martes, 21 de diciembre de 2010

Ben Okri (1): El insaciable Monarca del Sendero (*)


Le rogué a mi padre que me contara un cuento. No respondió nada y por un instante creí que se había marchado. Mas luego suspiró y, moviéndose, la silla rechinó. En la calle un perro se puso a ladrar, un búho ululó y un pájaro gruñó como hiena. El viento levantó el vuelo haciendo que la ventana castañeteara un poco.

"Hubo una vez un gigante -inició papá su relato de pronto- al que llamaban el Monarca del Sendero. Las piernas del gigante eran más largas que el árbol más alto y su cabeza mayor que las rocas más grandes, aunque eso no le estorbaba para atisbar a un ser tan pequeño como una hormiga. Cuando bebía secaba un río. Si meaba, surgía un pozo infecto. Era uno de esos temibles monstruos del bosque, y existían muchos semejantes a él, que se peleaban por raros alimentos. Cuando el bosque se fue empequeñeciendo debido a la acción depredadora del hombre, y el monstruo no encontró suficientes animales con que apagar su hambre, salió del bosque a los senderos por donde caminan los hombres.
El Monarca del Sendero tenía un estómago grandísimo y nada de lo que tragaba lo dejaba satisfecho. Por lo que se encontraba siempre hambriento. Todos los que deseaban andar por los senderos se veían obligados a afrecerle sacrificios, de lo contrario les cortaba el paso. O se los comía. Era el Monarca del Sendero y tenía el poder de hallarse en cien lugares al mismo tiempo. Jamás dormía  por culpa del hambre que le torturaba. Cuando una persona se ponía en camino, de madrugada, ya se encontraba él en el sendero, esperando el sacrificio. El que se olvidaba de la existencia del monstruo tarde o temprano terminaba devorado.
Años y años la gente le afreció viandas de sacrificio y él consentía en que viajaran por el sendero. Las muchedumbres no decían esta boca es mía porque cuando salían a la luz del mundo el monstruo ya existía. Ignoraban si tenía mujer. Incluso nadie sabía si era varón o hembra. Eso si, no tenía hijos. La gente estaba segura de que llevaba vivo miles de años, que nadie lograría matarlo y que jamás desaparecería de la faz de la tierra. Hé aquí la razón por la cual los humanos le tenían un miedo atroz, y lo alimentaron durante miles y miles de años. Por su causa, también debido a otras razones, comenzó en la tierra un tiempo de mucha hambre. El agua fue disminuyendo. Los ríos se agostaron. Los manantiales se emponzoñaron. Los campos dejaron de dar cosechas. Los animales caminaban escuálidos. Muchas personas comezaron a morir por la hambruna. Y como lógica consecuencia las gentes dejaron de darle sacrificios. Entonces el Monarca del Sendero se puso furioso, destruyó las casas de la muchedumbre, consiguió que muchos fenecieran cuando viajaban por los senderos y se engulló tanto a los vivos como a los muertos por el hambre.
Llegó a tal extremo la opresión en todas las personas del mundo que no pudieron aguantarlo más viéndose empujados a unirse y se congregaron a fin de ver que se hacía con  el Monarca del Sendero. Hubo quien propuso la idea de matarlo. Si bien otros manifestaron que sería mejor acercarse a él con el fin razonar. Se votó y los que propusieron la idea de hablar y razonar con el monstruo ganaron. Para ello mandaron a unos voceros.
Sería al alba cuando esos portavoces se encaminaron a llevar a cabo su misión de diálogo. Portaban con ellos una gran ofrenda en bolsos y carros, con animales de la selva, maíz, ñame, mandioca, arroz, nueces de cola; en fin, suficiente comida como para alimentar a todo un poblado. Un gran obsequio. Caminaron durante mucho días. Esperaban que el Monarca del Sendero surgiera en el momento más insospechado, más no fue así. Esperaron aun muchos días más. En vano. El gigante no dio muestas de vida. Al ver que no se dejaba ver por el sendero donde caminaban llegaron a la conclusión de que, a lo mejor, tal vez, quizás, habría marchado de allí o hubiera muerto y alegres por tal pensamiento empezaron a celebrarlo; luego de la alegría retornaron a todo correr con la gran ofrernda. Mientras viajaban se fueron olvidando del gigante en el camino de vuelta al poblado; contaban historias, reían, cantaban, bailaban... Entonces se presentó ante ellos el Monarca del Sendero. Estaba delgadurrio, flaquísimo, apenas podía articular palabra. Se moría de hambre. Los paró y les interrogó acerca de si llevaban algo para él. Su voz salía muy débil y tenía mucha sed ya que durante muchos días no había bebido toda el agua que necesitaba. Los portavoces le enseñaron lo que llevaban. Se lo tragó todo de un bocado. Pidió más. El Monarca del Sendero lloró, se revolcó y se quejó: el sacrificio que le ofrecieron los voceros era tan pequeño, tan insignificante para él que solo había servido para incrementarle el hambre. Le digeron que no tenían más. Por lo que el Monarca del Sendero se zampó a toda la delegación.

Mi padre aquí se paró un poco en su relato.

-Dame un poco de agua -habló al fin mi papá-. Esta narración me ha dado sed.

Estábamos a oscuras. Corrí a traerle agua. Bebió, y suspiró  de gusto. Luego prosiguió su cuento.

"El resto de los habitantes de la tierra esperó en vano el retorno de los portavoces. Esperaron siete años. Luego enviaron otra delegación y los voceros fueron comidos como como la primera vez.Y ya decidieron matar al Monarca del Sendero."

Mi padre volvió a pararse y prendió un cigarrillo.

"Todos los jefes, principes, reyes y reinas del mundo mundial enviaron recado a sus gentes rogándoles que reunieran todo el veneno que tuviera. Amontonaron todas las ponzoñas y las transportaron al lugar de reunión. Por el camino parte del veneno se cayó y por eso hay plantas que matan y por eso en el bosque hay sitios donde no crece planta alguna.
Como te he dicho, juntaron todas las ponzoñas de todos los lugares del mundo y con semejantes tóxicos compusieron un plato enorme. En dicho plato había muchos pescados, carne asada, ñame y mandioca. Los cocineros se aseguraron de que el plato fuese exquisito. Era tan abundante la comida que necesitaron numerosas personas para transportarla. Anduvieron durante muchas jornadas hasta que el Monarca del Sendero, muy debilitado por el hambre, se encontró con ellos. Indagó acerca de la ofrenda que llevaban, protestó del jolgorio de las dos primeras portavocías que le creyeron desaparecido o muerto y les dio pelos y señales de lo que había hecho con ellas. El mandamás de la nueva delegación le enseñó el apetitoso manjar que le traían declarando que deseaban que tuviera una larga y feliz vida. El Monarca del Sendero se encontraba tan furioso con los gentes de la tierra por hacerle pasar tanta hambre que en primer lugar se engulló a la mitad de la elegación y luego de acomodarse tranquilamente se zampó el enorme plato.
Se lo engulló todo y luego comenzaron a inflamársele los ojos ya que le produjo más hambre de la que tenía antes. Cuanto más tragaba más apetito le brotaba. Asi que se zampó a los que quedaban aun vivos de la portavocía. Uno solo se libró de la voraz gazuza del monstruo. Ese fue el tatarabuelo de mi padre, que tenía la facultad de volverse invisible. Y el fue quien regresó para contarle al mundo lo que ocurrió cuando el Monarca del Sendero se comió a toda la delegación de la tierra.
Bueno, después de aquella comilona, tan poco satisfactoria para los humanos, el Monarca del Sendero se echó a descansar. Y ocurrió que el estómago empezó a dolerle de repente y le vinieron una ganas irreprimibles de comer. Tanta hambre le entró que fue engullendo todo lo que se le ofrecía a la vista:árboles, matas, piedras, arena... hasta intentó comerse a la tierra. Pero acaeció una cosa rarísima: empezó a zamparse a él mismo. Zampó piernas, manos, hombros, espalda, cuello y hasta la cabeza. Se comió a sí mismo hasta quedarse solo con el estómago. Por la noche llovió furiosamente y la lluvia derritió el estómago del Monarca del Sendero. El tatarabuelo de mi padre dijo que llovió durante siete días y cuando paró la caudalosa llluvia el estómago había desaparecido, pero con todo y con eso se oía gruñir al Monarca del Sendero en el subsuelo al transformarse en parte de todos los senderos del mundo. Y aun sigue teniendo hambre y siempre la tendrá. Por eso muere mucha gente por los caminos, senderos, carreteras, vericuetos, veredas y atajos de la tierra. Y como sabes, en la actualidad, hoy mismo, numerosas personas ponen una pequeña cantidad de comida en el sendero antes de comenzar a caminar, para que el Monarca del Sendero se tragué la ofrenda y los deje andar sanos y felices. Aunque algunos de nuestros sabios declaran que hay otras razones. Unos hablan de que lo hacen porque el gigante aun está allí y puede izarse en el momento mas insospechado y comenzar de nuevo en zamparse seres humanos. Los hay que dicen qure es una manera de plegaria para que entes como el monstruo jamás retornen a acobardarnos. De modo que aprende la lección como niño y ten mucho cuidado por los sitios donde andas.

Cuando acabó su narración, mi padre se quedó mudo un tiempo muy largo. Yo me quedé quieto. Mas tarde mi papá se levantó y se metió en la cama. Sin embargo yo no concilié el sueño. Seguí viendo colores muy brillantes, señales del Monarca del Sendero, de cuerpo presente, voraz siempre, en el subsuelo de los senderos, de los caminos o veredas pateados desde allende los tiempos por los seres humanos.
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(*) Título nuestro; relato versionado por Iswe Letu
(1) Cuento tomado de la novela de Ben Okri 'The Famished Road' (2)
(2) De título variado en español como 'El Camino Hambriento' o 'La Carretera Hambrienta'; ha sido editada por la editorial Espasa Calpe en año de 1994 traducida por José Luis López Muñoz con el título de 'La carretera hambrienta'; o por la editorial Belacqva en el 2008 con el título 'El camino hambriento'.

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