lunes, 2 de julio de 2012

Morilla de Fuenteenamorada -1


Tenía pensado narrar ’El caso de los cien eurillos’, pero esta mañana Ma Galio, nada mas despertarse, ha estado oyendo a un reprentante de Cruz Roja por la radio. Y, la verdad, tanta miseria en España, le ha revuelto el estómago, por lo que deja para otra ocasión este suceso que tuvo que resolver no hace mucho. Ha decidido hacer un alto en el camino. Se ha acordado de una historia o leyenda de su pueblo Valdepeñas. La recordó cuando salía de entrevistarse con el detective Mos Tacho al ver las manos de la anciana sentada en el poyo en la calle Cal y Cuento.

Morilla de la Fuente Enamorada (leyenda)
"Sucedió un día, hace muchos años, que Beltrán de Olinos, joven de rostro angelical, hijo de Diego de Olinos(que no cuenta para la leyenda pero que se pone aquí porque todo hijo tiene un padre, supone nuestroComandante del Puesto, si bien la historia no menciona a la madre que fue quien lo parió y es que en aquellos tiempos, razona el guardia civil, la mujer era minisvalorada), señor de ganados y buenas fanegas de sembradura, montó en su caballo alazán rumbo a los prados de Fuente Enamorada conduciendo una manada de vacas. Era día de San Juan, solsticio de verano.

A pesar de ser un día de alegría, de festividades, de hogueras y los ramos en el enrejado de las ventanas de la mujer amada; a pesar de todo ello su semblante está ensombrecido por la pena. Acaba de enterarse que la moza de un pueblo vecino, con la que había entablado conversaciones amorosas durante un par de meses, en realidad tenía novio formal, un chico de su mismo pueblo que estaba, a la sazón, trabajando en una ciudad. Lo mas humillante fue el engaño de ella y el haber pagado ya el vino. Para los que no sepan de costumbres habría que decir que ’el vino’ es una especie de tributo a pagar cuando entablas relaciones de noviazgo con una moza en pueblo que no es tuyo, en pueblo forastero; cántaros de vino para el mocerío del pueblo de la novia; vino para no verse amenazado, para que una piedra no te rompa la crisma; o para no verte torturado, como aquel que, al negarse a pagar ’el vino’, colocaron atado, en pleno invierno, boca abajo, a una escalera como un cerdo, casi rozando el pelo de la cabeza el agua del pilón de la fuente.

Beltrán de Olinos pagó. Vaya si pagó. Estaba enamorado. Y ahora piensa que debe ser el hazmerreír del pueblo vecino.
Beltrán de Olinos, llegado al praderío, baja del caballo, le quita la cabezada y deja libre a la caballería para que paste entre los demás animales. Se sienta a la sombra de un chopo. Hace calor. Mientras mira el ganado no deja de pensar en su fracaso amoroso y en el hazmerreir del que habría sido objeto. Odia con todo su ser a la que fue su amor. No quiere saber ya mas de mujeres. Cuando se enteren en Valdepeñas, ¿qué dirán de él, hijo de Diego de Olinos? Que no es digno de su padre, que se ha dejado engañar por una despreciable hembra.

-¡Decidido!: esta noche no pienso salir a hacer la hoguera, ni acampañaré a mis amigos de ronda. Es mas, me quedaré a dormir en los prados. ¡Malditas mujeres!

Hasta sus oídos llega el fluir del agua del arroyo que atraviesa los prados. Escucha arrebatado su murmullo. La música del agua es un bálsamo a su espíritu dolorido. Contempla las mariposas, los moscardones rondando las flores, el ajetreo de las hormigas, el libar de las abejas y el trino de los pájaros que se meten entre los cardos que crecen en medio del prado, allí sin duda tendrán el nido con sus hijitos y le llevarán comida. Se imagina a los pajaritos en carniculas estirando sus picos para recibir el alimento... Todo ello le aquieta, lo sosiega, lo adormece. Cierra los ojos...

No está seguro pero cree que se ha dormido un rato. Lo cierto es que siente una sed inaudita que le impulsa hacia la Fuente Enamorada. A beber. Manantial de agua que brota entre la hierba. Clara, fresca, irresistible a su boca. Aparta la vegetación y acerca sus labios al agua que fluye, ansioso. Cerca ya del agua surge, como un cuenco original lleno de líquido, una vagina que cuando comienza a beber ya es otro cuenco en forma de dos manos callosas, agrietadas, de una anciana. Beltrán de Olinos agradece la oferta de la mujer sin que, en ningún momento, haya mostrado gesto alguno de repulsa. Bebe con naturalidad, con avidez. Ya saciado la mujer le acaricia con sus manos. No siente en el rostro la aspereza de la vejez sino la suavidad de la entrega generosa y caritativa. Mira a la señora, le da las gracias asombrándose de que, en realidad, su rostro, sus manos y su cuerpo se han trocado en una joven; joven de tez muy clara, rostro ovalado, ojos negros y pelo negro azabache. Está desnuda y lo coge a él de la mano preguntándole que a donde quiere que vayan. Le muestra el chopo cuyas hojas, a la luz de la luna, brillan como monedas de plata. Allí se sientan entre el cesped. A la pregunta de Beltrán de Olinos le contesta que se llama Marien. Es una de las morillas a las que se refiere el romance tan popular entre los pueblos de España.

- Hace años que vine aquí desde Jaen -le cuenta la mujer- buscando al amor que dejé cuando nos expulsaron a los moriscos. Era mi novio Taher Mudarra, moro de morería, el mozo a quien yo mas amaba. Pero, desgraciadamente, me olvidó enseguida, lo encontré casado con hembra de la secta de Cristo, hecho a la nueva creencia y bautizado como Sánchez González.

( Taher Mudarra devenido en Sánchez González tampoco representa gran cosa en el relato, piensa Ma Galio, pero el antiguo novio de la morilla, según la leyenda, se llamaba así y no ha podido esconderlo )

Beltrán de Olinos la mira sin entender por completo lo que le está diciendo. Le parece disparatado todo, pero está a gusto escuchándola. La tristeza que reflejan sus palabras las hacía Beltrán suyas ya que está padeciendo similar desenamoramiento, engaño y traición. Por otra parte, la cercanía a esta dama, tan hermosa y desnuda, en plena noche, con sus curvas de una perfección formal le atraen solo en su pura belleza, es goce estético y le asombra que no le surjan latidos carnales, sexuales, interfiriéndole su admiración con azoramientos o vergüenzas.

(continuará)

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