jueves, 7 de febrero de 2008

José Mª Amigo Zamorano: "La cagaste, Bur Lancaste"

1.
Era el primer día de clase. Subía las escaleras con un abrigo azul oscuro y un paraguas con punta fina de metal. Gafas con cristales marrones, patillas negras y montura gruesa. Su sonrisa entre burlona y amarga repelía. Finos labios dispuestos para el sarcasmo como la mano del navajero dispuesta para el tajazo. Quería distinguirse de entre los demás con una pose de caballero ingles; al llegar al descansillo de la escuela hacia oscilar el paraguas como un péndulo, actitud un tanto chaplinesca, mientras barría con su mirada los rostros de los estudiantes que charlaban en derredor. Parece que descubrió a la víctima propiciatoria para sus objetivos; y, dirigiéndose a un estudiante que brillaba con sonrisa inocente, simpático, cara picassiana semejante a un pez pues no tenía barbilla

-- Tú... ¿de dónde has salido?: Eres feo de cojones. Parece que has venido del Mar de los Sargazos. ¡La cagaste, bur lancaste!.

El pececito se sonrojó tímidamente.

Le dio unos golpes en la espalda; y con el rictus de sus finos y acuchillados labios, que quiso ser agradable, continuó:

-- ¿Te has enfadado?... pues... la cagaste bur lancaste.

Y riéndose extendió la mirada y se fue a un grupo de estudiantes que parecía conocer y que lo ignoraron.

Yo llevaba un tiempo observándolo pegado a la pared del pasillo. Al ser el primer día de clase no conocía a nadie; de manera que estaba solo y acojonado; a la expectativa, en actitud de defensa y por consiguiente de ataque; soy excesivamente tímido, nervioso y quizá por eso muy violento; temía que semejante individuo se metiera conmigo; los demás me parecieron inofensivos; este sin embargo tenía trazas de peligroso.

Me di cuenta que, al estar solo, podía llamar la atención mas fácilmente que si me metía entre los grupos; me despegué de la pared y comencé a andar para camuflarme entre el resto.

Lo que me temía sucedió: el caballerete inglés se metió las manos en los bolsillos del abrigo y simulando una mujer preñada me miró diciendo:

-- Huele a caca de la vaca.

Se echó a reír y algunos le hicieron coro.

Me di por aludido pues estaba un poco gordo:

-- La vaca chaplinesca se creyó caballero inglés pero la mierda se la guarda en los bolsillos--dije a voces.

Me miraron como a un bicho raro.

-- ¡Mirad!: otro cateto que la cagó. La cagaste bur lancaste - dijo mirándome y se perdió pasillo adelante.

No empezaba para mi muy bien que digamos el curso después de un verano agradable.

Al poco sonó la sirena y los bedeles nos fueron indicando la clase que nos destinaban. Entramos en ella como novatos alborotadores muy comedidos. Me coloqué en un discreto puesto ni muy atrás ni muy adelante.

Se hizo el silencio porque había entrado un profesor; era el de literatura; joven; con gafas, un andar nervioso y... para algunos el clásico profesor despistado; en mi recuerdo no ha quedado mas de él que el detalle, chusco quizá, de los calcetines de distinto color que asomaban por debajo del estrado; he dicho "para algunos" pues algunas entrevistas que tuve me demostraron que no, que de despistado nada; debía ser una pose; eso si, su pose de sabio distraído convertía las clases en insoportables, soporíferas, ¡aburridísimas!...

Ese día sin embargo todos estuvimos silenciosos, atentos, educadísimos; después, además de hablar continuamente, la mayor parte de los compañeros dejó de asistir a ellas; pero ese día la clase estaba abarrotada.

Al mirar las primeras filas descubrí al chaplinesco personaje con disgusto; en un alto que hizo el profesor en su disertación le preguntó algo con voz untuosa.

Volvió a sonar la sirena y salimos al pasillo. Me uní al que había estado sentado conmigo; nos habíamos presentado.

Esperamos mucho tiempo la próxima clase: comenzó a correrse el rumor de que ya no había mas; los profesores no estaban aún o no habían sido nombrados; de manera que nos fuimos.

...

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