martes, 19 de junio de 2012

José Mª Amigo: Iba a la zaga


Sobresalía de entre la multitud con el letrero de la camiseta 'Camarón de la Isla'. En un mar de vestidos alegres, claros, multicolores y arcoirisados propios de verano. Como una nota negra en pentagrama blanco. O como una morceña en la leche tibia de la tarde. Su caminar era casi a saltos. Yendo a remolque de ella.

Su rostro... cómo describirlo... era tal que un cristo velazqueño andante. Con la diferencia de que no se le adivinaba nada especial tras de él. Un rostro sombrío al que le ocultaban los ojos, no con mechones de pelo, sino con unas gafas oscuras.

Se le quedó gravado en el recuerdo, sin saber la razón por la cual el poso cayó en el aljibe de su memoria. Podía explicarlo, eso si, dando algunas razones; diciendo, por ejemplo, que... acaso, quizás, tal vez... por contraste... se debiera a una idea que tenía estereotipada del gitano, una idea prefijada sobre el tal cantante que se le aparecía como un ser vividor, alegre, extrovertido... Idea en modo alguno basada en indicios, detalles... en algún agarradero... en resumen, una idea basada -todo hay que decirlo- en nada con base argumental cierta, ya que ignoraba, y aun ignora, de ese cantante, prácticamente todo... Y sin el prácticamente.

Aunque ahora, ahora que lo piensa, se le ocurre, se le viene a la cabeza que la persona que vestía así es posible, podría ser -quién lo sabe- que quizás, tal vez, acaso... quisiera trasmitir todo ello, ese prejuicio, o estereotipo hecho carne en ser, al común de las personas que lo rodean...

-Así como me veis, yo también lato, gozo, amo, quiero vivir...

Se le quedó prendida la imagen en la retina. A él. Que en esos momentos, temblando, acercaba la jarra de cerveza a la boca y sin poder tener la mano tiesa se le escurrió parte del líquido burbujeante por la pechera abajo y ella, que siempre lo acompañaba, lo limpió con una servilleta de papel.

Mas, si quería trasmitir ese mensaje, para su desgracia -por lo que observó entonces- era él el único que se quedó atraidos por su pinta. Y por su andadura irregular.

Otro detalle: caminaba encorvado, piernas peludas, calzones cortos y ella, siempre en vanguardia, un paso adelante, tiesa, como una garrota. Él la cogía del brazo. E iba a su zaga. Era zaguero de ella.

Y caminaba siempre mirando a la derecha. De frente. Torvo. O eso parecía. Hasta su pie derecho parecía torcerse hacia ese lado. Una graciosa andadura -repite- irregular en su avanzar a saltos. Un saltimbanqui entre la multitud.

Si le quisiéramos sacar chispa política, nosotros, que no es el caso, aunque viene al paso porque era este acontecimiento, este sucedido, cercano al 18 de julio -fecha de triste recordación para la Historia de España- le daríamos la razón, toda la razón y más que la razón:

-Nunca hay que darle la espalda a la derecha, a la derechona, a la reacción. Es un suicidio político. Hasta físico.

Y sino que se lo hubieran preguntado a doña Agustina Alonso González que acaba de morir, mujer de Moraleja del Vino (Zamora) que, en 1936, le arrancaron a su novio y a su hermano de los brazos y se los asesinaron. Pueblo, este, Moraleja del Vino al que asesinaron a cerca de 30 republicanos. Los falangistas, los fascistas, los franquistas, los nazis. Con atrocidades como corte de testículos, en hombres claro; o pechos, de mujeres por supuesto; o arranque de ojos, o arrastre de cuerpos hasta ser despellejados o...

Pero no es el caso.

Este individuo, al que no conoce de nada, se le presenta, se le apareció así, por sorpresa, de golpe. Y no con la fuerza corpórea sanguinolenta, sufriente, torturada y maltratada -como esos antifascistas asesinados en Moraleja del Vino- sino con el empuje visual de una camiseta negra de la que sobresalen una letras grandes, en blanco, pregonando 'Camarón de la Isla'. Como si cantaran por soleares, por seguidillas o por tonás. En un océano de vestimentas alegres, claras...

Camiseta negra en un cuerpo encorvado, con pantalones cortos, piernas peludas, caminando a saltos, y mirando de frente -no al frente- a la derecha, donde estaba sentado él, encendiendo el pitillo entre los dedos que a duras penas querían aprisionarlo. Hacia esa derecha donde también quería dirigirse su pie derecho, en claro disentimiento con el izquierdo. Y una cara oscura, a la que le han tapado los ojos con unas gafas de color negro, oscurísimas.

Un hombre que camina así, encorvado, como a saltos, arrastrado por una mujer que anda tiesa como una vara. Y lo lleva a remolque. Quiera o no. Aunque eso... sería mucho decir porque no lo sabe.

Un hombre con esas características choca, siempre choca. Y produce un impacto. Como producen impacto las balas de los fascistas en los cuerpos de los republicanos de Moraleja del Vino.

Esta imagen, que se le presentó mientra bebía cerveza en una terraza, ajeno a preocupaciones, a historias, a relatos represivos, a historias vivas del tiempo, a tristezas, a 'nidos de antaño donde no hay pájaros hogaño'... daría para mucho más.

Incluso risa, como le produjo a él. Tan incontenible fue ella que, al temblor de los labios, se unió algo que quiso ser la risa en la boca y el pitillo se le cayó acompañado con un hilillo de baba, yendo a sumergirse en la jarra de cerveza.

Para mayor risa, no se le olvida, queriendo apartar de los labios la servilleta de la mujer que le acompañaba, el brazo derecho se dirigió involuntariamente, sin control cerebral, a un lugar distinto del que quería: hacia la jarra de cerveza que cayó al suelo.

Pero con esto basta para esta fugaz figura que sobresale, que se abre, a duras penas, entre los paseantes, negra, negrísima, de viejo rockero, o de espectro de ultratumba, de entre la multitud veraniega en un cuerpo tan enclenque, tan decaido... pero que...

-¡El muy gilipollas!... Se ríó de mi con su labio leporino, mientras me apuntaba con el dedo. ¡No te jode!

Y que aun ahora, trascurrido el tiempo, sigue mirándole, a la derecha, apuntándole con el dedo, como trasmitiéndole, por sus ojos ocultos tras las gafas, aquello de:

-Así como me ves, yo también lato, gozo, amo, quiero vivir.

Y podría haberlo dicho él, con toda la razón del mundo, pero se calló por no parecer descortés.

Y si, eso también lo podrían haber dicho los asesinados de Moraleja. Con todas las ganas del vivir del mundo. Pero se encontraron con los 'asesinos falangistas' -como los calificara doña Agustina Alonso González- y les jodieron la vida.

¿O no?

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