martes, 19 de junio de 2012

José Mª Amigo Zamorano: La tierra sonámbula de Mía Couto


Acabamos de releer ‘Tierra sonámbula’ del escritor mozambiqueño Mía Couto. Ese escritor que, al decir de Fernando Dacosta, ‘los intelectuales europeos lo miraron, al conocerlo, con sorpresa: era un joven a pesar de tener nombre femenino (Mía), era blanco (cabello rubio, ojos claros) a pesar de ser africano’. Confusión de género que aun encontramos en Internet.

Si en su obra ‘Cronicando’ –de la que ya hemos escrito una redacción con la que no estamos muy contentos- escribía un prólogo –el referido Dacosta- titulado ‘Desinventar brújulas’ sobre la labor desbaratadora de retóricas y mistificaciones del escritor mozambiqueño, en ‘Tierra sonámbula’ su traductor, Eduardo Naval, se ve obligado a poner una ‘nota sobre la traducción’ –no sobre el escritor- para indicarnos el ímprobo trabajo y las dificultadas que ha sufrido en su labor, teniendo a veces que ‘inventar’ (y lo escribe entre comillas) el texto. Con lo cual no nos da mucha confianza en la fidelidad de su esfuerzo. Si a esto le añadimos la dudosa honestidad del mismo traductor cuando al principio de su nota dice: ‘Al parecer la presente edición es el primer libro escrito por un mozambiqueño que se traduce al español’. ‘Al parecer’… ¡qué gracia!... cuando ya hacia dos años que la editorial Txalaparta había sacado a la luz ‘Cronicando’ traducida por Bego Montorio pues… En fin… mejor nos callamos.

La novela trata de un niño y un viejo que huyendo de la guerra, de soldados y bandidos, se pierden en el paisaje de Mozambique. En su caminar tierra adentro o afuera encuentran un autobús quemado a la vera de un camino. Allí hacen su morada provisional desde donde se desplazan por los alrededores. En uno de esos paseos encuentran una maleta que contiene, entre otras cosas, unos papeles escritos donde se relata la vida y andanzas de un niño. La novela se estructura entre el acontecer diario del viejo y el niño y las partes del escrito encontrado en la maleta, alternándose consecutivamente.

El tema en realidad es Mozambique: la deriva independentista no hacia la felicidad sino a la guerra; no hacia la luz sino hacia la sombra. Una pesadilla de la que los individuos quieren salir, sortearla o alejarla mediante mil subterfugios o estratagemas. Así el viejo, que acompaña al niño, le dice, a una queja de este sobre la soledad, que mejor que por allí no pase nadie. O unos padres, que para salvar a un hijo de bandidos, lo llevan al gallinero, le ponen plumas y le enseñan el limitado y cacareado vocabulario de esas aves hasta que consiguen transformarlo en una gallina más del establo. Y ni por esas lo salvan: un día desaparece.

Así transcurre la novela entre la nebulosa del sueño y la cruda realidad: asesinatos, robos, violencias, hambres, desplazamientos, violaciones, racismo… males que ha padecido Mozambique. Sin embargo el tratamiento de los personajes es hasta tierno porque casi todos los que aparecen son los sufridores de esa situación de guerra. Los soldados, los bandidos, se los conoce por sus salvajadas, están siempre presentes en el pensamiento colectivo, pero no son sujetos de la novela. Lo que se mueve en primer lugar es el pueblo mozambiqueño, o una parte mayoritaria de él, con sus vicios y virtudes, que busca la vida como puede.

Destaca el escritor en el relato, entre otros personajes secundarios, a Surendra, un hindú al que en los primeros momentos de la independencia le queman la tienda y a un colono portugués, Romao Pinto, dueño de vidas y haciendas, quien muerto tras los primeros momentos de la liberación del yugo colonial portugués resucita para seguir influyendo en la comunidad.

Esta vuelta al mundo de los vivos del colono luso es un reflejo de que la descolonización no fue tan radical como algunos querían y los portugueses, los colonos, no todos, claro, pues algunos abandonaron la tierra africana, han seguido mandando. Algo parecido a lo que ha ocurrido en Sudáfrica en la que los blancos siguen siendo los que dirigen desde los centros económicos la vida del país ayudados, por supuesto, de una minoría de negros que se han enriquecido olvidando al pueblo. Sabemos que hay diferencias entre el proceso político seguido en una y en la otra nación. Las hay. Pero también tienen sus puntos de contacto. El imperialismo yanqui que estuvo en todos esos cambios se ha encargado de hacer tabla rasa de las divergencias: todos los pueblos africanos hundidos en la miseria.

Finalmente, decir que en ‘Tierra sonámbula’, como en ‘Cronicando’, el autor, al hilo de su trama, va creando palabras nuevas: verbalizando adjetivos, adjetivando verbos, adjetivando nombres, sustantivando verbos, juntando palabras: vagandando, sofoagonizaba, solitariarme, palabrearan, arcoarañando, perpendiculaban… Bien, sin querer ser injustos con el traductor porque, obviamente, si lo hiciéramos categóricos, los seríamos; y esto es seguro porque no conocemos el portugués apenas; sin embargo tenemos que decir que nos gustan más esas palabras creadas en ‘Cronicando’: pues parecen más naturales, más en consonancia con el texto, chocan menos.

Aunque esto, por supuesto, como los gustos: cada uno tiene el suyo. Subjetivo por tanto. Casi sobra el decirlo.

No hay comentarios: