martes, 9 de febrero de 2010

Mirando esculturas de José Luis Menéndez

Curioso, que fueran, sobre todo, escultores del hierro, herreros modernos del Arte, los que se nos olvidaran cuando escribimos por primera vez sobre aquella exposición, curioso; ya que su buen hacer, sin menospreciar a los restantes artistas, nos había complacido. Particularmente José Luis Menéndez. El de esas férreas raíces, cabellos de hierro al viento, endurecidas entrañas y nervios de acero que se hunden en la tierra.

José Luis Menéndez quien, suponemos, al tiempo que trabaja, medita. Y sus meditaciones nos llegan con esas claves metafóricas, con esos sms que se van introduciendo en el ordenador de nuestro cerebro.

Nos gusta creer que son el espí­ritu de su creador, José Luis Menéndez hecho Hombre: El Hombre, fuerte como el hierro. El Hombre, creador del mundo en que vivimos, desafiando a los cielos de donde procede el rayo destructor. El Hombre, con mayúsculas, hecho además Mujer que se enfrenta, al tiempo que se ofrece, (recordamos otra mujer: la del monumento al poeta Curros Enriquez, en La Coruña, quien, con el torso desnudo, desafí­a al Destino, quizás al Mar Incógnito)

Decimos que se ofrece, porque lo engendra con placer y lo pare con dolor. Esa mujer, que desafí­a los vientos tormentosos de la Vida, con sus cabellos al viento y la mano abierta para seguir abonando y sembrando la tierra, es capaz de sacrificarse, si fuera preciso, en acto heroico de pervivencia de la especie; no por casualidad el corazón lo tiene a la altura de la vulva y los testí­culos. Homenaje, pensamos, de José Luis Menéndez a su padre, a su madre, o así mismo.

Una conjunción de barras de hierro, retorcidas, que se engordan y adelgazan para lograr, como un mago del hierro, de la materia inerte un acto, viví­simo, de objetivo dramatismo.

En fin, asi es el Hombre de grandioso. Y lo sabe. Y es consciente de esa elevada estatura, capaz de las más grandes hazañas.

Mas, no queda ahí­ su reflexión, sino que la transforma en meditación dialéctica. Lo decimos porque el Hombre, lo mismo que se eleva a las alturas, se abaja hasta las más repugnantes y criminales acciones: ama y odia: acaricia o hunde a sus semejante, con la daga asesina, en la más negra noche que es la muerte: señor, por tanto, de la Vida y de la Muerte: de la Paz y de la Guerra. así­ nos habla, nos grita, José Luis Menéndez en sus creaciones: ¡mirad al Hombre!

En el hierro vuelca sus reflexiones, sus inquietudes más profundas, porque le parece la materia más apropiada: permanente y degradable: hueso y carne: igual que el artista como individuo: podrá pervivir en el recuerdo de las generaciones futuras, enraizarse en el recuerdo de la Humanidad; o, como las raí­ces, hundirse en el polvo, en la tierra y desaparecer: es la caducidad: el final de todo ser vivo: volverse elemento quí­mico: hacerse Nada creadora para seguir alimentando la Vida a las futuras generaciones

Eso significan sus esculturas de hierro hechas raí­ces, convertidas en cabellos, transformadas en huesos y ví­sceras... Es el Hombre: fuerte como sus huesos, débil como su carne y quebradizo como las finas hebras de pelo.

Aunque, tal vez, por qué no, este artista, al que no conocemos de nada, al que no hemos tratado en ningún momento, no haya pensado, jamás, en estas cosas, ni haya visto, ni oí­do, nunca, nada sobre el monumento a Curros Enriquez.

También podría ser.

Sin embargo, nos gusta verlo así­... Qué se le va a hacer.

Alguno tení­a que laborar sobre los grandes temas del Arte...

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