miércoles, 25 de julio de 2012

La bodega del cura


En Fuentespreadas, lugar donde nací, pueblo de la comarca de la Tierra del Vino, en la provincia de Zamora, se decían cosas peregrinas de la bodega del cura párroco. 


Una vez, entremediodía (así se nombraba, si mal no recuerdo, a las horas de la siesta tras la comida cuando todo el mundo dormía) me acerqué al pajar a hablar con Pedrito el criado de mis padres. Allí tenía su lecho para descansar. A alguno le parecerá extraño eso de tener por cama el suelo de un pajar. Pero así era. Aunque los amos tuvieran camas de sobra, los jornaleros descansaban en los lugares mas indeseables. Parece mentira a estas alturas de la historia. Aunque... quien sabe... a lo mejor volvemos a esos tiempos oscuros al paso que va la crisis... 

Mas quiero retornar a lo que empecé: fui a ver a Pedrito; por cierto, entre con cuidado porque a veces se masturbaba y se ponía hecho una furia; recuerdo que la primera vez que lo vi meneársela exclamó: '¡vete de aquí, hostias!'; y como me quedara como un bobo en la entrada me dijo: '¿Qué? ¿quieres mamármela, maricón?' y me tiró una piedrecilla; yo no sabía lo que era eso de 'maricón' pero cómo se lo decíamos al que nos caía mal me pareció una cosa mala y me marché; Pedrito debía cascársela muy a menudo porque olía a esperma; sin embargo en ese 'entremediodía' estaba dormido; con una paja le hice cosquillas en la nariz; se despertó y me dio una bofetada; luego me pidió perdón y charlamos; al hilo de nuestra conversación le pregunté si sabía sobre la bodega del cura; aunque Pedrito era muy joven, casi un niño como yo, tenía mucha vida por delante y era un pozo de sabiduría. Me contó una historia que, al cabo de tantos años, dudo que sea como la voy a relatar; saben ustedes que lo que parece tan real de aquella edad luego la mente la transforma sin que uno sea consciente de ello. En cualquier caso la recuerdo tal como van a leerla: 

("Luis 'El Lorito' fija sus ojos en el buraco por donde se filtra, oblicuo, un rayo de sol...
-¡Ves! -se interrumpe Pedrito- como este que desde el agujero del tejado llega lleno de polvo hasta cerca de nosotros.
Bueno, sigo: decía que el rayo de sol le cae sobre el jergón y se acuerda de otro sol a la atardecida de los veranos, cerca del 'huerto familiar' (*), sentado a la vera del arroyo que fluía cantarino y donde a veces se bañaba. Allá, en Santa Colomba, que como sabes es una parte de su Fuentespreadas querido. Parece como si lo estuviera viendo y viviendo en ese mismo momento en un horizonte de arreboles arcoirisados por la parte que daba a Cuelgamures. Horizonte que las cuatro paredes de la celda donde se halla encerrado se encargan de borrarlo. 
Encarcelado. Si. Acusado de un robo que otro había cometido. Claro, él no era inocente del todo.
-Pero no por eso, ¡me cagüen dios! No por eso -dice dando un puñetazo en el jergón del que saltan pulgas.
Menos mal que solo fue uno. Antes, recién ingresado en la institución penitenciaria, se daba cabezazos en la pared hasta sangrar. Con el paso del tiempo su furia se fue atemperando. No le quedaba otro remedio si quería salir de allí a los cinco años que fueron los que el juez consideró que debían recluirlo. Y es que, después de cada arrebato iracundo, los carceleros lo apaleaban.
-Tengo que salir y vengarme.
Pero sobre todo volver a su pueblo, a su 'huerto familiar' (*), a su arroyo, a las meriendas en la bodega con los amigos... La boca se le hace agua al pensar en esos platos de caracoles, cangrejos y ratas.
-¡Que ricos estaban preparados por la señora Isabel!
Y se puso a aspirar el aroma del guiso llegándole hasta sus orificios nasales una vaharada de olores pútridos del jergón, de los excrementos de las ratas y de su propia mierda.
El encierro de Luis 'El Lorito' lleva mas de dos años. Aun le quedan tres para la soñada libertad. La causa de su pena fue el invierno crudo de 19... (no me acuerdo del año que dijo Pedrito) Se estaba acabando la comida en los hogares de los jornaleros. Los amos tampoco andaban muy boyantes lo que les retraía a la hora de dar trabajo a los criados. En pocos día el hambre aparecería a la puerta de Luis 'El Lorito'. Sus padres morirían pidiendo pan. Tenía que hacer algo. Y pronto. Entonces se le ocurrió una idea...


-Luis, te llama el Señor Director


El carcelero abre la puerta del calabozo y sale el reo, sorprendido en sus reflexiones, hacia el despacho. Por el pasillo, desde las celdas, se oía: 'Lorito', estás de suerte', 'Lorito', te ha venido Dios a ver'. Está confundido.


El Señor Director le anuncia que dentro de dos días, dos días tan solo, estará libre. Comprende las voces de los presos: se han enterado antes que él. No entendía nada pero se alegra. Pronto se vengará. A menos que atienda a razones...
-Por estas -y se juramenta colocando los dedos índices en cruz besándolos en la intersección.


A partir de ese momento se le hace el tiempo eterno y para contrarrestar su alargamiento rememora, con mas ganas, la vida en su pueblo: la escuela regentada por don E., los día de fiesta: Las Candelas, San Blas, los toros en la primera semana de octubre, la corrida del gallo... La niñez, que pasó en casa del párroco estudiando latines. Querían que se hiciera sacerdote de la religión católica, apostólica y romana. Hasta fue monaguillo. Y en la casa de don Gregorio, el cura, hace limpieza del corral o va con el cántaro a buscar de agua a la Fuente del Caño... Lo que nunca hizo fue bajar a la bodega. Cuando mostró en una ocasión voluntad de descender a ella, el cura se puso iracundo, furioso como poseido y le dio un cachete.
-Ahí, nunca, ¿me oyes?, nunca -y señala una trampilla por la que se accede a la bodega.


Don Gregorio era de Vezdemarbán, pueblo de la provincia de Zamora, en la comarca de Toro. Moreno, alto, violento y muy aficionado a la caza. Su cultura, como otros muchos (no todos afortunadamente) se reducía al latín, a haber leído un par autores latinos y poco mas. Por ejemplo: cuando trataba de explicar los misterios de su santa madre iglesia católica, apostólica y romana recurría a la electricidad.
-Son misterios que no se pueden explicar, como la luz eléctrica.
Frase que indicaba la ignorancia supina en esta y otra materias. Mas burro que el Tío Mataburras. Floro, un amigo de la cuadrilla de 'El Lorito', hizo notar lo siguiente:
-¿Misterio? ¿La luz eléctrica? Que se lo pregunten a la empresa Iberduero que la mide, la tasa, la vende y la cobra. Don Gregorio lo que tiene es que es un ignorante. Pero... haber quien es el guapo que le lleva la contraria
Floro era u poco rebelde: cuando vinieron a Fuentespreadas jóvenes de religión protestante repartiendo biblias, el cura, inquieto de quedarse sin condumio, mandó a los vecinos que las entregaran para quemarlas, Floro se negó a entregarla.
El cura vivía con una sobrina que se llamaba Fidelia. Sobrina que, luego, mas tarde, corriendo los años, comprendería 'El Lorito' que no era tal. Se le quedaron gravadas en su memoria las palabras de la señora Iluminada Amigo quien hablando con su madre decía:
-¿Sobrina, señora Eufrasia? Si, como el canónigo X de la Catedral de Zamora que se pasea con una joven que llama sobrina. ¡Si no tiene hermanos ni hermanas! Me río del parentesco.


Ahora, precisamente ahora, lo que el preso Luis recordaba de la sobrina eran sus tetas. Un día, que el cura había salido de caza, la señora Fidelia lo abrazó metiéndole la cabeza entre sus pechos, lo apretaba tanto que casi lo ahoga. Olía la mujer a sudor y le decía:
-¿Qué? ¿Quieres mamar? Ten -y extrajo un seno acercándoselo a la boca.
'El Lorito' se accuerda de cuando mamaba de su madre y chupó y chupó y durante unos momentos, como una madre, lo acuna y la leche sale cálida hasta inundar su boca. Luego de repente le quita la teta diciendo:
-Bueno, vale ya -y la esconde entre sus ropa.
Cuando, años después, lo cuenta en la bodega algunos no le creen. Si bien, otros, mayores, hablaron de que podía ser verdad porque, por ese tiempo se corrió por el pueblo que doña Fidelia había abortado.


Con estos recuerdos pasa el tiempo Luis 'El lorito' en su celda hasta que transcurran los dos días para salir libre.
Los momentos mas agradables eran las salidas al patio y las comidas o cenas. Condumio asqueroso, es cierto, pero entre bromas y chistes se hacía comestible. Luego vuelve el encierro en la celda. Olor a meados, excrementos, correría de ratas y cucarachas, olores a su propio sudor, picotazos de las pulgas que lo acribillan, liendres, piojos...
Como defensa de su insalubre recinto cuidaban los presos sus recuerdos, baluarte muy apreciado por ellos y baluarte tras el que se parapeta Luis 'El Lorito'.


El día antes de su libertad hace un calor asfixiante. De modo que por una asociación de imágenes contrapuestas recuerda ese invierno crudelísimo. Los padres se quejaban. Apenas tenían que llevarse a la boca. Él también tenía hambre pero... bueno, podía aguantarse, tirar con raíces, pero sus padres...
-No, no padecerán hambre. Por estas. Lo juro -y colocó los dedos en cruz.
Se le ocurre la idea de bajar a la bodega del cura. Las gentes del pueblo, sus amigos, hasta los ancianos de mas edad hablan de la bodega, de lo grande que es y de las incontables riquezas que atesora. No, no la habían visto. Pero por conjeturas, indicios, detalles, quizás nimios, mas que algo indicaban. Están convencidos de ello. A lo largo de los siglos la iglesia católica, apostólica y romana ha dejado en los huesos a los trabajadores del campo, en cambio ella engorda mas y mas. No había mas que ver a esos cardenales y obispos y coadjutores y canónigos... paseándose orondos, risueños, pómulos sonrosados, barrigas considerables... 
-A estos chupasangres eclesiásticos los ha descrito muy bien Leopoldo Alas 'Clarín' en la novela 'La Regenta' -había dicho Floro que era muy leído. 
Coincidía en eso con Manuel Amigo Amigo, otro labrador muy leído y escribido.
Y, ¡qué coños!, sin ir mas lejos, ahí estaba don Gregorio, que vino de Vezdemarbán mas chupado que la pipa un indio y ahora luce sus carnes de bien comido...
-Algo esconderá la bodega. Y si no, ¿por qué me dijo que allí no se me ocurriera entrar?
Luis 'El Lorito', como la gran mayoría de vecinos, tenía barruntos de que allí, en la bodega, podía haber tesoros escondidos. Como en la cueva de Alí Babá. Lo de Alí Babá lo dijo Floro y lo recalcó Manuel Amigo Amigo.
A Luis entonces se le abrieron los ojos azules y se le erizó el pelo rubio. Puso cara de loco y decide aventurarse a bajar a la bodega del cura.


La casa del prelado estaba a escasos veinte metros de la iglesia. Tan cerca que se creía que la bodega llegaba, por debajo tierra, hasta la sacristía. Lo que ampliaba la imaginación de los vecinos hasta contener cuantiosos tesoros.
Era bien conocida de Luis por los años que estuvo viviendo en ella casi día y noche. Y las costumbres de sus dos habitantes: don Gregorio y doña Fidelia las conocía muy bien. No había vuelto por allí desde que decidiera dejar los hábitos y abandonar el seminario. El cura dejó de hablarle. Sin embargo, doña Fidelia, cuando su tío no estaba presente, se atrevía a saludarlo. 
La casa, que aun existe, tiene un alero que cubre de la lluvia y el sol dos poyos a derecha e izquierda de la puerta de entrada. Si se penetra en ella se encuentra primero el zaguán, a cuya derecha hay una puerta por la que se accede a un recibidor o despacho, quien muestra a la izquierda unas cortinas para ocultar la cama del sacerdote. Al frente del zaguán otra puerta daba entrada a la cocina y, justo, detrás de ella, está la trampilla que conduce a la bodega. Entre la encimera de la cocina y la trampilla una puerta mas, también a la derecha, oculta la habitación de doña Fidelia
De niño, se acuerda Luis, hacia allí se iban en ocasiones don Gregorio y doña Fidelia, su sobrina. Entonces el cura le decía:
-¡Ala, Luisito! Ya puedes ir al corral a comer moras.
Y es que el edificio curil se prolongaba a la derecha, antes de la entrada, con un huerto o corral al que se entra por una puerta, ajada, cuyo color marrón de madera el paso del tiempo, los aires, la lluvia, han trocado en gris blanquecino. Tenía una gatera y metiendo la mano se podía coger la llave para entrar. Dentro había un moral y pequeñas estancias para conejos y gallinas. 


Por allí pensó Luis introducirse en el recinto, porque a la izquierda había otra puerta que conducía a un pequeño pajar y de allí al recibidor del cura. Si bien, primero tenía que cerciorarse de que las costumbres de los de la casa no hubieran variado. Para ello se hizo el encontradizo con la señora Fidelia y, como ella le hablaba, le sonsacó acerca de sus quehaceres; los cuales, efectivamente, apenas habían cambiado: él cura se iba hacía las diez con la escopeta a pasear por el campo y poco después ella acudía a comprar escabeche, aceitunas u otros alimentos al comercio del señor Félix; dirigiéndose a continuación a la carnicería del señor Alberto. De paso llenaba el cántaro en la Fuente del Caño, hoy desaparecida.
Para llegar a su objetivo, sin ser visto, tenía que estar seguro de que en la única casa que hay cerca no hubiera nadie. Era la casa de las cinco E. Se apodaba así por las iniciales de los nombres de la pareja que lo habitaba y de los tres hijos: la E. Eligió 'El Lorito' un día de feria de ganado pues el hombre E. no se perdía por nada del mundo el mercado de Zamora capital, luego la señora E. llevaba a sus hijos E1, E2 y E3 a la escuela y una vez que entraban en el aula se acercaba a casa de sus padres. Y allí quedaba unas horas hasta el mediodía.


El día apuntado vio al señor E. subirse al coche de línea. Luis pasó por la plaza, miró a los niños y niñas entrar en la escuela. Lo único que le inquietó fue la llegada de la Guardia Civil. Un rayo de miedo corrió su  espina dorsal. Fue un instante pues al darse cuenta, como se dio, que no había hablado de sus planes a nadie era imposible que la benemérita supiera nada. La pareja de civiles entró en el Ayuntamiento que estaba arriba de las escuelas. Brillaron sus tricornios en una de las ventanas. La señora E. torció por la calle para llegar a la casa de sus padres. 'Lorito' se dirige a la tienda del señor Félix. Allí estaba doña Fidelia. Esperó agazapado en una esquina hasta que ella emprende camino de la carnicería. Pasó por su casa, que la tenía al lado del trinquete, y animó a sus padres que masticaban sus penas frente a la escasa lumbre del hogar. Subió las escaleras que conducen a la entrada de la casa del cura. A la izquierda el edificio de las cinco E. Llamó, por si acaso. Nadie. Se acercó a la del cura. Aporreó en ella. Para estar seguro. Aunque sabía que se había ido de caza. Silencio. Se puso de rodillas ante la gatera de la puerta del corral, metió la mano y sacó la llave. Rápidamente atraviesa las diferentes estancias. Subió la trampilla de la bodega. Bajó los escalones. No se veía nada. Buscó un candil. No estaba. Sube a la cocina. Y si, allí estaba. Pero no encuentra las cerillas. Busca. Estaban en una bolsita. Enciende el candil y bajó las pocas escaleras. La luz ilumina un espacio de no mas de siete pasos por siete pasos. Olía a humedad y a vino. Las paredes brillan por la humedad. Moho, telarañas. Dos cubetos adosados a una de las paredes, cuatro garrafas y numerosas botellas. Nada mas. Tentó los muros por si descubría una abertura secreta que diera paso a galerías cuajadas de joyas, como en la cueva de Alí Babá, de la que hablaban Floro y Manuel Amigo Amigo. Nada. Se puso furioso. Se cabreó consigo mismo. Dio una patada a una botella que se estrelló contra otra produciendo un ruido que lo amedrentó. Se quedó quieto. Vigilante. Luego se sentó en una tabla. Se echó las manos a la cabeza. Nada. No había nada. El silencio se hizo mas profundo. El candil chisporroteaba. Se aquietó un poco. Y así, ya un poco sosegado cogió el candil y fue iluminando la pared centímetro a centímetro. Investigación inútil. Eso si, halló unas piedras y cantos colocados que le parecieron una incongruencia. Pasó adelante. De repente se para y vuelve a las piedras y cantos. Los miró detenidamente. Parecían puestos para ocultar algo. Loqs fue quitando.
-¡Coño! Aquí está -exclamó.
Era un nicho donde se encontraban dos cálices de plata y otros objetos que habían desaparecido de la iglesia y que, las beatas, habían dado cuenta de su ausencia a don Gregorio.
-¡Qué cabrón! 
Cogió los cálices de plata. Subió a la cocina. Dejó el candil en su sitio y las cerillas en el suyo. Puso las copas en la encimera de la cocina y bajó la trampilla de la bodega. 
Recogió las copas y ya se disponía a marcharse cuando se da cuenta que así, con ellas en las manos, no podía salir a la calle. Si lo ven las beatas... lo linchan. Y además qué iba a decirle a sus padres...
Buscó una bolsa. Pero nada. El tiempo avanza. Doña Fidelia puede llegar en cualquier momento. O el cura. Necesitaba algo para envolverlas. Entró en la habitación de la sobrina que estaba ahí, a un paso. Busca yerma. Abrió el armario. Tampoco. Cogió una combinación para hacer un hato con ella. Salió a la cocina. Puso un cáliz en el vestido y a continuación el otro. Al empezar a envolverlos se le cae uno produciendo una nota sonora, cristalina, prolongada. Lo recogió de inmediato. 


Llaman a la puerta. Alguien entra.
-Don Gregorio, somos la pareja de la Guardia Civil. Venimos a la revisión del mauser.
Luis se vio perdido. Los cálices se le escurren de las manos. Caen al suelo y el vibrante sonido llega hasta los oídos de los visitantes.
-Doña Fidelia... ¿Es usted, doña Fidelia? ¿Nos oye? ¿No está don Gregorio? -preguntan mientras avanzan abriendo la puerta de la cocina.
-¡Hombre, Lorito! ¿Qué haces aquí? ¿Has vuelto a trabajar para el cura? -sigue preguntando el civil.
-Mi sargento, ¿no eran así los cálices que don Gregorio ha denunciado su desaparición?
-Lorito, ¿No habras robado tu esas copas? -pregunta el que atendía por sargento.
-No. Yo no. Estaban en la bodega. Las he subido para limpiarlas.
-¿Las limpias con una combinación? ¡Huy, huy! Aquí hay busilis. Esperaremos a que vengan don Gregorio o doña Fidelia. Voy a llegarme hasta la casa de don E. a revisarle el mauser. También E. del Somatén. Tu -le ordena el mando al compañero- no pierdas de vista a Lorito
Al rato llegan don Gregorio y el sargento. Acaban de encontrarse a la puerta y,  o bien adrede o que no le ha dado tiempo, el sargento no le advierte de lo que va a encontrarse en su casa.
-¿Cómo por aquí?
-A inspeccionar el fusil.
-¡Ah, si!... -se interrumpe- Y este imbécil, ¿qué hace aquí? No lo quiero ver por mi casa. ¡Fuera! -se da cuenta de los cálices- ¿Los ha robado él?... No me lo creo. Es mejor persona...
-Dice que estaban en la bodega.
-Bueno... Pues... A lo mejor... ¡Claro, el conoce bien la casa!... Puede que los robara y los escondiera ahí abajo.. Aunque no sé cómo... no va a la iglesia... 
-Ya lo averiguaremos -ataja el sargento- En el cuartelillo cantará por soleares.
-Ha dicho bien, sargento
Le sacó el fusil mauser; el sargento mira el cañón y lo da por bien conservado.
-Ahora tomemos un buen vino en mi recibidor. Que venga su compañero.
-No, él no. Dele una botella que ya se servirá. Tiene que vigilar al 'Lorito'


En el cuartelillo, después de unos vergajazos en las costillas, Luis 'El Lorito' declaró que los había robado entrando por la bodega y yendo, túnel adelante, hasta la sacristía de la iglesia. Los guardias se dieron por satisfechos con ello y lo llevaron al juez que lo condenó a cinco años entre rejas. 
En prisión se ha preguntado muchas veces si hizo bien declarándose culpable. Cree que si. Y por lo que contaban otros presos de cómo habían sido apaleados, heridos, surcados de cicatrices por los que habían sangrado, cuando no torturados casi hasta la muerte, se reafirma en su decisión.


Aunque el tiempo de dos días se le hace interminable por fin llega la hora de salir de prisión. Por cierto, poco minutos antes de abandonar la prisión le llama el Señor Director del penal. Camina por el pasillo temblando. Poniéndose en lo peor: que lo de la libertad fuera una burla. Su desconfianza no se cumple: le entrega una carta de sus padres. Piensa el recluso que esta vez sus progenitores no habrán podido venir a verlo por alguna circunstancia. La guarda. 
Ya fuera de los muros de la institución carcelaria respira hondo, mira a un cielo de verdad, no a un buraco. Un cielo azul, libre de olores putrefactos, libre de piojos, pulgas, cucarachas, ratas... 
-¡Un cielo como Dios manda! -grita hasta casi desgarrarse la garganta.
Allí, en el aire, vuelan libres golondrinas y vencejos. Chillan, mientras hacen arabescos de sombra. Chillan, si. De alegría.
-Así chillará el cura cuando me lo eche encima. Pero no de gozo. ¡Cabrón! Sugerirle a los picoletos que había escondido las copas en la bodega... ¡Mal rayo lo parta!
Va andando hasta la carretera por donde tenía que pasar el autobús que lo llevaría de vuelta a Fuentespreadas. A su inolvidable Fuentespreadas. Hacía calor y se sienta a la sombra de un almendro que hay en el lindón de un terreno que da a la cuneta de la carretera. Se acuerda de la carta de sus padres. La abre. Eran pocas palabras escritas con amor pero con la inseguridad de unas personas a las que le cuesta escribir. Decía así:

Querido hijo:
Por la presente esperamos que estés bien. Nosotros bien a Dios gracias.
Queremos decirte que estás en nuestro corazón desde que te llevaron injustamente. Siempre hemos creido que eras inocente.
Don Gregorio, nuestro cura, se ha preocupado de nosotros. No nos ha faltado de nada. Y ha estado haciendo lo posible para que salgas pronto de prisión. Porque ha estado convencido de que tu no habías robado esas copas.
Y el otro día, en misa, dijo a todo el pueblo, en el sermón, que una persona  habían confesado ser el autor del robo de los cálices sagrados. Y que, claro está, no podía denunciarlo, no podía dar su nombre, por ser un secreto de confesión.
 Y para mayor alegría hoy (la fecha de la carta databa de hacía 4 días) nos ha venido a comunicar que pronto saldrás de ese encierro. Dios lo bendiga. También nos dijo que, si te escribíamos, te dijéramos que cuando llegues a Fuentes no se te olvide pasar por su casa que tiene algo que decirte.
Sin mas se despiden estos tus padres que no te olvidan
Eufrasia y Teodomiro

La lectura de la carta le llenó de dudas y rebajó mucho sus ansias de vengarse. Una pregunta le venía a la mente: Si don Gregorio no había sustraído los objetos religiosos, ¿quién había sido el ladrón?
El coche de línea llegó tras varias horas de espera. Subió a él. Entre los pasajeros estaban varios vecinos que le confirmaron todo lo que sus padres decían en la carta.


Nada mas bajar del autobús se dirige a la casa del cura. Abrió la sobrina, doña Fidelia. Detrás de ella se ve a don Gregorio, el cura, con la escopeta en ristre. Luis 'El Lorito' se asusta y retrocede unos pasos.
-Tranquilo, Luisito. Nada te voy a hacer. Marcho de caza. Ya me ha confesado todo Fidelia. Ella te atenderá en todo lo que quieras -y mirando a su sobrina- Ya sabes, todo lo que quiera Luisito. ¡Todo! En principio  buena comida. Tendrás hambre ¿no?.
Y abrió la puerta de la casa. Luis miraba con la boca abierta, como el tonto del pueblo, al cura y a la sobrina. Cuando el cura tiene un  pie ya fuera en la calle, se vuelve diciendo:
-Y cuando en el corral te hartes de moras te pones a limpiarlo. Que esté todo cuando venga como los chorros del oro.
Luis iba a hablar algo pero la boca se le siguió quedando entreabierta.
-Pero hijo, siéntate en la mesa de la cocina -dijo el cura mirándolo- ¡Coño! Sientate ya -y le señaló la silla. 
Y con esas se marchó dando un portazo. 
Luis 'El Lorito' mira alelado a la sobrina, a doña Fidelia; mira alelado sus pechos; mira alelado sus cabellos; mira alelado sus labios rojos, sus rosadas mejillas, sus ojos de un azul intenso...


Ella se le acerca. Le coge la cabeza. La pone entre sus pechos.
-¿Te acuerdas?  -oyó 'El Lorito'  mientras ella saca un seno que le pone en la boca. Chupa pero no sale leche. No sabe lo mismo- Tranquilo, con suavidad. Así, así- Y le acaricia la cabeza -Gracias por declararte culpable. La verdad es que no sé como hallaste mi escondrijo. Se ve que eres listo. Pero tenías que habérmelo dicho. Así no hubiéramos perdido esas copas. Ahora te voy a poner una comida para chuparse los dedos... -dice doña Fidelia separándose- Luego copularemos refocilándonos en mi cuarto.
-¿Y don Gregorio?
-No te preocupes de mi tío. Está cazando y sabe apuntar bien. Tu y yo nos aprovecharemos de su tino.
Luis 'El Lorito', mientras comía, levita a la vera del arroyo de Santa Colomba contempla los arreboles multicolores de la puesta del sol. Pronto las mariposas volarán por el cuarto de doña Fidelia. Se posarán en él, en Luis 'El Lorito'. Entonces, si, apuntará bien. Dará en el clavo. En la misma diana del monte. Por donde el sol se pone ocultándose.
-¡Por estas! -y besó la intersección de sus dedos índices puestos en cruz.)

Fue en Fuentespreadas, lugar donde nací, pueblo de la comarca de la Tierra del Vino, en la provincia de Zamora, donde se decían cosas peregrinas de la bodega del cura párroco. Y fue, entremediodía (así se nombraban las horas de la siesta tras la comida cuando todo el mundo dormía), cuando me acerqué al pajar a hablar con Pedrito, el criado de mis padres. Tendría yo quince o dieciseis años y él poco mas. Allí me contó este relato que parece inverosímil y que muy bien pudo inventárselo. Tenía una imaginación seminal poderosa. No sé que habrá sido de él. 


(*) Pequeña parcelas de terreno que daban a las familias mas pobres

4 comentarios:

Anónimo dijo...

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