domingo, 17 de junio de 2012

Descubriéndose a si misma la mocita


  1º Gozo

Rosario, con dieciocho años, aún no estaba segura de como había venido al mundo. E igual que quien se ve acorralada por las sombras e inquieta manotea hasta intentar horadarla, abrirles una brecha, pequeña aunque sea, así intentaba hallar una luz la joven y tímida moza. Las amigas se lo habían dicho, pero en su cabeza no cabía (nunca mejor dicho) que hubiera emergido al mundo por ese diminuto y rosado agujero.

Se lo había mirado varias veces:

--"Nada, que no; que por ahí no puede ser: ¡Imposible!" -exclamaba siempre.

Ellas se reían diciéndole:

-- Que si, mujer; no seas inocente; anda, vuélvete a mirar el coñito.

Esta vez se miró la vagina en un espejo que reflejó una forma piraguada y rosada en agua negra; con mascarón de proa dirigiendo el rumbo en ese oscuro y proceloso mar. Separó las manos como para abarcar el volumen de un recién nacido y las fue acercando a su órgano genital para comparar medidas y ajustar volúmenes; después metió el dedo en el conducto vaginal, que entró a duras penas no sin cierto dolor; al sacarlo se lo quedó mirando con gesto dubitativo, y suma incredulidad.

No les volvió a comentar nada en absoluto, para que les condujera a la conclusión de que, por fin, había aceptada su vulgar e increíble explicación, ante el temor de sufrir las bromas de todas ellas. Bromas crueles que empujaban las valvas de su tímida actitud a cerrarse aún más, ante esa vida de relación interpersonal que la mortificaba.

No lo entendió, o lo entendió a medias.

2º Alborozo

Era hija única; pequeña de estatura; cara redonda; mirada a veces miedosa, a veces huidiza, sobre todo ante unos ojos masculinos que la miraran descarados; ojos castaños; pómulos ligeramente salientes; tez morena y pelo lacio; su padre que trabajaba de albañil y su madre que fregaba escaleras todos los días por las tardes, habían venido de un pueblo, recién casados, a trabajar a la ciudad; los primeros años fueron muy duros, hasta que pagaron todas las letras del piso; luego comenzaron a ahorrar algunos durillos; durillos que se incrementaban, todos los años, con el dinero del arriendo de las tierras del pueblo; poco era, pero ayudaba; esto les permitió pagar los estudios de la única hija; "ya que nosotros no hemos podido estudiar, que lo haga ella", se dijeron.

Llegaban cansados a casa, pues a nadie dan el pan por dormir, y no tenían tiempo para hablar casi ni entre ellos, cuanto más con la "niña"; niña que, inadvertidamente, había ido modelando su cuerpo, hasta adquirir curvas propias de zagala; de manera que hablaban poco; con lo necesario bastaba.

"Rosarito tienes que estudiar mucho, para ser una mujer de provecho", era la frase favorita y casi única de sus padres; así, la hija, fue creciendo en una atmósfera, agradable, cordial, pero silenciosa; sus inquietudes, sus interrogaciones, se las tenía que contestar ella misma; y si avanzaba, lo hacía con verdadero esfuerzo; los escollos alzaban por doquier su barricada inexpugnable, indiferentes a la mirada del viajero que impotente se detenía ante ellos..

De las "cosas de la vida", ¡ah, las cosas de la vida!, no tuvo oportunidad de intercambiar ideas con los seres más queridos y allegados: los padres; y, por desgracia, hermanos que le iluminaran el camino, no había querido, Alá El Misericordioso, darle alguno.

3º Alegría

Los estudios entreabrieron muchos mundos de insospechada existencia, entre ellos el del sexo; era un entreabrir envuelto en una nebulosa que lo dejaba difuminado; costándole muchísimo esfuerzo descifrar los dibujos grises que ilustraban explicaciones abstrusas, frías; trasladarlos, trasvasarlos, superponerlos y encajarlos a un cuerpo y carne cálidos en los que ella moraba inquieta, angustiada, era labor ingente; cuerpo y carne que era ciertamente difícil sacar de las hojas de los libros donde, obviamente, no está la vida; o si lo está, es una pálida imagen, congelada, muerta, disecada y aplastada; sin el volumen material que puede tocarse; y mas, teniendo en cuenta, que a veces, muchas veces, eran simples esquemas; en una palabra: rayajos o burragatos como lo definen los niños.

Años después, estudiando para maestra, cuando su cabeza había asimilado teóricamente su origen primigenio, en un debate impulsado, dirigido y encauzado por la profesora de Pedagogía, declaró sinceramente, con brutal y descarnada inocencia lo tardío del descubrimiento aquel que tanto le angustió; y de las perplejidades que conllevaba la asunción de esas ideas, cuya realidad tangible se le escapaba; lo que la situaba en una irresoluble contradicción, pensaba ella, entre idea y materia; algunos compañeros y compañeras se burlaron de ella, empero la profesora tuvo la suficiente sensibilidad para amonestarlos severamente; y cortó el debate que intuyó se le podía marchar de entre las manos como pez, con las consecuencias lógicamente negativas para su carrera, si llegaba a oídos de la dirección del centro; se lo agradeció sobremanera, pero jamás volvió a suscitar el tema a pesar de las dudas que le quedaron flotando como peces muertos.

4º Deleite

Rosario llevaba algunos meses trabajando de maestra interina en un pueblo, cuando nombraron, por enero, a otro maestro, para clases de alfabetización; era un joven simpático, delgado, alto, de pelo ligeramente rubio y piel fina y pálida, al que veía poco; comían y cenaban juntos, no siempre; después de cenar, ella se encerraba en su habitación, situada en el piso de arriba, estudiando oposiciones para sacar la plaza en propiedad; él se marchaba, al bar, con los mozos del pueblo; retornaba ya de madrugada; dormía en una cama que colocó la patrona en un ensanche del pasillo muy cerca de la puerta de su habitación; ella, para salir o entrar, tenía que pasar junto a su cama; cama que no estaba separada del pasillo, ni por celosías, ni mamparas, ni biombos, ni cortinas ... y que, durante los meses de invierno, debía hacer bastante frío sin la protección de paredes; como se acostaba tarde, le oía llegar, acostarse, respirar, roncar, ... la pared que les separada estaba construida de rasilla, delgadísima; a veces, por la noche, intercambiaban algunas frases de saludo; y sin querer, aunque sus relaciones, al principio, no pasaron de la simple cordialidad, llegaron a tener cierta amistad y confianza, que se traducía en bromas inocentes alterando gozosamente su rutina.

Ya bien entrada la primavera, un sábado por la noche, regresó él joven maestro de la capital de la provincia, a la que había acudido por la tarde a ver el estreno de una película; y como otras veces la saludó al llegar, al ver la luz encendida de la habitación; como Rosarito mostrara interés por la película, se la fue contando, paso a paso, teniendo la prudencia de preguntarle, de vez en cuando, si quería seguir escuchando el relato o bien dormirse; se dio perfecta cuenta que su compañera no se estaba comportando de manera habitual; era más receptiva; más abierta; y le pedía que detallara esta u otra escena, a cual más erótica, cuasi pornográfica, ajena por completo a la pudibundez que emanaba; ante su insistencia en que continuara, lo hizo primero, con una cierta timidez; timidez que pasó en poco tiempo, al regodeo descarado, recreándose en escenas pornográficas que se iba inventando al hilo del relato, algo así como si se hubiera decidido a magrearla, a sobarla con ánimo de provocarle una incontrolada excitación sexual, cuyo fin no sería otro que llevarla al huerto, como se dice coloquialmente, al tiempo que se excitaba contándoselas.

De súbito le espetó sorprendiéndola:

-- Rosario, ¿no me digas que esto no te excita?

La negativa de la maestra interina, de la tímida Rosarito, fue clara, pero poco convincente; luego, la confianza y la amistad se confabularon con la intimidad de la noche, para que la verdad se impusiera por encima de timideces o hipocresías que no conducían a nada; y terminara afirmando, como afirmó, que efectivamente se hallaba bastante excitada, "caliente" fue la palabra que utilizó para ser mas exactos y no pecar de subjetividades:

--Voy a pasar a tu cama. Yo si que tengo la picha emporrada, dura y caliente como hierro al rojo -dijo sin poderse contener.

--¡No, por favor, no pases! Si lo haces, gritaré. Te lo pido de rodillas y por lo que mas quieras: por favor, no pases.

Ignorando las protestas verbales, penetró en su habitación, sin hacer el menor ruido que hiciera sospechar a la patrona algo de lo que después podría arrepentirse; levantó las sábanas y se acostó junto a ella, quien prudentemente, apagó la luz; ocultando así su intimidad a posibles miradas que bien pudieran poner en entredicho su honra por el pueblo; cruzó sus brazos para ocultar sus pechos y apretó sus piernas, aprestándose a una resistencia cordial, sin alharacas, ni aspavientos; que no les convenía a ninguno de los dos dar un escándalo, a no ser que se pusiera, claro está, muy pesado y agresivo.

El joven maestro, no logró derruir sus murallas, ni derribar celosías, biombos, mamparas o puertas, ni menos introducir su infantería y romper los cerrojos; y eso que puso todo el empeño posible y todo el arte aprendido en las películas; su experiencia amorosa, en la vida real, no era mucha; poco a poco el deseo se le fue retirando como las mulas al establo; tuvo que volver a su cama, como un perro derrotado y con el rabo entre las piernas, eso si, con un cierto dolor en sus testículos. Y su orgullo varonil, malherido y arrastrado. Mas tarde pensó si no estaría ella enferma aquella noche, pues a veces, cuando la acariciaba o la besaba, se le ponía la carne de gallina.

5º Arregosto

Sin embargo, y aunque él no lo sabía, aquella noche, cambió mucho a la maestra interina. Sus esquemas cobraron todo el valor carnal que los rayajos le habían escondido. Su carne hizo la luz en su cerebro como atravesado por un prisma. Y explotó saliendo todos los colores del espectro solar.

Nada mas retirarse él a su cama, viéndose sola y libre de ataduras varoniles, de miradas extrañas, bajó la guardia, guardia inútil, ya que no obedecía a necesidad alguna; derrumbó su resistencia heroica; su baluarte quedó desarbolado; circundó su cabeza una arcoirisada crestería, pájaros cantores embriagaron sus oídos, mientras millones de mariposas acariciaban su cuerpo.

Se ofreció al universo. Comulgó con el cosmos. Desnudó su inocencia al sol primaveral. Y abrió, poco a poco, sus pétalos de rosa:

6º Orgasmo

Separó sus brazos cruzados. Paseó los dedos de las manos por los pechos tersos y finísimos. Sus pezones se elevaron puntiagudos como palos mayores de la nave. Se bajó las bragas, suavemente, como quien quita lastre inútil que estorba el navegar. Cerró y abrió sus piernas en actitud de ofrenda a las estrellas. Estiró todo su cuerpo, al tiempo que tocaba con las manos, la parte interna de sus acantilados muslos, subiéndolas hasta la rosada superficie de su piragua. Rozó sus partes; los costados de la nave, humedecidos, latían sin control; se movió a derecha e izquierda, sin saber como ponerse para que el remolino del mar, no la llevara hasta el fondo del abismo; acarició, retorció, aplastó, una y otra vez, el mascarón de proa clitoriano que dirigía la nave a la deriva; volvió a acariciarse los costados navales, labios vaginales azotados por las olas; intentó taponar la nave con un dedo para que no se fuera a lo hondo; y el agujero resultó demasiado ancho y de nada le sirvió; abrió y cerró otra vez sus piernas, donde Caribdis y Escila, protegían la nave de las inclemencias del tiempo, como acantilados protectores. Por fin metió la mano en su nave vaginal, que había aumentado de tamaño, repitiendo el mismo movimiento de ofrenda con sus acantiladas piernas; las paredes vaginales parecían tener ventosas como pulpos y se adherían a su mano.

El mundo le daba vueltas; los ojos le daban vueltas; todo le daba vueltas.

Y los pájaros le picaban y las mariposas querían comerla.

Y se retorció en espasmos.

Gritó, gimió, lloró...

Agotada del esfuerzo entregó su alma a Morfeo, pensando:

--"¡Qué hermoso joven y además ya propietario"!.

-- "¡Pobre Rosario!" -pensaría, para él, el joven maestro si la oyera.

-- "La tengo dominada" -concluiría, un poco sorprendido del cambio milagroso.

Aquella noche, cambió mucho, la maestra interina.

Rosario vio por primera vez la luz, abandonando, para siempre, la oscuridad de sus dieciocho años. Rosario se adueñó de los colores que contiene la luz blanca.

El joven alfabetizador se vanaglorió, ante los mozos del pueblo, diciendo:

-- "La tengo dominada. Lo que le pida. Hago, con ella, lo que quiero".

Pero eso... eso es otro cantar; y falta, naturalmente, la timbrada voz de Rosarito.

No hay comentarios: