera refriega fue cogido prisionero por los republicanos, enviándolo a un campo de concentración en Valencia donde pasó toda la contienda. 

Allí hubiera deseado pasarse a ellos, con armas y bagaje, pero no lo hizo. Y hubiera deseado ser todo un guerrillero como el llamado Campesino al que vio una vez de visita al barracón de prisioneros donde él estaba: ¡que apostura! ¡que soberbio porte! ¡que arrogancia!: barba espesa, ojos negros, fuerte, seguro, altivo y -se le quedó prendido en la memoria- aquella chamarra de cuero negro. 

Recuerda que se acercó a un prisionero:

-¡Eh, chico, ¿no serás de Segovia?

-Si, señor, para servirle.

-¿Me conoces?

-No, señor.

-Yo si te conozco: tu eres hijo de la señora... -no recuerda el nombre que pronunció- que ha sido abandonada por tu padre. Dile a tu progenitor, cuando lo veas, si lo llegas a ver alguna vez, dile de mi parte, que pronto entraremos en Segovia y lo primero que vamos a hacer es la reforma agraria. No se te olvide. Dile que te lo ha dicho Valentín González, aquel que arriaba mulas y burros. Él me conoce.

Y se dio media vuelta y se fue con la misma majestad con que entró.

No se le olvidó ese corto diálogo.

Pero no se hizo guerrillero. Continuó su cautiverio en manos de los rojos.

Y doblemente cautivo: lo fue, entre los prisioneros, de un capitán franquista apodado Arrutia que le taponaba los dos orificios extremos de su cuerpo cuando le venía la capitana gana.

Luego terminó la guerra y volvió a su pueblo como un héroe. Lo colocaron de conserje y se fue acercando a María, la novia de "Neme", que no le hizo ni caso. Es mas lo echó con cajas destempladas. Era María, de un genio terrible como ya se ha dicho.

11) Guindaleza


Segis abandonó sin mucha perseverancia el cerco a María.

Mas tarde le tiró los tejos a Marta, hermana de aquella, que, primero se negó, luego lo hizo a regañadientes, y después lo aceptó como un deber que hay que cumplir tarde o temprano: era Marta de rostro parecido al de su hermana pero de carácter bonachón, motejándola algunos de inocentona: casi el polo opuesto a María; sin que esto quiera decir que no se entendieran; al contrario, se querían mucho y se llevaban muy bien; eran, además de hermanas, amigas.

-¡Y pensar que fue ayer la boda! - exclamó entredientes.

No se le iba de la cabeza lo que su mujer dijo, fingiendo "¡la muy zorra!", de una manera candorosa, pero él captó la ironía sin atreverse a decirle nada:

-No te pareces en nada, pero en nada, a "Neme".

Esa observación le amargó la noche; no se podía ver libre de Neme ni en la cama de matrimonio.

Había envidiado su predicamento con las chicas; reputación que él no tenía; si, si, se apellidaba "amoroso" pero ... ¿y qué? ...

No, no había sido feliz en la vida, e intuyó que, de ahora en adelante, tampoco lo sería: mal empezaba su coyunda: su mujer le dijo en la cama, con su semblante inocente, algo que a él le pareció dicho con mucho retintín, ¡qué decía retintín!, -a él ya no le engañaría, "¡la muy puta!", con esa cara ingenua- con burla casi descarada; a la que, eso si, no supo responder a pesar de repetírselo dos veces:

-Tú, tú por lo que se ve, no te pareces a "Neme".-Tú, tú por lo que se ve, no te pareces a "Neme".

Frase que lo había despertado inquieto y luego lo empujó fuera del domicilio conyugal. ¿Qué habría querido decir con eso? ¿Qué era "El Neme" mas hombre que él?... La habría matado pero no tuvo redaños. Ni fuerza moral para ello. Además el miedo lo atenazó.

Miedo que había sentido durante la comida de boda, produciéndole escalofríos y un sudor que le corrió por todo el cuerpo, pues una parte de los convidados -había creído advertir- habló bastante y en voz baja del herrero, pareciéndole percibir una miradas acusatorias que, sin ningún funda...

Le obligó a aparcar sus recuerdos el brocal de un pozo que surge, como por ensalmo, del centro de la tierra y se le atraviesa desafiante en su trayectoria. Apoyó las manos en él y miró extrañado al fondo. El agua semejaba un espejo frío, acerado, y dispuesto como un imán a atraerse a todo aquel amoroso que deseara encamarse en su seno. Al lado de su cara temblaba la luna de deseo. Las paredes del pozo, donde no alcanzaba la luz del día, producían una sombra negra que le pareció primero turbadora y luego espantosa.

12) maroma

Se separó de repente como si le hubieran dado un puñetazo; le temblaron las piernas y cayó de rodillas al darse cuenta del lugar, el pozo del Tío Mataburras donde arrojaron al Neme.

En el frente le llegó la noticia que Neme, casi curado, fue secuestrado por una de esas bandas criminales llamadas "escuadras del amanecer" y asesinado; su cuerpo lo encontraron, pocos días después, arrojado a un pozo, el pozo al que se había asomado; por las desolladuras de pecho, vientre y piernas debió ser arrastrado varios kilómetros; había sido mutilado y tenía los testículos introducidos en la boca.

Desconcertado por su debilidad se levantó sacudiéndose el barro de las rodillas y mirando en derredor por si alguien hubiera podido ver su ridículo derrumbamiento. Nadie estaba a la vista lo que le tranquilizó un poco; vio, eso si, la mole del castillo. Sin saber por qué se dirigió pendiente arriba, empinada cuesta entre olivares, dispuesto a llegar a la pingorota.

"La luz de la luna, a ras del horizonte, alargaba fantásticamente los carrascos. La aceituna apuntaba en los olivares lejos aún de granar. Y la bellota tampoco ha granado ya que su dulzor cuaja hacia noviembre. El airecillo un poco mas fresco sube desde los olivares"*.

Una vez en el castillo subió peldaño a peldaño hacia los torreones. Una piedra resbaló hasta uno de los fosos. El ruido del golpe, sobre el agua del foso, ¡plas!, se difundió en la mañana, que despertaba de su letargo, por toda la fortaleza.

Recordó por asociación otra piedra lanzada por él a uno de los niños que le apedreaban, y que sin querer, le dio en la frente; ver la sangre manar, echar a correr, mearse y llorar fue todo uno.

También rememoró otra de las veces en que su anhelo cae sin remisión, como la piedra del castillo al pozo, pero en la otra línea paralela, la de los deseos incumplidos: aquella vez fue en Badajoz, en la única ocasión que visitó la capital; tenía entonces 18 años; se metió en una manifestación obrera; y cuando la Guardia Civil y la Guardia de Asalto arremetieron contra los manifestantes hubiera deseado tirarles piedras o cualquiera otra arma arrojadiza que pillara a mano; e incluso ofrecer su pecho a las balas de los policías, generosamente, para que se acantonaran en su corazón y no dañaran a pobres mujeres y hombres y ancianos y niños que protestaban del hambre que padecían, como había padecido y padecía él; pero se marchó huyendo en carrera desesperada, como alma que lleva el diablo, y escondiéndose por el laberinto de callejas desembocó en el barrio de putas, justo donde no quería ir

13) amarra

Se paró y cortó el hilo de sus reflexiones al haber creído oír unos pasos. Miró a su alrededor sin percibir nada excepto que el día se había aclarado.

Había llegado a la pingorota; no podía subir más. Algunos jirones de niebla aún posaban sobre los tejados de las casas. El humo iba saliendo de cada vez mayor número de chimeneas y se elevaba en espiral recto al cielo entremezclándose con la neblina. Toda la pajarería comenzaba a desperezarse.

Extendió la vista por el horizonte: a sus pies tenía postrada toda la Siberia extremeña.

El castillo por esa parte se abre en un abismo profundísimo. Se sentó a su vera y tiró una piedra que resbalaba por el talud abajo oyéndose perfectamente los golpes consecutivos en el silencio de la amanecida hasta que su sonido se perdió confundiéndose con esa primera algarabía de las aves.

Sentía deseos de tirarse de cabeza al infierno. Mas estaba convencido de que no lo iba a hacer porque era un cobarde. Solo de pensar el suicidio se le puso la carne de gallina. Y se estremeció al mirar la pared del roquedo abajo. Con cuidado se fue retirando del precipicio y dándose la vuelta se dispuso a volver a casa. 

Frente a él, a pocos pasos, entre dos altas piedras, su cuñada, María, la novia de Neme, acaba de desnudarse, de despojarse de su vestido negro. Vestido de luto por la muerte del Neme; muerte que sentía como si de su marido se tratara. 

A pesar de los años transcurridos se mantenía fiel a su memoria y odiaba a sus asesinos; con un odio grande, casi omnipotente que se espesaba y se podía cortar con un cuchillo cuando se referían delante de ella a su amado asesinado de una manera salvaje; odio digno, limpio, exuberante, que se notaba cubriendo, casi sexualmente, su rostro, pálido y serio, de amargura; los cabellos negros y el negro pañuelo que los envolvía hacía aún más blanca y fina la cara y más rojos y mas duros sus labios; no vio a los asesinos, no los conocía, los intuía, los presentía, los olía y si de ella dependiera haría lo que habían hecho con su herrero y aún mas, muchísimo mas.

La moza, no cabía duda, imponía respeto.

-Mira, mírame bien, Segis. A ver si ahora, por fin, se te empina, se te endereza y la puedes meter hasta el corvejón, como "Neme", ¡cabrón! -dijo, desafiante, acariciándose sus genitales

14) soga

Se puso rojo. Como las nubes que por el este anunciaban tormenta.

"Siente entonces mas que nunca, el vaho de la tierra mojada y su terrible voluptuosidad. Estos meses de transición son difíciles y están llenos de asechanzas. Nos enturbian el ánimo con una melancolía parecida a la de la caída de la tarde. Septiembre acelera y espesa la angustia vespertina...", "... no sabiendo qué camino tomar y haciéndonos las preguntas mas trascendentales. Los primeros escalofríos nos sumen en reflexiones pues un cielo tormentoso tiene, a veces, mas poder que muchas páginas de filosofía. Las mudanzas naturales gravitan sobre nuestra alma y preña nuestra experiencia"*.

Se puso rojo como un tomate. Y cambió de dirección: giró en redondo. En la blanca llanura un punto negro agrandaba el volumen como bola de nieve que desde la cima del monte cae a velocidad vertiginosa. Con tal inercia que el cerebro le paralizó como la muerte. 

Y que cambió de dirección, giró en redondo, en el preciso instante en que deshizo el punto su consistencia, su sustancia ... en un millón de carcajadas. 

Se puso rojo y se lanzó al abismo donde el coro de ruiseñores, grajos, jilgueros, pardales y demás aves cubrió el sonido del cuerpo al botar sobre el talud.

Mientras las águilas se lanzaban en picado para hacer su desayuno matinal, ella se acercó, varonil, a la vera del precipicio y mirando hacia abajo meó, meó con odio, meó como un machote.

Más tarde volvió a refugiarse, pudorosamente, entre las rocas donde se acurrucó llorando. 

El Neme se compadeció de ella, bajó del cielo y la cubrió; la cubrió con amor, la cubrió también como un machote... en su imaginación

15) Epílogo 

-Calma - se dice - de aquí hay que salir airoso como sea.

El aire si que lo tiene claro; es un aire preclaro. Adivina la razón no comprendida. Porfía siempre interiormente. Volver atrás no puede.

-Por fin has llegado sin pellejo y maltratado; y, como el aire que te acompaña, merced a las ráfagas, zarandeado.

-Me metí con la esperanza de un nuevo amanecer.

-Pero has llegado por tortuosa vereda.

-Si, como todos los pobres comedores de manzanas -todos soy yo- los tronchados por el hacha del verdugo; me veo en situación angustiosa -como siempre- mirando las amapolas de la orilla como un órgano genital siniestro.

-¡Ya! ... lo que querías era arrendar un camino de viejísimos anhelos; bueno, arrendar lo que se dice arrendar, no, porque no tienes un duro; deseabas eso si un consuelo a pesar del aviso de los taludes que siempre se elevaron a tu paso con mirada indiferente.

Fue en septiembre en Puebla de Alcocer.

Fue en septiembre y... si, si, para qué buscar otro mes y otro pueblo donde morirse de asco: en septiembre y en Puebla de Alcocer, nido de águilas, puede uno morir, con esa digna repugnancia o con ese repulsivo orgullo, como se quiera decir, sin que a los demás les importe nada; como en otro sitio cualquiera.

(Esa es la localidad natal de D. Eusebio García Luengo en el nordeste de Badajoz y a nadie de sus habitantes le va a importar un comino si muere o no; además, siendo como es, paraíso de águilas, la muerte es bienvenida porque alimenta sus estómagos vacíos y sirve de entrenamiento a sus garras para, valga la redundancia, desgarrar con más tino y economía de movimientos)

*Del articulo "Septiembre" de Eusebio García Luengo - ABC (anuario/almanaque) 1 de enero de 1956

8 de agosto de 1996

(homenaje a Eusebio García Luengo)

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