viernes, 15 de junio de 2012

Pautas para que cada cual viva a su aire (presentación de un libro)


 martes, 1 de junio de 2010

Concha Barbero de Dompablo: El Don de Vivir Como uno Quiere
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(El 15 de mayo, de este año 2010, presentamos ante un numeroso grupo de familiares, amigos de la escritora y algún que otro interesado el libro 'El don de vivir como uno quiere'; de los presentes en el acto uno especialmente considerado para mi: Urbano Blanco Cea que además de buen escritor es una excelente persona. Aquí pongo las palabras que leí para ese acto; juzgadas ahora, tras los días trascurridos, me parece que sobran la mitad o más de ellas; y es que, si no se controlan, las palabras fluyen a su libre albedrío, se desbocan e inundan las riveras; pasa lo mismo con nuestra lengua que, a veces, corre demasiado, sin control del cerebro y lanza, de cuando en cuando, impertinencias de las que luego uno se arrepiente; hay un proverbio africano que ya advierte de este peligro; pero, en fin, lo que leí es esto; nada de lo dicho tengo por qué arrepentirme; si acaso su abundancia; y queda para la historia particular de la escritora y para mi)

Buenas tardes señoras y señores, damos comienzo a este acto de presentación de un libro en este espacio cultural magnífico de la Caja de Ahorros de Ávila a la que agradecemos su permiso, como agradecemos a Ana su desvelo porque todo salga bien. Me llamo José MªAmigo Zamorano y me siento muy honrado de que Doña Concha Barbero de Dompablo, la autora aquí presente, me haya pedido que sea el que abra este acto. Me acompañan los escritores D. David Lentisco y D. Tomás García Yebra que luego intervendrán con su palabra certera y precisa sobre la obra.

El libro que hoy presentamos, 'El don de vivir como uno quiere', sigue profundizando en lo que Doña Concha Barbero de Dompablo denomina 'la autoobservación' y es la continuación de su anterior libro. En 'El Don de vivir como uno quiere' desarrolla, sobre todo, lo esencial del capítulo que en su primer libro denomina 'Tienes ilusiones y proyectos'.

Se dice que está compuesto con textos escritos 'en momentos de inspiración y de especial sensibilización'. De modo que el libro no es un tratado, o ensayo, seco y árido, extraido de su intelecto sin emoción, sin vida, sino que nace de sus más profundas entrañas espirituales. Es sincero, tiene vida. Late en él la persona que lo escribe. Son datos muy importante, creemos, sin los cuales pocos libros resiste el paso del tiempo.

Se podría abordar desde distintos ángulos: el pedagógico, el psicológico, el filosófico... Nosotros queremos referirnos aquí, solo a la utilidad  del libro y de paso subrayar su valor literario. 

Ya la introducción se abre con una cita del escritor alemán Hermann Hesse que reza así: 'Los libros sólo tienen valor cuando conducen a la vida y le son útiles'. 

Cita atinadísima ya que deberíamos plantearnos, cuando abrimos un libro, con intención de leerlo o comprarlo, que para qué podria servirnos. Tenemos bastantes en las estanterías de nuestras bibliotecas particulares e incluso hemos leído numerosos, de los cuales muchos de ellos no nos sirven para nada. De esto ya se hacía eco Cervantes en El Quijote.

Bueno, pues este libro de Doña Concha Barbero de Dompablo puede servirnos de guía para encauzar la vida. No la vida en general. Sino la nuestra. La propia. La particular. Puede llevarla por derroteros que nosotros queramos y no perdernos por andurriales que la casualidad, las circustancias, el azar, la suerte, las personas del entorno o... o ¡vaya usted a saber!... quieran dirigirnos. Que seamos nosotros mismos, como decía Luis Vives a Erasmo de Roterdam, los autores de nuestro destino.

Y es que el azar, la carambola, la potra, el ambiente... como ustedes quieran denominarlo... tienen una gran fuerza. La mayor parte de las veces es imperceptible. Este poder, que ha sido  bautizado con numerosas palabras: sino, fatalidad, estrella, hado, destino, casualidad, ventura, chiripa..., moldeador por encima de nosotros y muchas veces a pesar o en contra de nosotros, lo descubrimos, ya tarde, leyendo, al azar nunca mejor dicho, la novela (Un hombre bueno en Africa) 'A Good Man in Africa' de William Boyd. Novela que hemos vuelto a recordar leyendo 'El don de vivir como uno quiere' que estamos presentando.

En la novela que citamos, un hombre blanco, inglés, segundo en jerarquía de un consulado en Africa al que nunca, ni por asomo, hubiera pensado ir, se ve envuelto, sin querer, entre las ambiciones de un político nativo corrupto; las ocurrencias de su jefe consular, a las que no sabe decir que no, las relaciones con la esposa del político nativo citado, que le salen al albur, el cadáver insepulto de una sirvienta africana del consulado del que tiene que hacerse cargo sin desearlo y su actuación a regañadientes como Papa Noel y otras varias peripecias. Es un sinvivir que casi lo vuelve loco, un trajinar estresante a causa de no saber decir no a las cosas más peregrinas que le encargan. Hasta que se revela. Y entonces, si, se planta y dice hasta aquí hemos llegado y comienza a ser él. Y las cosas le salen mucho mejor. 

De lo que trataba la novela, o eso sacamos en conclusión, es del poder conformador de la contingencia, del azar, de lo imprevisto, del albur, y similares que ya hemos nombrado, en la vida de los seres humanos. Porque, efectivamente, hay muchísimas personas, como el protagonista, que se deja llevar, nos dejamos llevar, por los acontecimientos sin oponer resistencia. De modo que, poco a poco, nos vamos yendo, por senderos que nunca hubiésemos pensado transitar. Es más, los sueños, las ilusiones, los más íntimos deseos, nos pedían, dirigirnos por otros caminos, esos que Concha en su libro nos anima a seguir porque 'estamos capacitados para alcanzar el sueño de vida'. 

Por ejemplo, un servidor de ustedes, para qué hablar de otros, de muy joven (hasta esos remotos tiempos me ha hecho retrotraerme Doña Concha Barbero de Dompablo), quería ser granjero, tener un gallinero propio; pero mi familia dijo que no, que verdes las han segado, y yo me quedé sin poder realizar mi cacareado deseo, qué se le a hacer; más tarde, estudiando magisterio, logramos tener una página juvenil, en un diario de Zamora y allí escríbiamos, cada 15 días, Antonio Casado (hoy muy connotado periodista) y yo; soñábamos con ser, eso, periodistas; y él se fue a examinar a Madrid y lo suspendieron; mas no se amilanó y se metió en la escuela de periodismo que tenía el diario YA y que fundó un obispo, Herrera Oria (de esto, creo, sabrá más D. Tomás García Yebra); y Antoñito Casado terminó de periodista eximio porque dice la autora, y cito textualmente: 'hay personas firmes en sus convicciones que saben muy bien cual es su vocación y se oponen a directrices familiares, sociales o culturales, llegando a ser lo que desean'..

Bueno, pues yo no,  y al ver el cero de Casado, me espanté abandonando esa ilusión. Me dejé llevar por el pesimismo sin luchar. 

Y hoy estaría, a lo mejor, hablando o escribiendo, todo el santo día, de la Santa Transición y de sus beatos protagonistas. O distrayendo al personal de sus inquietudes por el paro, las hipotecas y demás angustias, con isabeles pantojas o belenes estébanes y otros especímenes de la fauna patria alabando sus ocurrentes tonterías como si de genialidades se tratara, mientras en mi oído sonaría el tintineo gozoso del dinero que recibíría por decir o escribir sobre semejantes bobadas. 

Y, fíjense, yo, ahora, puedo exclamar ¡Qué horror, monaguillo de diarios y teles! o ¡Qué espanto, un servidor cuidador de gallinas! Pero mi exclamación de horror, o de espanto, nace porque el albur, el hado, el acaso etc. etc, me ha modelado así, como ahora soy. Me ha ido transformando a su capricho y encaminado mi pensamiento de acá para allá hacia estos espantables rechazos.

Debido a ese dejarse llevar, o a ese buenismo, del que estamos algunos creados, el azaroso e imprevisible vaivén del mundo va labrando con paciente labor nuestra carne y nuestro espíritu, arañándolos, hasta vernos transformados en otra cosa que no estaba plasmada en el programa de nuestras ilusiones. Esa cosa que puede ser un guiñapo humano o bien otra persona que, al final, se adaptó como un sancho panza al devenir sorprendente viviendo feliz. Y comiendo perdices. 

En fin, decía Goethe en su magnífico Fausto, en traducción de Cansinos Assens, que 'nuestros hechos nos amargan la existencia'. No las obras de otros, no; sino las realizaciones propias, las nuestras. Bueno, pues para no amargarnos y decir basta al viento del azar, del destino, del que dirán, del común denominador etc, etc,  el libro de Concha viene muy bien, que ni pintiparado, al descubrirnos, como nos descubre, ese poder de elección y decisión que tenemos para decir basta y ser feliz, para romperle la crisma al más atrevido azar, a la más osada eventualidad. Es un buen antidoto 'El don de vivir como uno quiere' y su lectura una buena inmersión en nosotros mismos. Sin duda.

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Queríamos subrayar el valor literario de la obra de Concha, pues puede correr el riesgo de quedar reducido, su libro, a una obra de autoestima. Y es algo más: un libro valiente, sincero, veraz; vibra una persona, late un espíritu; y se nota un trabajo concienzudo para colocar en el lugar preciso, en el momento oportuno el yo o el nosotros de manera notabilísima: el yo de ella con el nosotros a los que nos dirige la palabra, para demostrar, mostrándonos, que su experiencia quiere compartirla con los demás; es su manera de llevar a la práctica el desasimiento, el desprendimiendo, la generosidad, el amor que predica; y lo defiende, así, con hechos, dejándonos su experiencia, por si pudiera servirnos, en contra del egoismo, en contra del todo para mi, que invade el entorno y el contorno y lo corrompe; subrayamos el valor literario también porque vemos utillizar en numerosas páginas un lenguaje muy cercano a la poesía o a la metáfora poética; en la musicalidad de las palabras; en un lenguaje limpio, rítmico en ocasiones, naciéndole de si como agua de manantial.
En su existir, subyugada por lo que le rodea, asomada a su mirador, inclinada en su atalaya, le viene rondando a  la cabeza un aleteo de ideas que va cogiendo al vuelo. Abre un hueco para que todas ellas vayan posándose con serenidad; es como amarrar un torrente; como controlar sus emociones sin dejar estrangular su espontaneidad, porque los frenos -dice- paralizan el ímpetu de arcoirisados destellos. Hay que conocer -añade - el haz y el envés de la vida, abrir la cortina de las posibilidades, desterrando la ociosidad que es la carcel donde se encierra la rutina preñada de un vaiven de preocupaciones que chirrían por doquier; ella, a su modo, desea rasgar la cortina de la uniformidad, desenredando sus tramas. Concha, para dar frescura a la existencia, abre un rincón de esperanza, meciéndose suavemente en las dulzuras de esa misma esperanza, dejándose acunar por el movimiento de la vida, espolvoreando de ilusión el mundo, moviendo los hilos que la enganchan a la vida. Luego, no deja que su entusiasmo se convierta en humo y su idea se la lleve el viento y con el sentido del humor, la alegría y el optimismo, que son refrescos para la imaginación, se anima a soltar las cadenas, a romper amarras, a salir del remolino, aunque cueste, distorsionando la calma existencial,  proyectando una nueva imagen; y si dibujamos fantasías -nos dice convencida de sus gozosas consecuencias-  nos advendrá una racha de alegría, o tal vez alguna ráfaga de agradecimiento, y así recorreremos el sendero de la vida, percibiendo su silbido melodioso, que producirá un hormigueo en el estómago; en realidad son mieles de la vida plena, pequeñas pinceladas de euforia; todo ello contribuye a que Concha Barbero de Dompablo esté seducida por su propia existencia. Y nos lo contagie a  los lectores.

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