martes, 19 de junio de 2012

José Mª Amigo: El buraco del orate


 1.º Nudo

Desde donde estaba podía ver, a través de la ventana, un fragmento de cielo azul, clarísimo; no se sentía con deseos de participar en la conversación que mantenían varios de sus compañeros; no es que estuviera a dis­gusto, que no lo estaba en absoluto: simplemente le parecía superfluo.

La clase tenía el olor, el desbarajuste y el polvo de las vacaciones; aún no había sido borrado el encerado que conservaba los últimos rótulos de junio escritos por los alumnos "Vivan las Vakaciones de Verano" "Vivan la Tres Uves".

Quedaban varios días para que el curso comenzara de nuevo su andadura y la conversación giraba en torno a los "métodos", "procedimientos" y "actitudes"; tres palabras, cuyo significado se le escapaba, junto con otras muchas de nuevo cuño; verbigracia y lo ponía por la gracia que le daba: curriculum... ; no es que no supiera con exactitud lo que en idioma castellano significaban; que quizá tampoco lo tenía seguro; ese no era el problema pues con mirar al diccionario se solucionaba, no: no terminaba de llenarlas de carne: eran para él puro hueso: ahí radicaba el problema.

Pensaba, algunas veces, que se había quedado anclado en la enseñanza activa de Freinet... ; en resumen, buena gana de enrollarse: el tiempo, o los tiempos, lo habían pillado y sobrepasado.

--Los niños no escuchan; lo llevo observando ya hace dos o tres años: no escuchan; una proporción conside­rable del tiempo la destino a conseguir que se centren en lo que digo; ¡claro!, multiplicado por los días de clase al año, es una pérdida...! -decía una compañera indignadísima.

--Los padres tienen mucha culpa en todo esto, pues insultan a los maestros delante de sus hijos; lo lógico sería que si tienen alguna queja vinieran a decirla aquí; pero no, lo hablan a escondidas; y ese no es muy buen proce­dimiento -se quejaba otro.

Desvió la vista de la ventana al oír la palabra "procedimiento" y la fijó en el que acababa de hablar: alto, con ga­fas, de tez morena, pelo muy negro al que ya comenzaban a abrírsele algunos claros; cara casi redonda; hablaba con énfasis; y fuera por eso o por la palabra "procedimiento" le había arrancado de la contemplación del trozo de bóveda celeste:

--¡Joder!, no me entero de nada: ¿ese "procedimiento" es al que se refieren los nuevos libros del ministerio? -dijo y se calló esperando una respuesta.

Los compañeros se sonrieron.

--Ya vienes con las mordacidades de siempre; ¡anda, no nos tomes las guedejas! -contestó la indignada com­pañera de antes.

Impecable en su vestir; voz aflautada; pelo rubio; cara redonda y encarnada, al parecer, de hembra hondamente satisfecha; cuerpo un tanto voluminoso, al igual que sus ubres; muchos decían que hinchaba su pecho para que se le notaran las poderosas mamas; aunque él estaba convencido de que lo hacía para subrayar su tendencia, incontinente, de virago o marimandona; decían que militaba en una organización religiosa (Opus Dei), en una secta (católica) que bastantes detractores la justi­preciaban de malvada, peligrosa y de proclividad extremadamente derechista, cuasi nazi.

Siempre le sorprendía que, cada vez que hablaba, tomara sus palabras como si fueran de doble sentido: o él no se expresaba bien, o la que no escuchaba era ella, o que, y era los mas probable, no estaba a la altura de las circunstan­cias: eso tenía que ser, no había otra explicación, viniendo de quien venía: una maestra que no se perdía un cursillo, tuviera el matiz que tuviera, se tratara de lo que se tratase; por fuerza tenía que haber acumulado, en su magín cere­bral, unos conocimientos de tal envergadura que, claro, las pregunta que le surgían de improviso, al maestro contem­plador de cielos, habían sido superadas por el pozo de ciencia, tan profundo, que solo llegaban a la superficie del agua, y reflejaban la ignorancia supina en el que estaba inmerso; y por lo tanto la hacían sonreír: no cabía otra explicación.

Se propuso no interrumpir mas la conversación; se sentía ridículo cada vez que abría la boca.

2. Corbata

En el patio del colegio algunos niños comenzaban a dar la lata con sus gritos.

--Lo único que saben es dar gritos: chillan como energúmenos.

--Ya os lo decía yo hace unos minutos: no escuchan; hablan y hablan; vocean; para que puedan oír los que, verdaderamente, tienen interés es necesario elevar la voz; luego se acostumbran a los gritos y parece la clase un manicomio. --seguía el pozo dando agua.

Eso del manicomio iba por él, pensó; hace tiempo alguien le había dicho: --Tu terminarás en el manicomio. --¿Por qué me lo dices? --le había preguntado al que había realizado tan tremebunda manifestación. Por toda repuesta le endilgó: --Ya sabes la causa. No tengo por qué descubrirte la luna.

Desde entonces se mosqueaba cada vez que proferían la palabra "manicomio"; sospechaba que lo decían refiriéndose a su persona.

Se puso rojo y a punto estuvo de contestarle a "la poza sabia" con alguna de las suyas pero se contuvo; sabía que sus reacciones escapaban, muy a menudo, al control de su cerebro; y los nervios le jugaban malas pasadas de las que después se arrepentía.

Solo de pensar que se le notara su encarnadura en el semblante se le puso la cara aún mas atomatada.

Para disimular, lo que creyó evidente reflejo en los demás, volvió a centrar su vista en el panorama que le ofrecía el ventanal del aula: el pequeño lienzo rectangular del firmamento.

--"Así, --pensó--, estarían los locos en el manicomio: contemplando un poco de cielo; y entre barrotes para evitar que se lancen, como el águila herida del cuento de Gorki, al abismo, por el solo placer de sentir la vida mientras mueren volando; es de suponer que muchos sentirán la misma tentación de volar que el águila; de ele­varse de esta rutina; de esta mediocridad; de está descomunal porquería y...

--¡Y yo que sé! --exclamó en voz alta sin darse cuenta.

--¿Qué dices? --preguntó el profundo pozo desde sus profundidades.

--Nada, nada: cosas mías...

Nadie había percibido su sonrojo.

-- ¡En qué estarías pensando! --echó un poquitín de agua al cangilón la poza riéndose.

--Pensaba en lo sabrosos que estarían los de tu organización elOpus Dei asados, como el santo ese de las parrillas --no se con­tuvo y se lanzó desde el místico firmamento.

--Como a los niños que no escuchan -- dijo sin inmutarse la encharcada poza.

-- "Dejad que los niños se acerquen a mí", afirmó Cristo; "pero no mucho, no siendo que me muerdan" aña­dió el humorista Álvaro de la Iglesia en "Todos los ombligos son redondos"-- soltó a carcajada limpia uno de los maestros que por lo general siempre permanecía callado.

--Sería un rojo como tú --saltó como un resorte la poza sectaria.

--¿Cómo lo has adivinado?; ¡qué tía!: sabe de todo --contestó irónicamente el maestro mas silencioso.

Los gritos del patio arreciaron resultando ya bastante desagradables.

Y con los gritos los ánimos de los profesores se volcaron, aún mas, contra los alumnos; eran, además, un anticipo del curso que les esperaba; y, sin querer, despotricaban contra el enemigo que tenían mas próximo; no era el adversa­rio mas elocuente ni el mas concluyente pero teniendo en cuenta, como lo tenían en el subconsciente, los bajos salarios y la nula consideración social hacia su trabajo, inclinaban la balanza de sus ánimos, no precisamente al amor entusias­ta hacia los niños (aunque había de todo, ¡no hay que exagerar las cosas porque el místico tuviera esa idea negativa!); y nadie podía culparlos de tal desamor.

--Las contestaciones, ya de muy niños, son a veces, humillantes; luego como nos les puedes tocar... pues pasa lo que pasa: se te suben a las barbas; muy a menudo te quedan ganas de darle un tortazo, pero...

Se extendieron, largo y tendido, sobre los métodos de enseñanza.

Volvía a encontrarse a gusto, ¡menos mal!.

La cháchara de sus compañeros le adormecía.

3. Soga

Los chillidos de los niños en el patio habían desaparecido.


El cielo azul invitaba a dar un paseo.


Habían aparecido algunas nubes y, por lo que veía, la niebla iba a adueñarse del cielo de un momento a otro a te­nor de una columna que parecía emerger de la tierra; como si fuera humo de una hoguera; pero ...


-- ¡Qué niebla ni qué hostias! --humo era lo que se elevaba de la tierra; una ligera columna de humo.


Cada día que pasaba adquiría mayor consistencia la profecía de aquel compañero pronosticándole que terminaría en el manicomio; ¡haber confundido una delgadísima columna de humo con la niebla era digno de manicomio!.


Miró a sus compañeros y a la ventana dándose cuenta que se había trastornado un poquitín.


Tan pequeña era la columna de humo que no había llamado la atención de ellos: seguían enfrascados en las cuestiones de actualidad pedagógica: sacaba de su pozo, numerosos cangilones, la poza; hinchaba de vez en cuando su pecho, casi sobrenatural, haciendo sobresalir sus tetas cuyos pezones presionaban enhiestos como pingorotas de un Himalaya sectario (opusdeista):


-- Es fundamental, en la educación de los niños, la actitud: yo diría capital, y lo diría, sin alejarme un ápice de tal sustantivo; podéis considerarme una radical, hasta sectaria, como me llamáis algunos, si así lo consideráis, pero en esta cuestión, no en otras, que soy tan receptiva o mas que cualquier persona, pero en esta, digo, perdonadme, no admito vacilaciones, no me permito vacilaciones: y no tengo, por tanto, la menor duda; cuando la aportación interna del educando no existe o está bajo mínimos, por lo que sea, que en esto no entro a valorar, ni creo que haya que hacerlo, cuando se establecen los principios generales, como los establezco, yo, aquí y ahora, en este preciso momento: no hay educación posible; las actitudes negativas son, sin duda, y repito, no me muevo un ápice de mi aserto, el mayor enemigo con el que nos enfrentamos a la hora de llevar a buen término, a buen puerto, si se me permite este símil marinero, nuestros objetivos marcados con precisión, con una precisión profesional, porque lo somos, mas que loable; de nada sirve que pongamos nuestro mayor interés, que preparemos a conciencia los temas a tratar a lo largo del curso, que los hagamos agradables, con un nuevo envoltorio, como se preparan los productos en las em­presas con el colorido, con la vistosidad que el producto requiere para que sea deseado; de nada sirve, vuelvo a insis­tir a riesgo de ser machacona, de que me llaméis pesada, cargante, si luego de ellos no brota, no surge, no parte nada, nada en absoluto: es un yermo, un erial; estamos abocados al fracaso, a un fracas...


4º. Ahorcamiento

Como el griterío renaciera de sus cenizas, como el Ave Fénix, despues de un rato agradable de silencio, se levantó de su silla:

--Voy a ver que pasa ahí afuera --dijo el místico contemplador de firmamentos.

En el patio los niños habían prendido un papel convergiendo los rayos de sol en él con el culo de una botella y luego habían ido a buscar mas papeles con lo que habían logrado una pequeña fogarata de la que se elevaba una finísima columna de humo.

--Pero... ¿como se consigue encender el papel sin cerillas ni mechero? -preguntó el que hemos denominado mís­tico maestro contemplador de cielos.

--Se orienta el culo del baso de tal manera que los rayos ...

--¡A ver! ¿quien ha sido el que ha hecho esto? -interrumpió la poza desbordándose.

--¡Señorita!: ha sido este -dijo un pelotas.

--¡Tú, dame el cristal!. Mañana que venga tu padre a hablar conmigo -sentenció la poza.

--Pero, si no he hecho nada, señorita, yo solo...

El místico se puso rojo y le dijo:

--Dale el cristal que es suyo, ¡coño!.

--Ya estás con tus payasada; no ves que pueden quemarse; ¡tú no razonas bien!.

-- ¿Qué dices?... ¡Repite!... ¡Repite lo que has dicho! -dijo entrecortadamente- ¿Que no razono?... ¿que no juno?... ¡Repite! ¡Rep...

Y en un arranque le propinó tal empujón y como no halló el beneficio de suEspíritu Santo y toda la cohorte celestial, se de­sequilibró cayendo al suelo de espaldas; empero no contento con eso liose a patadas con ella de tal manera que si no lo agarran los otros profesores hubiera terminado para siempre con esa"Sierva del Señor" que tan honda, tan profunda y tan radical concepción pedagógica le llevó a substraer, como substrajo, el culo de una botella, un simple y vulgar culo, a un niño; y, por lo que podía verse,los rabiosos rayos convergentes del infante herido se acendraron en el místico y casi la abrasan a ella.

Epílogo

A partir de ese momento al místico lo apodaron "El loco de la ventana" pues a veces, muchas veces, se quedaba mirando por la ventana de la clase como alelado.

Y le dio por no tener ganas de vivir.

Un diciembre, antes de vacaciones de Navidad, les anunció a los compañeros que se iba a morir en esas fiestas tan entrañables y "tan hipócritas", dijo, intentando quizás incomodar a su sabia compañera.

Como lo vieran mal, muy mal, rematadamente mal, invitáronle a dar una vuelta con ellos por algunas casas de lenocinio; en fin, algo tenían que hacer o decir:

--¡Vamos!: queréis llevarme de putas para que me eche un polvo.

--Lo que habéis pensado se semeja muchísimo a aquello que les sucedió a los chinos con los barcos ingleses -les dijo.

--¿Qué quieres decir con eso? -preguntaron.

--Cuentan que los chinos al ver salir humo de los barcos ingleses cuando navegaban, hicieron hogueras en las cubiertas de sus juncos intentando imitarlos; pero, claro, sus embarcaciones no se movían con el humo de las hogueras: no tenían motor; es lo que queréis hacer conmigo: humo: pero me falta el espíritu, el motor, como a los juncos chinos.

Tan meditado, teorizado y planificado lo tenía todo que en ese momento supieron que moriría en Navidades como les había pronosticado: no tenía ganas de vivir y si deseos de morir.

Efectivamente: cuando, después de Reyes, les comunicaron que "El loco de la ventana" había fallecido no les pilló de sorpresa a ninguno de sus compañeros.

Y es que, además, el que no folla, muere pronto.

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