martes, 19 de junio de 2012

JOSÉ MARÍA AMIGO ZAMORANO: poetisa cubana del exilio


Gladis Zaldívar; una poeta cubana del exilio, por JOSÉ MARÍA AMIGO ZAMORANO

"Viene el asedio" Gladys Zaldívar Ed. Publicaciones de la Asociación de Hispanistas de las Américas Colecc. Mester Miami, 1987

Nos envía dos libros, desde Miami, la escritora cubana Gladys Zaldívar, con el ruego de que le hagamos una crítica. No sé por qué ignotos cauces le ha llegado el conocimiento de una modesta revista como “Caminar conociendo”. Tampoco sé cómo llegó a manos de Ernesto Sierra, director de la Biblioteca Casa de Las Américas, en La Habana, hace varios años, cuando nos escribió, elogiándola; y mas tarde insistió para que le enviáramos más números, pues, según decía, era una de las más leídas en la sección en la que estaba.

Gladys Zaldívar (Camagüey-Cuba) pertenece a la que J. J. Arrom denominó “generación de 1954” que comprende los nacidos entre 1924 y 1953. Generación, amplia en el tiempo. Se exilió de su patria por los años 70 vía España.

Sus inicios en la poesía, sin embargo, no son producto del destierro: ya en 1958 aparece en la antología “Colección de poetas de la ciudad de Camagüey” y, dos años después, en otra “Lunes de Revolución”.

Sabemos, por el Conde de San Juan Jaruco, que la familia Zaldívar se instaló en Camagüey a mediados del XVIII, que llegaron hidalgos, y que preceden a la, tristemente famosa, aristocracia del azúcar; es decir: pertenece a una familia de rancio abolengo, sin que ella presuma de tal prosapia, ni mencione, en su escritura, estos pormenores históricos.

Ya hablando del primer poemario “Viene el asedio”, libro de 90 páginas, hay que decir que consta de una introducción y de cuatro grupos de poemas, separados, los dos primeros de los dos últimos, por un poema central; es decir, está estructurado en sistema binario, del que nos referiremos mas abajo; las ocho últimas páginas se reservan a notas, comentarios y bibliografía.

Los dos primeros “De las ínsulas muertas” y “Del espejo y sus bestias” son contrapuestos en contenido: en el primero, parte de una niña ausente: doblemente ausente, pues vive donde no debe vivir y anhela ascender, buscar el cielo: desaparecer. Sus poemas suenan como una moderna danza de la muerte, pero, al contrario que Quevedo, logra que la muerte se convierta en fuerza vital, “amo la vida con saber que es muerte”.

En el segundo presenta tres arquetipos: el loco, el ángel y el mago. Algo así como el Mal (“su muerte será poca para el furor de los atardeceres”), el Bien (“alza de nácar su jardín herido”) y, la esencia de la poesía, el Mago (“sueña que es el instante de un pájaro”).

Ya se sabe que la magia y la poesía quedaron soldadas desde que Baudelaire, que leía a Swedenborg, nos metió en estos andurriales. Pero no solo él sino Joyce, Eliot (ambos tuvieron inicios teosóficos)... Yeats leía a Blavatsky y Paul Valery escribió sobre Swedenborg. Zaldívar recrea los ritos tropicales de meigas y santos.

Antes de saltar al otro par, reposa en “Los epígonos del cuervo”, poema único, solitario en el centro del libro, rodeado de espacios blancos, que corta, como un cuchillo, las dos mitades opuestas: “dad aire a la muerte que de sus cuencas brotará un gesto de piedra”.

Los dos últimos grupos de poemas, “De las pálidas cuerdas alzándose” y “Del huésped de los dones”, son una binaria contraposición de poesía popular y culta (sigue el dos imperando); en la primera, los rótulos de los poemas están subtitulados entre unos paréntesis muy significativos: bolero, canción, danzón, guaguancó, seguidilla, saeta, escritos en versos de arte menor: “muda ceniza / cayendo sobre voz / de ausencia y llama”, “el alba ausente / del gélido azahar / que alza su puente”.

Se adentra de esta manera en la música para que oigamos su palabra.

Zaldívar termina desplegándose por su universo literario, dándonos su visión, en un homenaje particular, de sus (se supone) escritores favoritos: Cervantes (“la mano ausente ajustando una visera de aire”), La Avellaneda (“ínsula en desdicha tu silencio”), José Martí (“en cojines de sombra transportan mi palabra”), Antonio Machado (“estela inscrita en el desnudo pie del sueño”), Mariano Brull (“instante asido de fulgor como la muerte”), Borges (“sólo se abre para esta milonga el eco del silencio”), Miguel Hernández (“socorrer los filos del azul y no la herida es el cuidado de tu gesto”) y Lezama Lima (“asciende con nosotros como una prodigiosa floración de llaves”).

Uno de los fundamentos básicos de esta poesía es la acción binar. Está en el esqueleto de los versos, en los títulos, en el andamio del libro; eso sí, poniendo un puente (un poema) en la mitad del libro. El yo del principio se divide entre muerte y resurrección. Luego, en la siguiente, la palabra se esconde en la magia; en la segunda, se refugia en la música. Resumiendo: todo pensado en base dos, como lenguaje de ordenadores: 1. lírica recóndita de la muerte y 2. lírica de la realidad externa.

Aunque su poesía no está comprometida de militancia anticastrista, sí hay algunas alusiones claras a la patria perdida y un halo de nostalgia circunda algunos poemas: “no sé donde he escondido mi país; / un puente de pájaros fabrico para encontrar su azul amanecido/ y sólo viento, como un negro áspid, se levanta”.

Si pusiéramos un ejemplo de su postura contraria al régimen actual, correspondería, claro, a la última parte que hemos denominado “lírica de la realidad externa”; concretamente, en el poema dedicado a José Martí “Pequeña sinfonía para sordos” que comienza así: “En las aguas mitrales de la castración me han sumergido / y con mis genitales han adornado sus sueños / y con mis dientes han ataviado sus atroces muñecos de odio”..., para terminar esperanzada: “Pero crecen desde mi cráneo las espigas...” .

Aludimos a esto porque resulta curioso que, tanto castristas como trasterrados, nos envíen sus misivas, a nosotros, que somos, prácticamente, un cero a la izquierda en la cultura poética de España.

La verdad aparece meridiana: están solos los cubanos y quieren que el mundo les escuche. Escuchémosles.

Pequeña sinfonía para sordos

(del poemario “Viene el asedio”)

Bajo la yerba Yo también creceré (José Martí)

“En las aguas mitrales de la castración me han sumergido Y con mis genitales han adornado sus sueños Y con mis dientes han ataviado sus atroces muñecos de odio. En cojines de sombra transportan mi palabra, En pinos calcinados inyectan esta sangre que padezco Y al fondo de la mar sus buzos ciegos Si van tras mis peces de luz y mis ventanas. En las tierras lustrales de la muerte me han castrado Y con mis huesos fabrican una arquitectura clavileña Y con mi recuerdo engalanan la casa de miedo y de ceniza. Pero crecen desde mi cráneo las espigas, Se asoman por el blanco enrejado de mi pecho Y en la pelvis fragmentada se agolpan verdinegramente, Se hacen fuertes en la memoria del amor Y rompen hacia arriba como un canto y abrazan Fronteras innombrables, cisternas ensangrentadas y castillos. Bajo la yerba, yo también creceré, seré el verdor Que abriga de estatura la montaña y viajaré hasta el extrremo De la yerba para ver un sol verde y luna verde”.

Gloria Zaldívar

(tomado de: http://www.editorialcelya.com/esdcdetalle.asp?ID=333)

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