lunes, 18 de junio de 2012

José Mª Amigo Zamorano: El monarca claudicó


En recuerdo de Leo Frobenius (*)

No podían mirarlo a la cara. Era el Rey. Lo hacían fijamente a la tierra mientras se echaban arena y polvo en la cabeza. Obligatorio para sus súbditos. Era la costumbre ancestral. Estaba resultando de una oportunidad insospechada. Daba gracias a sus antepasados por haber instituido este protocolo que, en tantas ocasiones, había considerado inútil y hasta ridículo. ¿Cuántas veces había contenido las ganas de reir a mandíbula batiente? Ni se sabe. Ahora no. Y no era para menos. La embajada de los esclavos armados. Y sobre todo el Emisario, su embajador, su portavoz, su mensajero... ¡un vocero vocazas! Le estaba poniendo muy nervioso.

El Rey, efectivamente, miraba cada vez más inquieto el rostro del osado mensajero.

¿Había pensado 'osado'? Si, osado. Y negro como un carbón. Un tizón de negrura. Aunque para ser más sinceros para él, para el Rey, le estaba resultando, quizá premonitoriamente, negro como boca de lobo o de caimán hambriento. Y comenzaba a descomponer su compostura.

-Menos mal que mis súbditos -pensó- no pueden contemplar mi regio semblante postrados como están...

El Emisario hablaba con palabra incesante como un viento sahariano. Y lo preocupante es que, mientras va desgranando sus argumentos, el Tábano horada la firme piel de su frente sin conmover los cimientos de su cerebro.

El rey, angustiosamente hipnotizado, prendía sus ojos del rostro del joven orador. Seguían fluyendo las palabras de su boca, ¡el bocazas!, lentas, suaves, clarísimas como el día y brillantes como las perlas que brotaban del sudor de su frente. Hablaba y hablaba sin mover un ápice los músculos de su cara. Sin que el insecto olvidara su tarea taladradora en la frente perlada del esclavo negro. Hinchaba, ¡glotón!, su abdomen con la sangre extraída al portavoz.

En vano el Rey torcía y retorcía la conversación, en vano. Sus palabras sonaban como el eco.

En vano el Rey torcía y retorcía la conversación, en vano. Sus palabras sonaban como a eco (1):

-... organizaremos la Cultura, si queréis, con, por ejemplo, griots cojos; me dicen, mis intelectuales, que la devoción a su trabajo es mayor si están afectados de minusvalías...(2)

-Estarán de bromas sus lumbreras...

-Tal vez... Pero no, creo que lo dicen en serio, para eso les pago.

-Bueno, quizás estaría mejor, dirigida por hermosos hermafroditas; así se fijarían solo en ellos, sin preocuparse por la Cultura; serían unos culturetas narcisistas. Pero mejor del todo si son bellos, cojos, hermafroditas y narcisistas... con lo que se oscilaría, de majadería en majadería, como en un péndulo(3). ¡En qué cosas se entretienen sus cerebros! ¡Y eso que tienen la guerra a las puertas de casa! Pero... nosotros no hemos venido aquí a divertirnos, a distraernos, Majestad, sino que...

En vano dilataba la entrevista, en vano; en vano se disculpaba con argucias oratorias, en vano; él las iba refutando con paciente firmedumbre.

En su fino trono de alabastro rosa y circundado de alfombras persas multicolores el monarca movía sin cesar su cuerpo cebado, blando y fofo, ya, como la panza del insecto. De la actitud y las palabras del embajador emanaba la determinación del enemigo: no ceder una pizca del terreno conquistado con sudor y esfuerzo titánico de esclavos, que no tienen nada en absoluto que perder, salvo sus cadenas.

Siguió mirando el Rey, muy, muy inquieto, al Tábano; luego a la cara serena y sudorosa del joven Emisario. Un escalofrío recorrió todo su cuerpo. Se vio el gordísimo monarca perdido y abandonado en las dunas movedizas, azotado y empujado sin cesar por el viento del desierto.

Y claudicó. Dijo a todo que si, con voz balbuciente y temblorosa. Se oyó un leve murmullo, como el aletear de una nube de tábanos. Momento que aprovechó nuestro Emisario, para darse un sonoro y certero manotazo en la frente que despanzurró al molesto bicharraco.

Y, colorín coloreado de sangre tabanera, así termina este cuentecillo o leyenda africana que narra Leo Frobenius en su Decamerón Negro. Y si no es así, ni literal ni por aproximación, muy bien hubiera podido serlo.

En cualquier caso, si algun@ tuviera interés en esta obra (me refiero al Decamerón Negro; y dicho sea de paso, título un tanto engañoso, quizás solo de gancho) Internet les dirá editorial y precio, siempre que no esté, como otros muchos, ya puesto en la Red.

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Notas:
(*) Africanista alemán
(1) Umberto Eco
(2) Relativo a algunas posturas de Eco, muy criticadas, acerca de la dirección de las bibliotecas
(2) Hace alusión a una obra del escritor italiano

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