viernes, 15 de junio de 2012

José Mª Amigo: ¡Coño, otro que se ríe!


Lo llamó enero rojo porque, por entonces, llevaba varios días que, a la caída de la tarde, cuando se adentraba en el robledal, el sol parecía enrojecer el bosque dando la sensación de estar en pleno verano. 

A él el colorido le animaba. La atmósfera que lograba crear le atraía como un imán. Se sentaba en un tronco y se liaba un pitillo de marihuana. Luego lo prendía, daba unas caladas y respiraba profundamente. ¡Uf! era como tomarse un trago de optimismo.

Pero la tarde que narramos se metió más en la arboleda y cuando quiso volver sobre sus pasos la noche se le abalanzó de repente y no supo enontrar el camino de retorno. No le dio importancia, porque no quería encontrarse con su mujer y sus hijos quienes, en su estado soñador, siempre se reían de él. De modo que se arrimó tranquilamente al tronco de un árbol y se lió un segundo porro. Salió la luna e iluminó el bosquecillo. Las sombras que proyectaban los árboles semejaban terribles monstruos que a otros hubieran encogido el ánimo, pero no a él que suscitaron una estruendosa y sonora carcajada que el silencio de la noche aumentó y el eco le devolvió quedándolo en suspenso.

-¡Coño! Otro que se ríe... ¡Eh, tú!... ¿Te ríes de mi?

Y el eco repitió: '¿Te ries de mi mi mi... ?

Giró en redondo. Miró en todas direcciones. Se estremeció. Comenzaba a hacer frío de verdad. Posiblemente estuviera ya helando. Echó a andar por una vereda que, la luz de la luna, descubrió iluminándola. En su andadura a veces se asustaba con los ruidos que sin cesar se oían. Por lo que comenzó a andar más rápido. Incluso a correr. Siempre que el sendero lo percibiera claramente. A ratos pensaba en la tontería que había hecho viniendo a pasear por estos andurriales tan alejados del poblado.

Es que se le estaban pasando los efectos de la yerba. Y veía con más claridad las cosas que le rodeaban.

Adquiría conciencia de lo solo que estaba en el mundo y lo poco que le importaba a los demás lo que pudiera sucederle. Se agrandaba el relieve de las ideas por las que había luchado: la unión de los trabajadores en pos de un ideal común de fraternidad. Enseguida le vinieron los versos de Goytisolo, aquellos que cantaba Paco Ibáñez: ' Un hombre solo, una mujer, así tomados de uno en uno, son como polvo, no son nada'. Los había dedicado a su hija Teresa. Pues eso: no era nada. Un grano de polvo en el espacio. Un grano andando sin rumbo por ese sendero, vereda, atajo o lo que fuere. Y que al parecer no tenía fin.

Un perro le salió al paso ladrándole. Enseñándole los dientes. Furioso. Tal vez hambriento. Y él era la chuleta con la que pensaba saciar su gazuza. Se iba acercando peligrosamente mientras ladraba.

¿Qué hacer? Ahora las ideas no le servían para nada. Necesitaba acción, también pensamiento. Pensamiento y acción para ahuyentarlo o matarlo. Pero... ¿cómo... ¡Un palo!... Pero, ¿dónde?... Si se volvía para coger una rama, el perro se lanzaba contra él... ¡Una piedra!... ¡Joder, esta!... Se la tiró. El perro se retiró un poco, lo que le permitió acercarse al trono de un roble y desgajar una rama que pronto convirtió en palo. Dejó acercarse, confiado, al perro dándole con el palo en los hocicos. El perro huyó aullando de dolor.

Se sintió más tranquilo al ver alejarse entre los árboles al perro.

Con el palo en la mano prosiguió su caminata. Al poco, se dio cuenta que la neblina de la droga se había disipado por completo. Al fondo del sendero aparecían luces. ¡Su pueblo! ¡Su poblado! ¡Su tribu! El frío en ese momento era ya muy intenso, pero, por fortuna para él, en su lucha contra el perro no solo el animal había huido, también se había ido el frío. Lo que para su desgracia no había desaparecido era la soledad... La angustiosa soledad que rodea su cuerpo, hasta casi axfisiarlo en ese enero rojo...

Abrió los ojos.

-¡Papá! Ya amanece. Es hora de levantarse.

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