viernes, 15 de junio de 2012

José Mª Amigo Zamorano: La de mirada esmeralda


 viernes, 6 de junio de 2008

José Mª Amigo Zamorano: "La de los ojos verdes"
__________
En la localidad estaban de fiestas y aquel día se organízó una carrera ciclista. La plaza mayor fue invadida por automóviles con bicicletas en las bacas. Poco a poco fueron llegando ciclistas con sus llamativos y multicolores ropajes. Los vecinos se arrimaban a las vallas para ocupar los sitios mejores a lo largo de la calle principal.

Para los entendidos la carrera era importante ya desde hace años: Pero este año lo era aun más porque el premio se había incrementado considerablemente y se habían acercado figuras del ciclismo como moscas a la miel.

Una de ellas atraía las miradas de los espectadores. Sobre todo chicas. Era un ciclista de tez morena, faz angulosa, barba tan cerrada que, a pesar de estar bien rasurado, se le notaba el negreo en su cara. Mirada penetrante y sonrisa irónica. En ese momento se frotaba sus piernas morenas de músculos pronunciados por el ejercicio del pedaleo.

Cerca de él, junto a las vallas, unas chicas reían y lo provocaban con piropos:

-¡Morenazo! ¡Guapo! ¡Tío bueno!...

No hacía mucho caso acostumbrado, como estaba, a ese tipo de demostraciones.
Se le acercó un compañero y se levantó para hablarle. Miró casualmente hacia donde estaban las mozas. Una de ellas, aunque sonreía como las otras, le pareció diferente: pelo corto, cara muy blanca y redonda, ojos verdes, grandes y luminosos. Mientras charlaba con el otro ciclista sus miradas se cruzaron y ella se encendió, coloreándosele la cara como un tomate. Tanto que a él le pareció hermosísima. ¡Vamos, que se quedó prendado de la moza! Y a pesar de los llamamientos a que se pusieran en la línea de salida se le quedó grabada la cara.

Se colocó en el lugar que decidieron en el equipo. Hasta el fondo de la calle a ambos lados de las aceras se había colocado muchísima gente. Al ser las fiestas anuales del pueblo de cuando en cuando se oía la musiquilla de algún tiovivo, de los autos de choque o de vaya usted a saber que chiringuitos. Por donde extendía su vista destacaban por encima del público numerosas casetas de feriantes; a los puestos de churros o de fritangas, se unía ahora otros para preparar cocina turca o marroquí, y la venta ambulante de ropa de gentes hispanoamericanas: bolivianos, peruanos, ecuatorianos... hombres, mujeres y niños de rasgos andinos, pequeños, morenos... de ojos ligeramente achinados...

Miró hacia el punto donde había visto esos ojos verdes y luminosos. Pero ya no estaban las chicas. Se acercaba el coche de policía indicando que pronto comenzaría la carrera. El concejal de deportes dio la orden de salida. Eran varias vueltas por calles del pueblo. El sol calentaba de lo lindo. Al principio todos los ciclistas se lo tomaron con lentitud. Gozaban de las bellezas que les deparaba el pueblo al tanto que calibraban las dificultades del trayecto. En un tramo podían apreciar la impresionante mole del castillo y un fonde de valles cubiertos de pinares y robles.

Y, allí, encima de un risco, la vio. Era ella, la de los ojos verdes. Un ciclista le pasó rozando, se le puso delante y cuando quiso recrearse con la moza venía una curva que cerraba la vista del risco. Se quedó un poco defraudado.

Pronto olvidó este episodio, porque estando, como estaba, dispuesto a ganar se dio cuenta que algunos de los que corrían con él y que conocían el peligro de la velocidad que adquirían en momentos precisos se habían colocado más adelante y tenía que pasarlos o como mínimo colocarse lo más cerca posible para vigilarlos y cortar de raiz una escapada que después podía ser insuperable. Aun quedaban vueltas, pero no tenía que dejarse abandonar. Su experiencia le indicaba que cualquier liberalidad de pensamiento podría ser fatal paar una consecución positiva de la carrera ciclista. El era un profesional. Y a mucha honra. Tenía que concentrarse y nada ni nadie distraerlo del objetivo principal: ganar la carrera. Ni esa moza por muy hermosa que fuera. Que lo era. Pedaleó cun fuerza. El públicó le ovacionó y pronto se colocó paralelo a esos que sabía eran sus contrincantes más notorios.

-Te habías rezagado -le dijo uno.

-¡En qué estarías pensando! -exclamó otro.

-En dos buenas tetas -espetó el tercero riéndose.

Permaneció mudo, en parte porque venía una curva y en parte para no servir de chacota a sus compañeros uy amigos, aunque contrincantes.

En la curva creyó verla. No, no era ella. Por cierto, esa si tenía buen tetamen, pensó para si. Era curioso que no se hubiera fijado en esa parte de la anatomía de la moza de los ojos verdes. Lo atribuyó al hecho, cierto, de la hermosura de sus ojos que le atrajeron como un imán. Porque a él, precisamente a él, la delantera nunca le pasaba inadvertida. No había otra razón. Cuando volviera a verla, si la veía, que la vería. De eso no tenía ninguna duda. Ya haría ella por buscarlo, se fijaría en esos apéndices mamarios. Se sonrió para sus adentros. Y su razonamiento no nacía de una petulancia propia de de un ciclista que se cree el dios del mundo. Ni hablar. Surgía de la experiencia de otras carreras en otras localidades. Luego, sacaba esa conclusión del enrojecimiento de su cara. Una muestra de la atracción que la moza había sentido hacia él.

Pedaleó con ansia y se colocó a la cabeza del pelotón. Calculó que estarían por la mitad de la carrera. Era el momento en el que se va diezmando el grupo. Las fuerzas van fallando en los individuos peor preparados y se retrasan. Sienten un agotamiento que por momentos se transforma en angustia y se ven morir. De ahora en adelante cada vuelta era un tormento dificil de soportar. Muchos no podrían ni con su alma por muy etérea que fiera. Lo más seguro es que solo cuatro o cinco, como siempre, resistirían el ritmo acelerado al frente del pelotón. Esos eran los peligrosos. A esos tenía que tener a raya. Naturalmente ganaría. Como siempre. Alguno podría pensar que se repetía al decir, como decía, 'como siempre'. Pero era la pura verdad. No podía utilizar otra locución porque esta era la que resumía su historia en el el ciclismo. Si, siempre ganaba. En todo.

Para corroborar sus reflexiones, allí estaba. Era ella. La moza. Le ofrecía una botella de agua que agradeció. Lo agradeció por muchas cosas: porque tenía necesidad de agua, porque era una prueba del atractivo que tenía con las mujeres, porque necesitaba verla y también, por qué no, para calibrar el grosor, el volumen, la medida exacta de su delantera a la que antes no había prestado atención. En este caso el resultado no daba igual. Lo decía por la canción de los mozos y mozas del pueblo entonaban y llegaba a sus oídos: 'Hemos venido a emborracharnos y el resustado nos da igual ¡Alcohol, Alcohol, Alcohol!'. No podía é, el ciclista, el campeón, concordar con el estribillo: a él no le daba igual que la chica de ojos verdes, grandes y luminosos, tuviera buene pechera o fuera lisa como una tabla. En este caso el tamaño si que importaba. Su inspección con la mirada, claro, (la otra vendría después), logró una calificación más que notable. Los genitales lo captaron. Daba gracias en esre caso a que estuviera subido en una bicicleta y que los trajes fueran tan ajustados que no permitían el movimiento de su miembro viril. De lo contrario su vergüenza le saldría por todos los poros de su piel.

Estos pensamientos por poco casi le cuestan salir derrotado en la carrera. Se retrasó y cuando sonó la sirena de la policía municipal estaba lejos de sus contrincantes. Costole Dios y ayuda lograr que su rueda pisase la meta con unos centímetros por delante de los otros. Pero lo logró. Como siempre.
Después de descansar se dijo:

-Ahora, a por el otro triunfo.

Tenía pensado quedarse tarde y noche a la fiesta del pueblo. Pasó con sus compañeros por un bar. La vió. Allí estaba. En un bar. Hermosa. Cara redonda. Pelo corto. Ojos verdes. Luminosos. Reía. Lo miraba. Pero, ¡ay!, para su desgracia, estaba en brazos de otro.

*

Fdo: José Mª Amigo Zamorano

No hay comentarios: