jueves, 27 de marzo de 2008

Jean-Paul Sartre prologa a poetas negros: ORFEO NEGRO

Orfeo negro

por Jean Paul Sartre

I. - PROPOSICIONES

Pero... ¿qué creíais?... ¿Qué aguardábais escuchar, una vez apartado el bozal, a esas bocas negras?... ¿Pensabais que se pondrían a cantaros loas de alabanza a vosotros?... ¿O que veríais o leeríais en sus ojos la idolatría cuando esas testas se izaran, esas cabezas que vuestros progenitores, por la fuerza, habían inclinado hasta el suelo?...
He aquí unos hombres negros, levantados frente a nosotros, que nos miran; os convido a sentir, como yo, la sensación de ser observados. Porque el blanco ha disfrutado durante tres mil años de la prerrogativa de ver sin ser atisbado; era mirada sin macula; la luz de sus ojos extraía cada cosa de la sombra originaria. La blancura de su piel era también una mirada, luz sintetizada. El varón de raza blanca, blanco porque era varón, blanco como el día, como la verdad, como la virtud, alumbraba la creación como una antorcha. Descubría el fondo oculto, y blanco, de los seres.
Ahora esos hombres negros nos observan, nos miran, y nuestra mirada se reatrae en nuestros ojos; unos faros negros, a su vez, alumbran el universo, y nuestras caras blanquecinas ya no son más que unos pobres farolillos movidos por el aire. Un poeta negro(1), sin ocuparse siquiera de nosotros, murnura a la hembra que ama:

Mujer desnuda, mujer negra,
vestida de tu color que es vida...
Mujerr desnuda, mujer oscura,
fruto maduro de carne prieta, sombríos extasis de vino negro... (2)

y nuestra blancura nos parece un extraña pintura descolorida que impide a nuestra piel respirar: una armadura blanca, gastada en los codos y en las rodillas, bajo la cual, de poder quitárnosla, encontraríamos la verdadera carne humana, la carne de color de vino negro.
Nos creemos sustanciales al mundo, los soles de sus cosechas, las lunas de sus mares; sólo somos las bestias de su fauna. Ni siquiera bestias:

Esos señores de la urbe
esos señores como es debido
que ya no saben danzar de noche al claro de luna
que ya no saben caminar sobre la crne de sus pies
que ya no saben conntar cuentos en las veladas... (3)

Éramos antiguamente europeos de derecho divino. Pero ya sentíamos desmoronarnos nuestra dignidad bajo las miradas yanquis y soviéticas. Europa no era más que un accidente geográfico, la península que Asia lanzaba hacia el Atlántico. Al menos, confiábamos en recobrar un poquito de nuestra grandeza en los ojos domesticados de los africanos. Pero ya no hay ojos domesticados: hay miradas salvajes y libres que valoran nuestra tierra. Hay un negro que vagabundea:

Hasta el fin de
la eternidad de sus avenidas sin fin
con pesquisas... (4)

Y otro que vocea a sus hermanos:

Ay, ay, la Europa arácnida mueve sus dedos
y sus falanges de navíos... (5)

Escuchad:

el silencio cazurro de esta noche de Europa... (6)

donde

nada hay que el tiempo no deshonre. (7)

Un negro escribe:

Montparnasse y París, Europa y sus tormentos sin fin,
nos obsesionan a veces como recuerdos o como pesadillas... (8)

Y de improviso, a nuestra propia consideración, Francia es foránea. Ya no existe más que una remembranza, una alucinación, una neblina blanca que queda en el fondo de almas soleadas, un país suburbano torturado en el que no es agradable morar. Ha seguido hacia el norte, anclado próximo a Kamchatka. Ahora lo esencial es el sol, el sol de los trópicos y el mar ‘piojoso de islas’, y las rosas de Imangue, y los lirios de Iarive, y los volcanes de la MARTINICA. El Ser es negro, el Ser es de fuego, nosotros somos fortuitos y remotos, debemos justificar nuestros hábitos, nuestras técnicas, nuestra palidez de muchedumbres mal cocidas, y nuestra flora verde grisácea.
Esas miradas plácidas y mordientes nos roen hasta los huesos:

Escuchad el mundo blanco
Horriblemente exhausto de su esfuerzo inmenso
Sus articulaciones rebeldes crujir bajo las estrellas duras
Sus rigideces de acero azul horadando la carne mística
Escucha sus victorias trompetear sus derrotas
Mira su lamentable traspié y sus solemnes ficciones.
Piedad para nuestros vencedores omniscientes e ingenuos. (9)

Henos aquí terminados. Nuestros triunfos, tripas al aire, dejan ver sus vísceras, nuestro secreto fracaso. Si deseamos hacer explotar esta finitud que nos encarcela, ya no podemos contar con las prerrogativas de nuestra raza, de nuestro color, de nuestras técnicas. No podremos aliarnos a ese conjunto del que nos exilian esos ojos negros, sino quitándonos nuestras cotas blancas para tratar de ser, simplemente, hombres.
Pero si estas poesías nos sonrojan no es porque se empeñen. No han sido creados para nosotros: todos aquellos, los colonos, sus secuaces, que lean estos poemas, creerán leer, mirando por encima del hombro del otro, una misiva que no les está dedicada. Los poetas negros se dirigen a otros poetas negros, para hablarles de los negros; su poesía no es mordaz ni insultante: es una toma de conciencia.
“Entonces –dirán ustedes-, ¿por qué debería atraernos sino como documento? No podemos introducirnos en ella”. Yo querría enseñar por qué sendero se encuentra aproximación a ese mundo de lignita, y cómo esta poesía, cuya primera apariencia es racial, es finalmente una canción de todos y para todos.
En resumen, hablo aquí a los blancos, y querría explicarles lo que los negros saben ya: por qué debía ser obligatoriamente a través de una experiencia poética, cómo el negro, en su coyuntura actual, tomaría conciencia de sí mismo. Y, al revés, por qué la poesía negra de lengua francesa es, hoy en día, la única gran poesía revolucionaria.

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Notas:
(1)Todas las citas corresponden a poesías metidas en el libro antológico ‘La nouvelle poésie negre et malgache de langue française’, de Léopold Sédar Senghor (Edita Presses Universitaires de France, París, 1948)

(2) “Femme nue, femme noire
Vétue de ta coleur qui est vie…
Femme nue, femme obscure,
Fruit mur à la chair ferme, sombres extases de vin noir.”
Senghor

(3) “Ces Messieurs de la ville
Ces Messieurs comme il faut
Qui ne savent plus danser le soir au clair de lune
Qui ne savent plus marcher sur le chair de leur pieds
Qui ne savent plus conter les contes aux veillées…”
Tirolien

(4) “jusqu’au bout de
L’èternité de leurs boulevards sans fin
À flics…”
Damas

(5) “Hèlas! Hèlas! L’Europe arachnéene bouge ses doigts
Et ses phalanges de navires…”

(6) “le silence sournois de cette nuit d’Europe…”
Senghor

(7) “il n’est rien que le temps ne déshonore.”
Rabemananjara

(8) “Montparnasse et Paris, l’Europe et ses tourments sans fin
Nous hanterons parfois comme des souvenirs ou comme des malaises…”

(9) “Écoutez le monde blanc
Horriblement las de son effort immense
Ses articulations rebelles craquer sous les étoiles dures,
Ses raideurs d’acierbleu transperçant le chair mystique
Écoute ses victories proditoires trumpeter ses défaites
Écoute aux alibis grandiose son piètre trébuchement
Pitié pour nos vainqueurs omniscients et naïfs.”
Césaire

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II.-POESÍA Y REVOLUCIÓN

El proletariado blanco raramente utiliza el lenguaje poético para hablar de sus sufrimientos, de sus iras, del orgullo que le inspira su condición; y ello no es por azar. Y yo no creo, tampoco, que los trabajadores estén menos ‘dotados’ que nuestros hijos de familia: el ‘don’, esa gracia eficaz, pierde toda significación cuando se pretende decidir si está más difundido en una clase que en otra clase. Tampoco cabe pensar que la dureza del trabajo le quite la fuerza de cantar: los esclavos también echaban los bofes, pero conocemos cantos de esclavos.
Es preciso reconocerlo, pues: son las circunstancias actuales de la lucha de clases las que retraen al obrero de expresarse poéticamente. Oprimido por la técnica, quiere ser técnico porque sabe que la técnica será el instrumento de su liberación: sabe que si un día ha de poder controlar la administración de las empresas, sólo alcanzará ese objeto por medio de un saber profesional, económico y científico. Tiene, de lo que han llamado Naturaleza los poetas, un conocimiento profundo y práctico, pero la recibe por las manos antes que por los ojos: La Naturaleza es para él La Materia, esa resistencia pasiva, esa adversidad hipócrita e inerme que él trata con su herramienta. Y La Naturaleza no canta.
Al mismo tiempo, la fase actual de su lucha exige de él una acción continua y decisiva: cálculo político, previsiones exactas, disciplina, organización de masas. Racionalismo, materialismo, positivismo: esos grandes temas de su batalla diaria son los menos propicios a la creación espontánea de mitos poéticos. El último de esos mitos, la famosa ‘noche roja’, ha retrocedido ante las necesidades de la lucha: hay que concentrarse en los más inmediato, ganar esta posición, aquella otra, hacer elevar ese salario, decidir esta huelga de solidaridad, esa protesta contra la guerra de Indochina: solo la eficacia cuenta.
Y sin duda, la clase oprimida debe, ante todo, tomar conciencia de si misma. Pero esa toma de conciencia es exactamente lo contrario de una inmersión en nosotros mismos, tratase de reconocer en la acción, y por ella, la situación objetiva del proletariado, que puede definirse por las circunstancias de producción o de la distribución de bienes. Unidos y simplificados por una opresión que se ejerce sobre todos y cada uno, por una lucha común, los trabajadores no conocen apenas las contradicciones internas, que si bien fecundan la obra de arte, fañan la praxis. Conocerse es, para ellos, situarse con respecto a las grandes fuerzas que los rodean, determinar el sitio exacto que ocupan en su clase y la función que desempeñan en el Partido.
El lenguaje mismo que emplean está desprovisto de esos cerrojos falseados, de esa impropiedad constante y ligera, de ese juego de las trasmisiones que crean el Verbo poético. En su oficio emplean términos técnicos y bien determinados. En cuanto al lenguaje de los prtidos revolucionarios, Brice Parain ha demostrado que es pragmático: sirve para trasmitir órdenes, consignas, informaciones; si pierde su rigor, el Partido se deshace. Todo ello tiende a la eliminación del sujeto, cada vez más rigurosa. En cambio, es preciso que la poesía siga siendo irreductiblemente subjetiva.
El proletariado careció de una poesía que fuera social y a la vez reconociera sus fuentes en la subjetividad; que fuera social en la medida exacta en que era subjetiva; que radicara en una derrota del lenguaje, pero fuera, con todo, tan exaltante, tan comúnmente entendida como la consigna más precisa, o como el “Proletarios de todos los países, uníos”, que se lee en las puertas de la Rusia Soviética. A falta de ello, la poesía de la revolución futura ha quedado en manos de jóvenes burgueses bien intencionados, que abrevan su inspiración en sus contradicciones psicológicas, en la antinomia de su ideal y de su clase, en la incertidumbre del viejo lenguaje burgués.
El negro, como el trabajador blanco, es víctima de la estructura capitalista de nuestra sociedad. Esa situación le revela su estrecha solidaridad, por encima de las diferencias de color, con ciertas clases de blancos oprimidos como él, y lo incita a proyectar una sociedad sin privilegios, en la cual la pigmentación de la piel será considera un simple accidente. Pero, si la situación es una misma, aparece circunstanciada según la historia y las condiciones geográficas: el negro es víctima de dicha circunstancia, en tanto que negro, como indígena colonizado o africano deportado. Y puesto que es oprimido en su raza, por causa de ella, es de su raza, ante todo, de lo que debe cobrar conciencia. A quienes, durante siglos, trataron vanamente de reducirlo al estado de bestia, porque era negro, él debe obligarlos a reconocerlo hombre.
No hay aquí escapatoria, no hay malabarismo, no hay ‘paso de líneas’ que él pueda imaginar: un judío, blanco entre los blancos, puede negar su condición de judío, declararse un hombre entre los hombres. El negro no puede negar que es negro ni reclamar para él una abstracta humanidad incolora: es negro. Está pues acorralado en la autenticidad: insultado, sometido, se yergue, recoge la palabra ‘negro’ que se le ha lanzado como una piedra, y se reivindica como negro frente al blanco, en el orgullo.
La unidad final que congregará a todos los oprimidos en el mismo combate, debe ser precedida, en las colonias, por lo que llamaré el momento de la separación, o de la negatividad. Ese racismo antirracista es el único camino que pueda conducir a la abolición de las diferencias de raza. ¿Cómo podría ser de otro modo? ¿Pueden los negros contar con la ayuda del proletariado blanco, lejano, absorto en sus propias luchas, antes de unirse ellos y organizarse sobre su propio suelo? ¿Y no se necesita, acaso, todo un trabajo de análisis para vislumbrar la identidad de los intereses profundos, bajo la diferencia manifiesta de las condiciones de vida, puesto que el obrero blanco, a pesar de si mismo, aprovecha un poco de la colonización? Por bajo que sea su nivel de vida, sin la colonización sería aun más. Y, en todo caso, es menos cínicamente explotado que el jornalero de Dakar o de Saint-Louis.

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III. - LA CULTURA BLANCA


Mas la negritud que los poetas negros desean sacar de las profundidades abisales a la luz, no cae por sí sola bajo la mirada del alma: en el alma nada está dado. El vocero del alma negra pasó por las aulas blancas, según ley de bronce que niega al sometido todas las herramientas que no robe él mismo al subyugador: es el encontronazo de la cultura blanca cómo ha pasado su negritud de la existencia inmediata al estado de la reflexión. Aunque, al mismo tiempo, ha dejado más o menos de vivirla. Al escoger por verse como es, se ha escindido, no se ajusta ya consigo mismo. Y, al contrario, cabalmente porque ya estaba desterrado de sí mismo se ha impuesto esa obligación de declarar.Empieza, por tanto, con el destierro. Un destierro doble: del destierro de su corazón da el de su cuerpo una postal espléndida. Está casi siempre en Europa, en el frío, metido entre multitudes grises: sueña con Port-au-Prince, con Haití. Pero no basta: ya en Port-au-Prince estaba desterrado. Los negreros han secuestrado a sus padres de África, y los han separado. Y todos los versos, excepto los que se escriben en África, nos entregan la misma geografía mística. Un hemisferio: en el nivel más bajo, según el primero de tres círculos concéntricos, se halla la tierra del exilio, del destierro, la Europa incolora. Viene el círculo deslumbrante de las islas y de la niñez que bailan la ronda alrededor del Africa; el África, último círculo, ombligo del mundo, fundamento de toda la poesía negra, el África fulgurante, encendida, empapada de aceite como una piel de serpiente, África del fuego y la lluvia, abrasadora y profunda, África espectro vacilante como una llama, entre el ser y la nada, más verdadera que 'las eternas avenidas con pesquisas', pero ausente; descomponiendo Europa por sus rayos negros y, sin embargo, oculta, fuera del alcance. África, continente imaginario. La inaudita fortuna de la poesía negra consiste en que los afanes del indígena colonizado encuentran símbolos evidentes y grandiosos que basta con profundizar y meditar sin tregua: el destierro, la esclavitud, la pareja Europa-África, y la gran división maniqueista en negro y blanco. Ese exilio ancestral de los cuerpos menciona al otro exilio, al otro destierro: el alma negra es un Africa de la que el negro está desterrado en medio de los helados buildings de la cultura y de la técnica blancas. La negritud a la vez presente y huidiza le embelesa, lo acaricia, él se restriega contra su ala sedosa. Y ella late, desplegada a través de él como su profunda memoria y su exigencia más alta, como su infancia enterrada, traicionada, y la infancia de su raza y la llamada de la tierra; como el hormigueo de los instintos y la invisible simplicidad de la Naturaleza; como la pura herencia de sus antepasados y como la Moral que debería unificar su vida truncada.
Pero tan pronto como se vuelve hacia ella para mirarla a la cara, se disipa en humo; entre ella y él se interponen las murallas de la cultura blanca, la ciencia de ellos, las palabras de ellos, las costumbres de ellos:

Devolvedme mis muñecas negras, que juegue yo con ellas
los ojos inocentes de mi instinto
abrigarme de sus leyes
recobrar mi coraje
mi audacia
sentirme yo
nuevo yo de lo que era ayer
ayer
sin complejidad
ayer
cuando llegó la hora del descuaje...
ellos robaron mi espacio (1)

Empero habrá que derribar las murallas de la cultura-cárcel: habrá que regresar algún día al África. Así se agrupan sólidamente, en los trovadores de la negritud, el tema del retorno al país natal y el de la vuelta a los avernos fulgentes del alma negra. Se trata de una búsqueda, de un sistemático desnudarse; y de una ascesis a la que suma un impulso constante de profundización. Nombraré órficos a estos poemas, porque esa infatigable bajada del negro me hace pensar en Orfeo cuando va a reclamar Eurídice a Plutón. Por una suerte poética excepcional, cuando se deja a sus delirios, cuando se revuelca en la tierra como un poseído, embrujado de sí mismo, cuando canta sus rabias, sus amarguras o sus rencores, cuando muestra sus llagas, su vida rota entre la 'civilización' y el viejo poso negro, presentándose en suma el más lírico, el poeta negro logra más, seguramente, el nivel de la gran poesía colectiva.
Al hablar así de si mismo, lo hace por todos los negros. Cuando parece ahogado por las serpientes de nuestra cultura es más revolucionario, porque, entonces, se pone a destruir metódicamente lo adquirido, lo europeo, y esa aniquilación espiritual representa la gran vigilia de armas futura, para la cual los negros destruirán sus barrotes. Un solo ejemplo servirá para alumbrar esta última observación.
La mayor parte de las minorías étnicas, en el siglo XIX, al mismo tiempo que combatían por su independencia, trataron, apasionadamente, de resucitar sus lenguas nacionales. Para llamarse irlandeses o húngaros, es preciso sin duda pertenecer a una comunidad que disfrute de una amplia autonomía económica y política; pero, para ser irlandés, es imprescindible pensar en irlandés. Los caracteres propios de una sociedad corresponden exactamente a las locuciones intraducibles de su lenguaje. Pero lo que puede comprometer el trabajo de los negros por apartar nuestra tutela es que los profetas de la negritud están forzados a redactar en francés su evangelio.
Diseminados, por la trata, en los cuatro puntos cardinales, los negros no tienen una lengua común; para empujar a los oprimidos a unirse, deben recurrir a las palabras del tirano. Es el francés el que mostrará al chantre negro la más amplia parroquia entre los negros, por lo menos en las lindes de la colonización francesa. En esa lengua de carne de gallina, blanquecina y helada como nuestros cielos, y de la que Mallarmé decía 'es la lengua neutra por excelencia, porque nuestro genio exige atenuación de todo color y de todo colorinche'; en esa lengua, casi muerta para ellos, van a derramar Damas, Diop, Laleau, Rabearivelo, la lumbre de sus cielos y de sus corazones. Sólo por ella pueden comunicar; parecidos a los sabios del siglo XVI, que solo se entendían en latín, los negros no se reencuentran sino en el suelo lleno de asechanzas que el blanco les ha colocado. El colono se las ha arreglado para ser el eterno mediador entre los colonizados. Allí está, siempre allí, hasta cuando está ausente, hasta en las conspiraciones más secretas. Y como las palabras son ideas, cuando el negro dice en francés que rechaza la cultura francesa coge con una mano lo que rechaza con la otra, e instala en si mismo, como una trituradora, el aparato de pensar del enemigo.
No solo eso: al mismo tiempo, esa sintaxis y esos vocabularios forjados en otros tiempos, a miles de kilómetros, para responder a otras necesidades y denominar a otros objetos, son inadecuados para ofrecerle los medios de hablar de sí mismo, de sus afanes, de sus esperanzas. La lengua y el pensamiento francés son analíticos: ¿qué ocurriría si el genio negro fuera, ante todo, síntesis? El término negritud, realmente feo, es uno de los pocos aportes negros a nuestro diccionario. Pero, de todos modos, si esa negritud es un concepto definible, o por lo menos descriptible, debe absorber otros conceptos más elementales y que correspondan a los datos inmediatos de la conciencia negra. Y bien, ¿dónde están las palabras que permitan designarlos?.
Qué bien se corresponden a la queja del poeta haitiano:

Ese corazón obsesionante que no corresponde
a mi lengua, o a mis costumbres,
y sobre el que muerden, como un gancho,
sentimientos prestados y costumbres
de Europa... ¿sienten ustedes este sufrimiento,
y esta desesperación sin paralelo,
de domeñar con palabras de Francia
este corazón que me vino de Senegal?(2)

Pero no es verdad que el negro se exprese en una lengua 'extranjera'; se le enseña el francés desde su más tierna infancia, y se siente perfectamente cómodo cuando piensa como técnico, como sabio o como político. Deberíamos hablar, más bien, de la ligera y constante desviación que separa lo que dice de lo que querría decir, tan pronto como habla de sí mismo. Le parece que un Espíritu septentrional le ha despojado de sus ideas, las ladea suavemente para que encarnen más o menos lo que él deseaba; que las palabras blancas beben su pensamiento como la arena bebe la sangre. Si se recupera bruscamente, si recapacita y toma distancia, he aquí que los vocablos yacen frente a él, insólitos, signos en parte y en parte cosas. No pronunciará su negritud con palabras precisas, eficaces, que den en el blanco cada vez. No escribirá su negritud en prosa. Pero todos saben que ese sentimiento de frustración ante el lenguaje, considerado como medio de expresión directa, es el origen de toda práctica poética.
La reacción del parlador frente al fracaso de la prosa es, efectivamente, lo que George Bataille denomina el holocausto de las palabras. Mientras podemos aceptar que una armonía preestablecida conduce las relaciones del Verbo y el Ser, nos servimos de las palabras sin verlas, con una fe ciega; son órganos sensoriales, bocas, manos, ventanas abiertas al mundo. Pero, al primer revés, ese parloteo cae fuera de nosotros; vemos el sistema entero, que ya no es sino una mecánica descompuesta, invertida, cuyos grandes brazos se mueven aún para indicar en el vacío. Valoramos, de repente, la loca tarea de nombrar; entendemos que el lenguaje es, por esencia, prosa, y la prosa, por naturaleza, fracaso. El ser se yergue ante nosotros como un baluarte de silencio, y si aún deseamos captarlo solo será por el silencio:

'Evocar que callamos, en una sombra deliberada, el objeto por palabras alusivas, nunca directas, reduciéndonos a un silencio igual (3)'.

Nadie dijo mejor que la poesía es una tentativa fascinadora de insinuar el ser en y por el disparatado tremolar de la palabra: al cebarse con su incapacidad verbal, y enloquecer a las palabras, el poeta nos hace presumir por encima de ese jaleo que se invalida a sí misma grandes densidades silenciosas. Como no podemos estar mudos, es preciso crear silencio con el lenguaje.
De Mallarmé a los surrealistas, la finalidad profunda de la poesía francesa ha sido, a mi juicio, una autodestrucción del lenguaje. El poema es una sala oscura en que los vocablos se chocan, se redondean, se enloquecen. Encontronazo en el aire: se alumbran recíprocamente, se incendian unos a otros y caen abrasados.
En esas perspectiva conviene colocar el trabajo, el afán de los 'evangelistas negros'. A la astucia del colono contestan con un ardid opuesto y semejante: como el opresor está presente, hasta en la lengua que hablan, hablarán esa lengua para desbaratarla. El poeta europeo de hoy intenta deshumanizar las palabras para devolverlas a la naturaleza; en cambio, el heraldo negro procura des-francesizarlas; las desintegrará, quebrará sus asociaciones normales, las acoplará por la violencia

con pequeños pasos de lluvia de orugas
con pequeños pasos de trago de leche
con pequeños pasos de cojinetes a bolilla
con pequeños pasos de sacudida sísmica
las trepadoras caribes en el suelo avanzan
con grandes pasos de alfombras de estrellas (4)

Sólo cuando ha degollado su blancura las apadrina él, haciendo de esa lengua en ruinas un super-lenguaje majestuoso y sagrado, la Poesía. Sólo gracias a la Poesía de los negros de Tananarive y Cayena, los negros de Port-au-Prince y de Saint-Louis pueden comunicarse entre sí sin testigos. Y como el francés necesita de términos y de conceptos para definir la negritud, como ella es silencio, usarán, para evocarla, 'palabras alusivas, nunca directas, que se reduzcan a un silencio igual'. Corto-circuitos de lenguaje: por entre la caída inflamada de las palabras, entrevemos un gran ídolo negro y mudo.
No sólo, pues, me parece poético el propósito que el negro tiene de describirse a sí mismo, sino también su modo propio de usar los medios de expresión de que dispone. A ello le espolea su situación: aun antes de que piense en cantar, la luz de las palabras blancas se refracta en él, se polariza y se altera.
Nunca es ello tan manifiesto como en su empleo de los dos términos ensamblados, 'negro-blanco', que recubre a la vez la gran división cósmica, 'día-noche', y la pugna humana del indígena y el colono. Pero es una pareja jerarquizada. Al confiársela al negro, el maestro le da por añadidura cien hábitos de lenguaje que consagra la primacía del blanco sobre el negro. El negro aprenderá a decir 'blanco como la nieve' para nombrar la inocencia; a hablar de la negrura de una mirada, de un alma, de una picardía. Tan pronto como abre la boca, se acusa, a menos que se empecine en trastocar la jerarquía. Y si la invierte en francés ya poetiza: figurémonos el extraño sabor que tendrían para nosotros locuciones como la 'negrura de la inocencia' o 'las tinieblas de la virtud'. Ese sabor es el que paladeamos en todos estos poemas, por ejemplo cuando leemos:

Tus senos de satín negro rollizos y lucientes...
esa blanca sonrisa
de los ojos
en la sombra del rostro
despiertan en mi esta noche
unos ritmos sordos...
de que se embriagan allá en Guinea
nuestras hermanas
negras y desnudas
y hacen surgir en mi
esta noche
crepúsculos negros grávidos de sensual convulsión
porque
el alma del país negro en que duermen los antepasados
vive y habla
esta noche
en la fuerza inquieta a lo largo de tus riñones vacíos... (5)

En este poema el negro es siempre un color o, mejor dicho, una luz; su irradiación suave y difusa disuelve nuestros hábitos; el negro país en que duermen los antepasados no es un orco o averno tenebroso, sino una tierra de sol y de fuego. Pero, por otra parte, la superioridad del blanco sobre el negro no expresa sólo la que el colono pretende tener sobre el indígena: expresa, más profundamente, la universal adoración del día y nuestros terrores nocturnos, que también son universales. En ese sentido, los negros restablecen la jerarquía que hace apenas un momento invertían. No quieren ya poetas de la noche, es decir, de la revuelta estéril y de la desesperación.

Proclaman una aurora, saludan
al amanecer transparente de un nuevo día (6)

De pronto el negro recupera, en su escritura, su sentido de presagio aciago:

negro negro como la miseria (7)

exclama uno de ellos. Y otro:

Líbrame de la noche de mi sangre. (8)

De esta suerte nos encontramos con que la palabra negro contiene a la vez todo el Mal y todo el Bien. Recubre una tensión casi insostenible entre dos clasificaciones contradictorias: la jerarquía social y la jerarquía racial. Gana con ello una poesía extraordinaria, como esos objetos auto-destructivos que salen de la manos de Marcel Duchamp o de los surrealistas. Hay una negrura oculta de lo blanco, una blancura escondida de lo negro, un mariposeo cristalizado del ser y del no ser, que quizá jamás se dijo tan felizmente como en ese poema de Césaire:

Mi gran estatua herida una pedrada en la frente mi gran carne inatenta de día de granos despiadados, mi gran carne de noche con pigmentos de día... (9)

El poeta irá aun más allá. Escribe:

Nuestras caras hermosas como el verdadero poder operatorio de la negación. (10)

Detrás de esta elocuencia abstracta que evoca a Lautréamont se descubre el esfuerzo más audaz y más fino por conceder un sentido a la piel negra y hacer la síntesis poética de las dos caras de la noche. Cuando David Diop dice del negro que es 'negro como la miseria', expone lo negro como pura privación de luz. Pera Césaire desarrolla y profundiza esa imagen: la noche no es ya ausencia, es rechazo. Lo negro no es un color, es la destrucción de esa claridad prestada que dimana del sol blanco. El revolucionario negro es negación porque se desea puro desamparo: para construir su Verdad es preciso, ante todo, que destruya la de los otros.
Los rostros negros, esos recuerdos nocturnos que embelesan nuestros días, encarnan la tarea oscura de la Negatividad, que erosiona paciente los conceptos. Por una inversión que recuerda curiosamente la del negro doblegado, insultado, cuando se reivindica a sí mismo como 'negro del diablo', es la estampa exclusiva de las tinieblas lo que constituye su valor. La libertad es color de noche.
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Notas:
(1) Rendez-les-moines poupées noires que je joue avec ellesles jeux naïf de mon instinctrester a l'ombre de ses loisrecouvrer mon couragemon audaceme sentir moi-mêmenouveau moi-même de ce qu'hier j'étaishiersans complexitéhierquand est venue l'heure du déracinement...Ils ont cambriolé l'espace qui était mien.
Leon Damas
(2) Ce soir obsèdant qui ne correspondPas à mon langage, ou à mes coutumes,Et sur lequel mordent, comme un crampon,Des sentiments d'emprunt et des coutumesD'Europe, sentez-vous cette soufranceEt ce désespoir à nul autre égalD'apprivoiser avec des mots de FranceCe coeur qui m'est venu du Sénégal.
Lalean
(3) Mallarmé: Magie (Éditions de la Pléiade, pág. 400)
(4) à petits pas de pluie de chenilles,á petits pas de gorgée de lait,à petits pas de roulements à billes.à petits pas de secousse sismique,les ignames dans le sol marchent a grands pas de trouées d'etoiles.
Aime Césaire
(5) Tes seins de satin noir rebondis et luisants...ce blanc souriredes yeuxdans l'ombre du visageéveillent en moi ce soirdes rytmes sourds...dont s'enivrent là-bas au pays de Guinéenos soeursnoires et nueset font lever en moice soirdes crépuscules nègres lourds d'un sensuel émoicarl'âme du noir pays où dorment les anciensvir et parlece soiren la force inquiète le long de tes reins creux...
Tirolieu
(6) l'aube transparente d'un jour nouveau.
Senghor
(7) Nègre noir comme la misère.
Diop
(8) Dèlivre-moi de la nuit de mon sang.
Césaire
(9) Ma grande statue blsée une pierre au front ma grande chair inattentive de jour à grains sans pitié ma grade chair de nuit à grain de jour.
Césaire
(10) Nos faces belles comme le vrai pouvoir opératoire de la négation.
Cesaire

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IV. – LAS CENTELLAS ROBADAS

Aniquilamientos, actos de fe del lenguaje, simbolismo mágico, ambivalencia de las ideas, he ahí toda la poesía moderna, en su cara negativa. No se trata de un juego pueril. La coyuntura del negro, ‘su desgarramiento’ original, la ‘alienación’ que, un pensamiento extraño, le impone con el nombre de asimilación, lo colocan en la obligación de reconquistar su unidad existencial de negro o, si se desea, la pureza original de su plan, por medio de una ascesis progresiva, más allá del universo del discurso.
La negritud, como la libertad, es punto de partida y meta última. Trátase de hacerla pasar de lo inmediato a lo mediato, de tematizarla. El negro debe fenecer para la cultura blanca y renacer al espíritu negro, como el filósofo platónico muere para su cuerpo y así resucita para verdad. Esa retorno dialéctico y místico a los orígenes lleva consigo, obligatoriamente, un método. Pero ese método no se presenta como un brazado de reglas para la dirección del espíritu; no se confunde con quien lo emplea. Es la ley dialéctica de las transformaciones sucesivas que encaminarán al negro a coincidir con sí mismo en la negritud. No se trata, para él, de conocer, ni de arrancarse a sí mismo en el éxtasis, sino de hallar y, a la vez, devenir lo que es.
Para esta simplicidad original de existencia hay dos caminos de llegada convergentes: uno objetivo, el otro subjetivo. Los poetas negros de lengua francesa usan ya la uno, ya otro, a veces los dos juntos. Existe, efectivamente, una negritud objetiva que se expresa por las costumbres, las artes, los cantos y las danzas de las comunidades africanas. El poeta se recetará, como ejercicio espiritual, el dejarse subyugar por los ritmos primitivos, y volcar su pensamiento en las formas tradicionales de la poesía negra. Muchos poemas se titulan tantanes, porque cogen de los tamborileros nocturnos un ritmo de percusión ora seco y regular, ora torrencial y convulsivo. El acto poético es entonces una danza del alma: el poeta baila como un derviche, hasta el desmayo; ha colocado, en sí, el tiempo de los antepasados, lo siente transcurrir con sus extraños sobresaltos. Es, en esta fluencia rítmica, cómo espera recuperarse: diré que intenta hacerse poseer por la negritud de su pueblo. Confía que los ecos de su tantán vendrán a despertar los instintos remotos que duermen en él. Al leer estos poemas se tiene la impresión de que, el tantán, tiende a ser un género de la poesía negra, como el soneto o la oda lo fueron de la nuestra.
Otros se inspirarán, como Rabemananjara, en edictos reales, y algunos beberán en la hontana popular de los hain-tenys. El centro sosegado de ese maelstrom de ritmos, de cantos, de gritos, es la poesía de Birago Diop, en su candorosa grandeza: sólo ella está en reposo, porque deriva directamente de los relatos y de la tradición oral. Casi todas las otras tentativas tienen algo de crispado, de tenso y desesperado, porque tienden no tanto a emanar de la poesía floklórica como a llegar a ella.
Pero, por distante que esté ‘del negro país donde dormitan los antepasados’, el negro sigue más próximo que nosotros a la gran época en que, como dice Mallarmé, ‘la palabra crea los dioses’. A nuestros poetas les es casi imposible reanudar la familiaridad con las tradiciones populares: diez siglos de poesía culta los separan de ellas. Por otra parte, la inspiración folklórica se ha agotado: en todo caso podríamos imitar, exteriormente, su simplicidad. Los negros de África, por el contrario, se hallan aun en el gran periodo de fecundidad mítica, y los poetas negros de lengua francesa no se complacen en esos mitos como nosotros con nuestras canciones: sólo se dejan embrujar por ellos para que, al término del encantamiento, la negritud, magníficamente evocada, surja. Por eso llamo magia, o encantamiento, a este método de ‘poesía objetiva’.
Césaire ha elegido, en cambio, por entrar, a sí mismo, reculando. Puesto que ésta Eurídice se desvanecerá en humo sí el Orfeo negro se vuelve hacia ella, él bajará por el camino real de su alma con las espaldas vueltas al fondo de la cueva. Descenderá por debajo de las palabras y de las significaciones –‘para pensar en ti he dejado todos las palabras en el Montepío’-, por debajo de las actitudes cotidianas y del plano de la ‘repetición’, y aun por debajo de los primeros arrecifes de la revuelta. Vuelto de espalda, los ojos cerrados para tocar, por fin, con sus pies desnudos el agua negra de los sueños y del anhelo de dejarse ahogar por ellos. Entonces, deseo y sueño, se levantarán, rugiendo como una marejada, harán bailar las palabras como bienes mostrencos y las tirarán, indiscriminadamente, hechas añicos, a la orilla.

Las palabras se desbordan, seguramente, hacia un cielo y una tierra que lo alto y lo bajo no permiten distraer, y lo mismo ocurre con la vieja geografía… Por el contrario, una graduación curiosamente respirable se opera real pero al nivel. Al Nivel gaseoso del organismo sólido y líquidi, blanco y negro, día y noche. (1)

Reconocemos el viejo método surrealista (porque la escritura automática, como el misticismo, es un método: supone un aprendizaje, ejercicios, un encaminamiento). Es necesario introducirse bajo la corteza superficial de la realidad, del sentido común, de la razón razonante, y llegar al fondo del alma, despertar las potencias inmemoriales del deseo. Del deseo, que hace del hombre un rechazo de todo y un amor de todo; del deseo, negación radical de las leyes naturales y de lo posible, invocación del milagro. Del deseo, que por su loca energía cósmica introduce nuevamente al hombre en el seno hirviente de la Naturaleza al afirmar su Derecho a la insatisfacción. Por otra parte, Césaire no es el primer negro que haya tomado por esos andurriales. Antes que él, Étienne Lero había fundado Légitime Défense. ‘Más que una revista –dice Senghor- Légitime Défense fue un movimiento cultural. Partiendo del análisis marxista de la sociedad de las ‘Islas’, descubría en el antillense el descendiente de esclavos negroafricanos que, durante tres siglos, habían sido mantenidos en la embrutecedora condición del proletario. Afirmaba que sólo el surrealismo podría liberarlo de sus tabús y expresarlo en su integridad’.
Pero, precisamente, si vinculamos a Lero con Césaire, no podemos sino sentirnos impresionados por las diferencias. La comparación puede hacer medir el abismo que separa el surrealismo blanco de su uso por un negro revolucionario. Lero fue el precursor: se propuso explotar el surrealismo como un ‘arma milagrosa’ y un instrumento de investigación, una especie de radar que enviáramos a las profundidades abisales. Pero sus poemas son deberes de escolar, estrictas imitaciones: no ‘exceden unos a otros’. Por el contrario, se encierran en sí mismos:

Las viejas cabelleras
Se ciñen a las ramas del fondo de los mares vacíos
Donde tu cuerpo es sólo un recuerdo
Donde la primavera se manicura
La hélice de tu sonrisa lanzada a distancia
Sobre casas de las que ya no queremos saber más… (2)

‘La hélice de tu sonrisa’, ‘la primavera se manicura’: reconocemos al paso el preciosismo y la futilidad de la estampa surrealista, la eterna fórmula que consiste en echar un puente entre dos términos más alejados, confiando, sin creer demasiado en ello, en que ese golpe de cubilete liberará un matiz escondido del ser. Ni en este poema ni en los otros veo que Lero reivindique la libertad del negro: en todo caso, reclama la liberación formal de la imaginación. En ese entretenimiento, totalmente abstracto, ninguna coyunda de palabras sugiere, ni siquiera de lejos, al África. Retiremos esos poemas de la antología negra, silenciemos el nombre de su autor, y yo desafío a cualquiera, negro o blanco, a ver si no los imputa a un colaborador europeo de La Revolution Surréaliste o del Minoture. Porque la finalidad del surrealismo es reencontrar, más allá de las razas y de las condiciones, más allá de las clases, tras el incendio del lenguaje, enceguecedoras sombras mudas que ya no se oponen a nada, ni siquiera al día, porque el día y la noche y todos los contrarios vienen a fundirse en ellas, y a eliminarse; de suerte que podríamos hablar de una impasibilidad, de una impersonalidad del poema surrealista, como hay una impasibilidad y una impersonalidad del Parnaso.
Un poema de Césaire, en cambio, explota y gira en torno de sí mismo como un cohete, soles se desprenden de él, soles que giran y estallan en nuevos soles. Es una eterna generación. No se trata de lograr la plácida unidad de los contrarios sino de levantarse como una verga uno de los contrarios de la pareja ‘negro-blanco’, frente al otro. La densidad de esas palabras, tiradas al aire como piedras por un volcán, es la negritud, que se define contra Europa y la colonización. Lo que Césaire destruye no es toda cultura, es la cultura blanca; lo que enseña, a la luz del día, no es el deseo de todo, son las aspiraciones revolucionarias del negro oprimido. Lo que acaricia en el fondo de sí mismo no es el espíritu, es cierta forma de humanidad concreta y determinada.
Ahora sí se puede hablar aquí de escritura automática comprometida, y aun dirigida, no porque intervenga la reflexión, sino porque las palabras y las estampas traducen eternamente la misma obsesión tórrida. En lo más hondo de sí mismo el surrealista blanco halla alivio; en lo más profundo de sí mismo Césaire encuentra la firmedumbre fija de la protesta y del resentimiento. Las palabras de Lero se ordenan plácidamente, en descomposición, por relajamiento de las relaciones lógicas, en torno a temas extensos e imprecisos; las palabras de Césaire se estrechas en cambio, unas con otras, y las derrite su impetuosa pasión. Entre las comparaciones más azarosas, entre los temas más alejados, circula un hilo secreto de odio y esperanza.
Compárese, por ejemplo, ‘la hélice de tu sonrisa arrojada a lo lejos’, que es producto de un libre juego de la imaginación, y un convite al ensueño, con

Y las minas de radium hundidas en la sima de mis inocencias
Saltarán en mil pedazos
En el comedero de los pájaros
Y la alfombra de estrellas
Será el nombre común de la leña de chimenea
Recogida en los aluviones de las venas cantoras de noche (3)

Donde los ‘disjecta membra’ del vocabulario se organizan para dejar adivinar un ‘Arte poética’ negra. O léase esto otro:

Nuestras caras hermosas como el verdadero poder operatorio de la negación (4)

Y aun:

Mares piojosos de islas haciendo crujir entre los dedos rosas lanzallama y mi cuerpo intacto de mutilado (5)

He aquí el delirio de los piojos de la miseria negra, que brincan entre los cabellos del agua, ‘islas’ al hilo de la luz, que crujen bajo los dedos de la celeste despiojadora, el alba de dedos rosa, esa aurora de la cultura griega y mediterránea, arrancada por un ladrón negro a los sacrosantos poemas homéricos, y cuyas uñas de princesa esclava son domeñados de pronto por un Toussaint Louverture, para hacer explotar los vencedores parásitos de la negra mar; la aurora que de pronto se rebela y metamorfosea, echa fuego como el arma salvaje de los blancos, lanza-llamas, arma de sabios, arma de verdugos y que mutila con su fuego blanco al gran Titán negro que se levanta intacto, eterno, para subir al asalto de Europa y del cielo.
En Césaire la gran tradición surrealista finaliza, se completa, cobra su sentido definitivo y se destruye: el surrealismo, movimiento poético europeo, es robado a los europeos por un negro que lo vuelve contra ellos y le pone una función rigurosamente definida.
He indicado en otro lugar cómo el proletariado se cerraba, todo él, a esta poesía destructora de la Razón: en Europa el surrealismo, rechazado por quienes habrían podido darles una transfusión de sangre, languidece y se agota. Pero, en el instante mismo que pierde contacto con la Revolución, he aquí que en las Antillas se le inscribe en otra rama de la Revolución universal, y se abre en una flor enorme y sombría.
La originalidad de Césaire consiste en haber sumergido su afán estrecho y poderoso de negro, de oprimido de militante, en el mundo de la poesía más devastadora, la más libre y metafísica, justamente en el instante en que Éluard y Aragón fracasaban en su intento de darle un contenido político a sus versos. Y por fin lo que saca a Césaire como un grito de dolor, de amor y de odio, es la negritud-objeto. Aquí también continúa la tradición surrealista, según la cual el poema debe objetivar. Las palabras de Césaire no describen la negritud, no la nombran, no la copian exteriormente como hace un poeta con su modelo: la hacen. La componen bajo nuestros ojos. Ahora es una cosa que podemos observar, aprehender. El método subjetivo que él escogió se asimila al método objetivo de que ya hemos hablado. Expulsa el alma negra fuera de él en momentos en que otros intentan interiorizarla. El resultado final es idéntico en ambos casos. La Negritud es ese tantán lejano en las calles de la noche de Dakar, son los gritos que salen de un respiradero haitiano y que se deslizan al nivel de la calzada, es esa máscara congoleña: pero también este poema de Césaire, baboso, sangriento, lleno de flemas, y que se revuelca en el polvo como un gusano cortado. Ese doble espasmo de absorción y de excreción da el ritmo del corazón negro en toda la poesía negra.

Notas:
(1)Les mots se dépassent, c’est bien vers un ciel et une terre que le haut et le bas ne permettent pas de distraire, c’ent est fait aussi de la vieille géographie… Au contraire, un étagement curieusement respirable s’opère réel mains au niveau. Au niveau gazeux de l’organisme solide et liquid, blanc et noir jour et nuit.
Aimé Césaire
(2)Les chevelures anciennes
Collent aux branches le fond des mer vides
Où ton corps n’est qu’un souvenir
Où le printemps se fait les ongles
L’hélice de ton sourire jeté au loin
Sour les maison don’t nous ne voulons pas…
Etienne Lero
(3)… et les mines de radium enfouies dans l’abysse de mes innocences
Sauteront en grains
Dans la mangeoire des oixeuax
Et le stère d’etoiles
Será le nom commun du bois de chaufflage
Recueilli aux alluvions des veines chanteuses de nuit.
Aimé Césaire

(4)Nos faces belles comme le vrai pouvoir opératoire de la négation.
Aimé Césaire

(5)Les mers poulleuses d’iles craquant aux doigts des roses lace-flamme et mon corps intact de foudroyé.
Aimé Césaire

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V. – EL HOMBRES SIN UTENSILIOS

Y ahora: ¿qué es, pues, esa negritud, único afán de estos poetas, único asunto de sus poemas? Debemos, ante todo, contestar que un blanco no podría decir de ella convenientemente, porque carece de la experiencia interior de la negritud, y porque faltan a los idiomas europeos los vocablos que permitirían describirla. Yo debería, pues, dejar al lector que la encuentre al hilo de estos poemas, y se haga de ella la idea que le apetezca. Pero mi labor sería incompleta si, después de haber señalado que la búsqueda del Graal negro formaba, en su intención original y en sus métodos, la más auténtica síntesis de los anhelos revolucionarios y del afán poético, no evidenciase que ese fundamento complejo es, en su esencia, Poesía pura.
Me limitaré, pues, a analizar esas poesías objetivamente, como un hato de testimonios, y a comentar algunos de sus asuntos principales. ‘Lo que hace –escribe Senghor- la negritud de un poema, es menos el tema que el estilo; es el calor emocional que da existencia a las palabras, que trasmuta la palabra en verbo’. Imposible prepararnos mejor que la negritud no es un estado, ni un conjunto definido de vicios y virtudes, de cualidades intelectuales y morales, sino una cierta actitud afectiva con el mundo.
La psicología desistió desde principios de este siglo a sus grades distinciones escolásticas. Ya no creemos que los hechos del alma se dividan en voliciones o acciones, en conocimientos o percepciones yen sentimientos o pasividades ciegas. Sabemos que un sentimiento es una manera definida de vivir nuestra relación con el mundo que nos circunda, y que involucra cierta comprensión de ese universo. Es una tensión del alma, una elección de sí mismo y del prójimo, una manera de superar los elementos brutos de la experiencia, en suma, un proyecto, como el acto voluntario. La negritud, para emplear el lenguaje heideggeriano, es el-ser-en-el-mundo del Negro.
Véase, por otra parte, lo de ello nos dice Césaire:

Mi negritud no es un pedrusco, su sordera abalanzada contra el clamor del día
Mi negritud un es una nube de agua muerta sobre el ojo fenecido de la tierra
Mi negritud no es una torre ni una catedral
Se sumerge en la carne rojiza del sol
Se sumerge en la carne ardiente del cielo
Taladra el agobio opaco de su recta paciencia (1)

Píntase la negritud en estos hermosos versos como un acto, antes que como una disposición. Pero ese acto es una determinación interior: no se trata de agarrar con las manos y transformar los bienes de este mundo, sino de existir en medio del mundo. La relación con el universo sigue siendo una apropiación.
Y esta no es técnica. Para el blanco, poseer es transformar. Es verdad. El obrero blanco trabaja con herramientas que no posee; pero, al menos, sus técnicas son suyas. Es cierto que los principales inventos de la industria europea le son debidos al personal que se recluta, en su mayor parte, entre la clase media; pero, no obstante, al carpintero, al molinero, al tornero, su oficio aún se les aparece como un verdadero patrimonio, aunque la orientación de la gran producción capitalista se inclina a desposeerlos también de su ‘goce del trabajo’. Pero no basta decir que trabaja con los utensilios que se le prestan; también se le proporcionan las técnicas. Césaire llama a sus hermanos negros

Los que no han inventado la pólvora ni la cápsula
Que jamás supieron domar ni el vapor ni la electricidad
Que no han explorado ni los mares ni el cielo… (2)

Pero esa reivindicación soberbia de la no tecnicidad da la vuelta a la situación: lo que podía pasar por una falta se transforma en venero positivo de enriquecimiento. La relación técnica con la naturaleza hace de ella una suma pura, inercia, exterioridad: la naturaleza fallece. Por su soberbia negativa de homo faber, el negro le restituye la vida.
Como si en la pareja ‘hombre-naturaleza’ la pasividad de uno de los términos entrañase obligatoriamente la actividad del otro. A decir verdad, la negritud no es una pasividad, puesto que ‘taladra la carne del cielo y de la tierra’: es una ‘paciencia’, y la paciencia aparece como una imitación activa de la pasividad. La acción del negro es, ante todo, acción sobre sí mismo. El negro se planta y se paraliza como un hipnotizador de aves, y las cosas llegan para trepar a las ramas de ese árbol simulado. Se trata, sí, de una captación del mundo, pero mágica, por el silencio y el reposo: al actual primero sobre la naturaleza, el blanco se pierde, perdiéndola; el negro, en cambio, pretende ganar la naturaleza, ganándose.

Abandónanse, estremecidos, a la esencia de toda cosa
Ignorantes de la superficies, pero absortos en el movimiento de toda cosa
Despreocupados de contar, pero jugando el juego del mundo
Verdaderamente los hijos mayores del mundo
Porosos a todos los alientos del mundo…
Carne de la carne del mundo que palpita con el movimiento mismo del mundo (3)

No podremos, al leer estos versos, dejar de pensar en la famosa distinción establecida por Bergson entre intuición e inteligencia. Y justamente Césaire nos llama

Vencedores omniscientes e ingenuos.(4)

El blanco lo conoce todo de la herramienta. Pero utensilio, herramienta, todo él en la superficie de las cosas, ignora la duración, la vida. La negritud, en cambio, es una comprensión por simpatía. El secreto del negro es que los manantiales de su existencia y las raíces del Ser son idénticas.
Notas:

(1)
Ma négritude n’est pas une Pierre, sa surdité ruée contre la clameur du jour
Ma négritude n’est pas une taie d’eau norte sur l’oeil mort de la terre
Ma négritude n’est ni une tour ni une cathédrale
Elle plonge dans la chair rouge du sol
Elle plonge dans la chair ardente du ciel
Elle troue l’accablement opaque de sa droite patience.
Aimé Césaire
(2)
Ceux qui n’ont inventé ni la poudre ni la boussole
Sieux qui n’ont jamais su dompter ni la vapeur ni l’électricité
Ceux qui n’ont exploré ni les mers ni le ciel…
Aimé Césaire
(3)
Ils s’abandonnent, saisis, a l’essence de toute chose
Ignorant des surfaces mais saisis par le movement de toute chose
Insoucieux de compter, mais jouant le jeux du monde
Poreux a tous les soufflés du monde…
Chair de la chair du monde palpitant du movement meme du monde.
Aimé Césaire
(4)
Vainqueurs omniscients et näifs.
Aimé Césaire

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VI.- LAS CEREMONIAS DE LA AGRICULTURA

Si quisiéramos dar una interpretación social de esta metafísica, diríamos que una poesía de campesinos se encara aquí a una prosa de ingenieros. Es mentira, realmente, que el negro no disponga de técnica alguna: la relación de un grupo humano, cualquiera que sea, con el mundo exterior, es siempre técnica, de una manera u otra. Y, a la inversa, diré que Césaire es injusto: el avión de Saint-Exupéry, que, por debajo de él, envuelve la tierra como una alfombra, es un órgano de investigación. Sólo que el negro es, ante todo, un campesino: la técnica agrícola es ‘recta paciencia’; pone su fe en la vida. Espera. Plantar es preñar la tierra. Luego tiene que quedarse quieto, espiar: ‘Cada átomo de silencio es la posibilidad de un fruto maduro’. Cada momento contribuye cien veces más de lo que el hombre había dado.
Mientras que el obrero no encuentra en el producto manufacturado sino lo que había puesto en él, el hombre crece al tiempo que sus trigos, de minuto en minuto se supera y se dora; atento ante ese vientre delicado que se hincha, sólo interviene para protegerlo. El trigo maduro es un microcosmos, porque necesitó para germinar el concurso del sol, las lluvias y el viento. Una espiga es, a la vez, la cosa más natural y la cosa más improbable.
Las técnicas han contaminado al labrador blanco, pero el negro sigue siendo el gran macho de la tierra, el esperma del universo. Su vida es la gran paciencia vegetal; su trabajo es la repetición, el coito sagrado, año tras año. Creador y nutricio porque crea. Arar la tierra, plantar, comer, es hacer el amor con la naturaleza. El panteísmo sexual de estos poetas es, sin duda, lo que deslumbrará primero. Por él comunican con los danzas y las ceremonias fálicas de los negro-africanos.

¡Oho! Congo acostada en tu lecho de bosques, reina sobre el África domada
Que los falos de los montes enarbolen tu pabellón
Porque eres hembra por mi cabeza y por mi lengua
Porque eres hembra por mi vientre. (1)

Y también

Volveré a subir por el vientre suave de las dunas y los muslos rituales del día… (2)

Y Rabéarivelo:

La sangre de la tierra, el sudor de la piedra y el esperma del viento. (3)

Y Laleau:

Bajo el cielo el tambor cónico se lamenta
Y es el alma misma del negro
Espasmos pensados de hombre en celo, pegajosos sollozos de amante
Ultrajan la calma de la tarde. (4)

Henos aquí muy separados de la intuición inmaculada y asexuada de Bergson. No se trata de estar en simpatía con la vida, sino en amor con todas sus formas. Para el técnico blanco, Dios es ante todo un ingeniero. Júpiter ordena el caos y le receta leyes: el Dios cristiano engendra el mundo con su entendimiento y lo realiza con su voluntad: la relación de la criatura con el Creador nunca es carnal, salvo para algunos místicos que caen en los recelos de la Iglesia: toda suerte de sospechas, de mosqueos. Aun así, el erotismo místico no tiene nada en común con la fecundidad: es la espera, completamente pasiva, de una penetración vana. Estamos hechos de légamo, de barro, de limo, somos estatuillas salidas de las manos del divino escultor. Si los objetos manufacturados que nos rodean pudiesen rendir culto a sus creadores, nos adorarían, sin duda, como nosotros al Todopoderoso.
Para los bardos negros, en cambio, el ser surge de la Nada como una verga que se empina. La Creación es un enorme y eterno parto. El mundo es carne e hijo de la carne. En el mar y en el cielo, en las dunas, en las piedras, en el viento, el negro reconoce el terciopelo de la piel humana. Se acaricia en el vientre de la arena, contra los muslos del cielo. Es ‘carne de la carne del mundo’. Es ‘poroso a todos los alientos’, a todos los pólenes. Es, sucesivamente, hembra de la naturaleza y su macho. Y cuando copula con una mujer de su raza, el acto sexual le parece la celebración del Misterio del ser.
Esta religión de semen es como una tensión del alma que equilibrase dos corrientes complementarias: el sentimiento dinámico de ser una picha que se empina, y el otro, más sordo, más paciente, más femenino, de ser una planta que se desarrolla. De modo que la negritud, en su venero más profundo, es una androginia.

Ahí estás
Erguido y desnudo
Limo eres y lo recuerdas
Pero eres en realidad el hijo de esa sombra parturienta
Que se guarece de lactógeno lunar
Luego cobras lentamente la forma de una pica
Sobre ese muro bajo que saltan los sueños de las flores
Y el perfume del verano en receso.
Oler, creer que las raíces te dan de patadas
Y corren y se retuercen como culebras sedientas
Hacia algún venero subterráneo (5)

Esta unidad intensa de los signos vegetales y de los signos sexuales es realmente la mayor singularidad de la poesía negra, sobre todo en un tiempo en que, como demostró Michel Carrouges, la mayor parte de las imágenes de los poetas blancos tiende a la mineralización de lo humano. Césaire, por el contrario, vegetaliza, animaliza el mar, el cielo y las piedras. Más exactamente, su poesía es un ensamblaje perpetuo de mujeres y hombres metamorfoseados en animales, en vegetales, en piedras, con piedras, plantas y bestias metamorfoseados en hombres. De modo que el negro es el Héroe natural, lo muestra y lo encarna; si deseáramos hallar un término de comparación en la poesía europea, deberíamos retrotraernos hasta Lucrecio, poeta campesino que alababa a Venus, la diosa madre, en tiempos en que Roma no era mucho más que un gran mercado agrícola. Ahora, sólo Lawrance, creo yo, ha tenido un sentido cósmico de la sexualidad. Aun en él, sin embargo, ese sentido sigue siendo demasiado literario.
Sí, la negritud se cifra en ese brotar inmóvil, en la unidad del pene erecto y del crecimiento vegetal; pero no podría extinguirla con ese solo asunto poético. Hay otro tema que circula como una gran arteria a través de estos poemas:

Los que no han inventado la pólvora ni la cápsula…
Saben en sus menores repliegues el país de su sufrimiento… (6)

A la desatinada agitación utilitaria del blanco, el negro enfrenta la autenticidad que ha recogido de su sufrimiento; como ha tenido la horrenda prerrogativa de palpar lo hondo de la desdicha, la raza negra es una raza elegida. Y aunque estos poemas sean de cabo a rabo anticristianos, podríamos, desde ese punto de vista, llamar a la negritud una Pasión: el negro, consciente de sí, se representa, a sus propios ojos, como el hombre que contrajo todo el dolor humano, y que padece por todos, incluso por el hombre blanco.

La trompeta de Armstrong será
El día del Juicio Final el intérprete de
Los dolores del hombre. (7)

Veamos ante todo que no se trata, en modo alguno, de un dolor de conformidad. He mentado hace un momento a Bergson y a Lucrecio. Ahora me siento inclinado a citar a ese gran antagonista del cristianismo: Nietzsche y su ‘dionisismo’. Como el poeta dionisíaco, el negro trata de taladrar las apariencias brillantes del día, y halla, a mil pies bajo la superficie apolínea, el padecimiento sin expiación que es la esencia universal del hombre.
Si deseáramos sintetizar, pondríamos que el negro se funde con la naturaleza toda en tanto que es simpatía sexual por la Vida, y que se reivindica como hombre, en tanto que es Pasión de sufrimiento insumiso. Sentiremos la unidad fundamental de ese doble movimiento, si pensamos sobre esa relación, cada vez más estrecha, que los psiquiatras colocan entre la angustia y el ímpetu sexual. Hay un único orgulloso hontanar –al que podemos denominar también deseo- que nace del sufrimiento, o bien un dolor que se ha introducido como una espada a través de un extenso anhelo cósmico.
Esa ’recta paciencia’ a que aludía Césaire es, al mismo tiempo, crecimiento vegetal y paciencia contra el dolor; reside en los propios músculos del negro; mantiene al cargador negro que remonta el Niger mil kilómetros bajo un sol abrasador, con una carga de veinticinco kilos en equilibrio sobre su cabeza. Pero si, en cierto sentido, podemos relacionar la fecundidad de la naturaleza a un incremento de dolores, en otro, y ello también es dionisíaco, esa fecundidad, por su exuberancia, trasciende el dolor, y lo ahoga en la abundancia creadora, que es poesía, amor y danza.
Quizá sea imprescindible, para entender esta unidad perenne del sufrimiento, del eros y del júbilo, haber visto a los negros de Harlem bailar frenéticamente al ritmo de sus blues, que son los aires más dolorosos del mundo. Es, efectivamente, el ritmo lo que funde estos variados aspectos del espíritu negro; es él quien trasmite su ligereza nietzscheana a esas pesadas intuiciones dionisíacas. Es el ritmo –tantan, jazz, salto de estos poemas- lo que refleja la temporalidad de la existencia negra. Y cuando un poeta negro profetiza a sus hermanos un futuro mejor, lo hace en la forma de un ritmo que les representa la liberación:

¿Qué?
Un ritmo
Una onda en la noche a través de los bosques, nada –o un alma nueva
Un timbre
Una entonación
Un vigor
Una dilatación
Una vibración que gradualmente en el tuétano deshecho arrastra
En su marcha un viejo cuerpo adormecido, lo toma del talle
Y lo taladra
Y gira
Y vibra aun en las manos, en los riñones, en el sexo, los muslos y la vagina… (8)

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Notas:
(1)Oho! Congo couchée dans ton lit forêts, reine sur l’Afrique domptée
Que les phallus des monts portent haut ton pavillon
Car tu es femme par ma tête, par ma langue,
Car tu es femme par mon ventre.
Senghor
(2)Or je remonterai le vendre doux des dunes et les cuises rutilantes du jour…
Senghor
(3)Le sang de la terre, la sueur de la Pierre
Et le serme du vent.
Rabéarivelo
(4)Sous le ciel le tambour conique se lamente
Et c’est l’âme même du noir
Spasmes lourds d’homme en rut, gluants sanglots d’amante
Outrageant le calme du soir.
Laleau
(5)Te voilà
Debout et un
Limón tu es et t’en souviens
Mains tu es en realité l’enfant de sette ombre parturiente
Qui se repait de lactogène lunaire
Puis tu prends lentament la forme d’un fùt
Sur ce mur bas que franchissent les songes des fleurs
Et le parfum de l’èté en relache
Sentir, croire que des racinés te poussent aux pieds
Et courent et se tordent comme des serpents assoiflées
Vers quelque source souterraine…
Rabéarivelo
(6)Ceux qui n’ont inventé ni la poudre ni la boussole…
Ils savent en ses moindres recoins le pays de souffrance…
Césaire
(7)La trompette d’Amstrong será au jour jugement l’intèrprete des douleurs de l’homme.
Niger
(8)Quoi?
Un ritme,
Une intonation
Une vigueur
Un dilatement
Une vibration qui par degrés dans la moelle dèflue, révulse
Dans sa marche un vieux corps endormi, lui prend la taille
Et la ville
Et tourne
Et vibre encoré dans les mains, dans les riens, le sexe, les cuises et le vagin…
Niger


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VII. – El privilegio de la servidumbre (+)

(+) Traducción de Bernardo Guillén.
Buenos Aires, Editorial Deucalion, 1956



Pero es preciso ir aun más lejos: esta experiencia esencial del sufrimiento es ambigua. Por ella es cómo la conciencia negra se hará histórica. Sea cual fuere, efectivamente, la intolerable iniquidad de la condición presente, el negro no se refiere en primer término, a ella cuando reclama que ha tocado el fondo de dolor humano. Tiene la horrible prebenda de haber conocido la esclavitud. En esos poetas, que en la mayor parte han nacido entre 1900 y 1918, la servidumbre, abolida medio siglo antes, sigue siendo el más vivo de los recuerdos:

Cada uno de mis hoy tiene sobre mi antaño
Grandes ojos que ruedan de rencor de
Vergüenza.
Aún va mi embrutecimiento de antaño
De
Golpes de soga anudados, de cuerpos calcinados,
Del tobillo a la espalda calcinada
De carne muerta de tizones de hierro al rojo de brazos
Rotos bajo el látigo despiadado… (1)

Escribe Damas, poeta de la Guayana. Y Brière, haitiano:

A menudo como yo sientes flexiones
Despertarse después de los siglos homicidas
Y sangrar en tu carne las viejas heridas… (2)

Durante siglos de esclavitud bebió el negro la copa de amargura hasta las heces. La servidumbre es un hecho pasado que nuestros poetas, ni sus padres, no conocieron directamente. Pero es también una enorme pesadilla, de la que no saben, ni siquiera los más jóvenes de entre ellos, que han despertado cabalmente. De un extremo al otro de la tierra, los negros, separados por sus colonizadores, por la lengua, por la política y la historia, tienen en común una memoria colectiva. Ello no es realmente asombroso, si recordamos que los campesinos franceses, en 1789, aún padecían terrores pánicos cuyo origen se remontaba a la guerra de los Cien Años. De esta suerte, cuando el negro se vuelve hacia su experiencia fundamental, esta nos muestra, de pronto, sus dos dimensiones: es a la vez la captación intuitiva de la condición humana y la memoria, aún fresca, de un pasado histórico.
Pienso aquí en Pascal: él repitió incansablemente que el hombre es un compuesto irracional de metafísica e historia, inexplicable en su grandeza si sale del limo, en su miseria si es aún tal y como Dios le hizo, y que es necesario recurrir, para comprenderlo, al hecho irreductible de la caída. En el mismo sentido, Césaire llama a su raza la ‘raza caída’. Y, en cierto modo, yo veo perfectamente la asociación que puede intentarse entre una conciencia negra y una conciencia cristiana: la ley de hierro de la esclavitud recuerda la del Antiguo Testamento, que relata las consecuencias del Pecado. La abolición de la esclavitud recuerda este otro hecho histórico: la Redención. El paternalismo dulzón del hombre blanco después de 1848, el del Dios blanco después de la Pasión se asemejan.
Pero la falta inexpiable que el negro descubre en el fondo de su memoria no es la suya propia: es la del blanco. El primer hecho de la historia negra es, por cierto, un pecado original; pero el negro es su víctima inocente. De ahí que su concepción del sufrimiento se oponga radicalmente al dolorismo blanco. Si sus poemas son, en su mayor parte, tan violentamente anticristianos, es porque la religión de los blancos se descubre al negro, aún más claramente que al proletariado europeo, como una mistificación. Esa religión quiere hacerle compartir la responsabilidad de un crimen cuya víctima es él mismo: persuadirlo de que vea en los raptos, masacres, violaciones y torturas que han ensangrentado el África un castigo legítimo, sufrimientos que ha merecido. ¿Dirán ustedes que, a cambio de ello, proclama la igualdad de los hombres ante Dios? Ante Dios, sí. Ayer mismo leía yo, en Esprit, estas líneas de un corresponsal en Madagascar: ‘Estoy tan convencido como usted de que el alma malgache vale tanto como el alma del blanco. Exactamente como el alma de un niño, ante Dios, vale lo que el alma de su padre. Sólo que, señor director, usted no permite a sus hijos conducir el coche, si usted lo tiene.” No se puede conciliar más elegantemente cristianismo y colonialismo.
Contra los sofismas, el negro, con solo profundizar en su memoria de antiguo esclavo, afirma que el dolor es el patrimonio de los hombres y que, sin embargo, es inmerecido. Rechaza con horror el marasmo cristiano, la voluptuosidad morosa, la humildad masoquista y todas las invitaciones tendenciosas a la sumisión. Vive el hecho absurdo del sufrimiento en su pureza, en su injusticia y en su gratuidad, y descubre en él esta verdad desconocida. O enmascarada, por el cristianismo: el sufrimiento comporta en sí mismo su propio rechazo, es por esencia negativa de sufrir, la cara oscura de la negatividad, una ventana que da a la revuelta y a la libertad.
Y al punto el sufrimiento se historializa en la medida en que la intuición del sufrimiento le confiere un pasado colectivo y le asigna un objeto en el porvenir. Era hasta hace un momento una pura eclosión presente de instintos inmemoriales, pura manifestación de la fecundidad universal y eterna. Pero he aquí que interpela a sus hermanos de color en un lenguaje muy distinto:

Negro pregonero de revuelta
Conoces los caminos del mundo
Desde que fuiste vendido en Guinea… (3)

Y:

Cinco siglos os vieron las armas en la mano
Y habéis enseñado a las razas explotadoras
La pasión de la libertad. (4)

Hay ya una Gesta negra: primero la edad de oro de África, luego la era de la dispersión y de la cautividad, luego el despertar de la conciencia, el tiempo heroico y sombrío de las grandes revueltas, Toussaint Louverture y los héroes negros, después la abolición de la esclavitud (‘inolvidable metamorfosis’, dice Césaire), y por fin la lucha por la liberación definitiva:

Aguardáis la próxima llamada
La inevitable movilización
Porque vuestra guerra sólo ha tenido treguas
Porque no hay tierra que tu sangre no haya empapado
Lengua en que tu color no fuera insultado.
Sonreís, Black Boy,
Cantáis,
Danzáis,
Arrulláis las generaciones
Que ascienden a toda hora
En las fuentes del trabajo y de la pena
Que se lanzarán mañana al asalto de las bastillas
Hacia los baluartes del porvenir
Para escribir en todas las lenguas
En las páginas claras de todos los cielos
La declaración de tus derechos desconocidos
Desde hace más de cinco siglos… (5)

Extraño y decisivo viraje: la raza se ha mudado es historicidad. El Presente negro estalla y se temporaliza, la negritud se inserta con su Pasado y su Futuro en la Historia Universal. Ya no es un estado, ni siquiera una actitud existencial: es un Devenir. El aporte negro en la evolución de la Humanidad no es ya un sabor, un gusto, un ritmo, una autenticidad, un ramo de instintos primitivos: es una empresa fechada, una paciente construcción, un futuro.
En nombre de la particularidades étnicas, el negro, hace un instante, reivindicaba su lugar al sol; pero ahora funda su derecho a la vida en su misión, y esa misión, como la del proletariado, procede de su situación histórica: puesto que ha sufrido la explotación capitalista, y más que todos los demás, adquirió más que todos los otros el sentido de la revuelta y el amor a la libertad. Y como es el más oprimido, lo que persigue necesariamente es la liberación:

Negro mensajero de esperanza
Sabes todos los cantos del mundo
Desde los de las construcciones inmemoriales. (6)

¿Podremos aún, después de todo esto, creer en la homogeneidad interior de la negritud? ¿Y cómo decir lo que es la negritud? Tan pronto es una inocencia perdida que sólo existió en una lejano pasado, tan pronto una esperanza que sólo se realizará en la Ciudad futura. Ora se contrae en un instante de fusión panteísta con la naturaleza, ora se extiende hasta coincidir con toda la Historia de la Humanidad. Ya es una actitud existencial, ya el conjunto objetivo de las tradiciones negro-africanas. ¿Se la descubre, acaso? ¿O, por el contrario, se la crea? Después de todo, hay negros que ‘colaboran’: después de todo, Senghor, en las noticias que preceden en su antología a las obras de cada poeta, parece distinguir grados de negritud. El que se convierte en el nuncio de la negritud ante sus hermanos de color, ¿los invita a hacerse cada vez más negros, o bien, por una especie de psicoanálisis poético les revela lo que son? ¿Es la negritud necesidad o libertad? Para el negro auténtico, ¿sus actitudes derivan de su esencia, como las consecuencias de un principio, o bien se es negro como el adepto de una religión es creyente, es decir, en el temor y temblor, en la angustia, en el remordimiento perpetuo de no ser nunca bastante lo que querría ser? ¿Es un elemento de hecho o un valor? ¿El objeto de una intuición empírica o de un concepto moral? ¿Es una conquista de la reflexión? ¿O bien la reflexión la envenena? ¿Si nunca fuera auténtica sino en lo irreflexivo y en lo inmediato? ¿Es una explicación sistemática del hombre negro, o un arquetipo platónico, al que podemos acercarnos indefinidamente sin alcanzarlo nunca? ¿Es, para el negro, como para nuestro sentido común de ingenieros, la cosa más compartida del mundo? ¿O desciende en unos pocos como una gracia, y elige a sus Elegidos?
Sin duda se responderá que es todo ello a la vez, y muchas otras cosas aún. Y yo estaré de acuerdo: como todas las nociones antropológicas, la negritud es un cosquilleo de ser o de deber-ser: la haces tal y te hace tal: juramento y pasión a la vez.
Pero hay algo más grave: el negro, ya lo hemos dicho, se crea un racismo antirracista. No desea absolutamente dominar el mundo, quiere la abolición de los privilegios, procedan de donde procedan. Afirma la solidaridad con los oprimidos de todos los colores. Y así la noción subjetiva, existencial, étnica, de negritud, se transfiere, como dice Hegel, a la de proletariado, objetiva, positiva, exacta.
‘Para Césaire, dice Senghor, el blano simboliza el capital como el negro el trabajo… A través de los hombres de piel negra de su raza, lo que el canta es la lucha del proletariado mundial’. Es fácil decirlo, menos fácil pensarlo. Y, por cierto, no es casual que los cantores más ardientes de la negritud sean al mismo tiempo militantes marxistas. Pero la verdad es que la noción de raza no coincide con la de clase: aquella es concreta, particular; ésta, universal y abstracta. La una corresponde a lo que Jaspers llama comprensión, y la otra a la intelección. La primera es producto de un sincretismo psicobiológico, y la otra una construcción metódica a partir de la experiencia.
De hecho, la negritud parece ser el tiempo débil de una progresión dialéctica: la afirmación teórica y práctica de la supremacía del blanco es tesis, la posición de la negritud como valor antitético es el movimiento de la negatividad; pero ese momento negativo no tiene suficiencia por sí mismo, y los negros que se sirven de él lo saben muy bien. Saben que tiende a preparar la síntesis o realización de lo humano en una sociedad sin razas. La negritud, es pasaje y no llegada, medio y no fin último(*).
En el momento en que los Orfeos negros abrazan más estrechamente a esta Eurídice, sienten que se desvanece entre sus brazos. Es un poema de Jacques Roumain, comunista negro, el que ofrece el testimonio más conmovedor de esta ambigüedad:

África he conservado tu memoria África
Estás en mí
Como la astilla en la herida
Como un fetiche tutelar en medio de la aldea
Haz de mí la piedra de tu honda
De mi boca los labios de tu llaga
De mis rodillas las columnas truncas de tu abatimiento
Sin embargo
No quiero ser sino de vuestra raza
Obreros campesinos de todos los países. (7)

¡Con qué tristeza retiene aún por un momento lo que ha decidido abandonar! ¡con qué orgullo de hombre desnudará para los otros hombres su orgullo de negro! El que dice a la vez que elÁfrica está en él como la astilla en la herida, que quiere ser de la raza universal de los oprimidos, ése no escapó aún de la esencia desventurada. Un paso más, y la negritud desaparecerá completamente: lo que era el hervidero ancestral y misterioso de la sangre negra, el propio negro hace de ello un accidente geográfico, el producto inconsistente del determinismo universal:

Es todo ello clima extensión espacio
Lo que crea el clan la tribu la nación
La piel la raza de los dioses
Nuestra disparidad inexorable. (8)

Pero el poeta no tiene absolutamente el valor de tomar a su cargo esa racionalización del concepto racial: vemos que se limita a interrogar; bajo su voluntad de unión asoma un margo pesar. Extraño camino: humillados, ofendidos, los negros hurgan en lo más profundo de sí mismos para reencontrar su más secreto orgullo. Y cuando por fin lo encuentran, se impugna a sí mismo: por una generosidad suprema, abandona como Filoctetes abandonada a Neoptolemo su arco y sus flechas. De esta suerte, el rebelde de Césaire descubre en el fondo de su ser el secreto de su revuelta: es de raza real.

‘… es verdad que hay algo en ti que nunca ha podido someterse, una cólera, un deseo, una tristeza, una impaciencia, un desprecio, en suma, una violencia… y mira, tus venas acarrean oro, no barro; orgullo, no servidumbre. Rey has sido Rey antaño’. (9)

Pero rechaza en el acto esta tentación:

‘Una ley es que yo cubra con una cadena sin ruptura hasta el confluente de fuego que me volatiliza que me depura y me incendia de mi prisma de oro amalgamado… Moriré. Pero uno. Intacto. (10)

Es, acaso, esta desnudez última del hombre lo que le arrancó los oropeles blancos que disimulaban su coraza negra, y que ahora deshace y rechaza esa misma coraza. Es esa desnudez, acaso, lo que mejor simboliza la negritud. Porque la negritud no es un estado: es pura superación de sí misma, es amor. Es en el momento en que renuncia cuando se encuentra. En el momento en que acepta perder ha ganado. Al hombre de color, y a él sólo, se le puede pedir que renuncie al orgullo de su color. Es el que marcha sobre una cresta entre el particularismo pasado que acaba de dejar atrás y el universalismo futuro que será el crepúsculo de su negritud. El que vive hasta el fin el particularismo para encontrar en él la aurora de lo universal.
Sin duda, el trabajador blanco toma también conciencia de su clase para negarla, porque quiere el advenimiento de su clase; pero, insistamos, la definición de clase es objetiva. Resume, tan solo, las condiciones de su alienación. En cambio, el negro encuentra la raza en el fondo de su corazón, y de su corazón debe arrancarla. La negritud es dialéctica, pues; no es solo, aunque sí sobre todo, eclosión del instinto atávico; representa la superación de una determinada situación por parte de conciencias libres.
Mito doloroso y pleno de esperanzas, la negritud, nacida del Mal y grávida de un Bien futuro, es viva como una mujer que nace para morir y que siente su propia muerte hasta en los ricos instantes de su vida. Es un reposo inestable, una fijedad explosiva, un orgullo que se renuncia, un absoluto que se quiere transitorio. Porque, al mismo tiempo que anuncia su nacimiento y su agonía, sigue siendo la actitud existencial escogida por los hombres libres y vivida absolutamente, hasta las heces.
Porque es una tensión entre un Pasado nostálgico en que el negro no entra ya, y un futuro en el que cederá su sitio a nuevos valores, la negritud se engalana con una belleza trágica que no encuentra expresión sino en la poesía. Porque es la unidad viva y dialéctica de tantos contrarios, porque es complejo rebelde al análisis, sólo puede manifestarla la unidad múltiple de un canto, sólo la Belleza fulgurante del Poeta, que un Breton llama ‘explosante-fixe’. Como toda tentativa de conceptualizar sus distintos aspectos conduciría necesariamente a mostrar su relatividad, siendo que es vivida en lo absoluto por conciencias reales, y como el poema es un absoluto, sólo la poesía permitirá fijar el aspecto incondicional de esa actitud.
Porque es una subjetividad que se infiere en lo objetivo, la negritud debe cobrar cuerpo en un poema, es decir, en una subjetividad-objeto. Porque es un Arquetipo y un valor, hallará símbolo más transparente en los valores estéticos. Porque es un llamado y un don, no pude hacerse escuchar, y ofrecerse, sino por medio de la obra de arte, que es llamado a la libertad del espectador y es generosidad absoluta.
La negritud es el contenido del poema, es el poema como cosa del mundo, misteriosa y abierta, indescifrable y sugestiva: es el poeta mismo. Conviene ir aún más lejos: la negritud, triunfo del narcisismo y suicidio de Narciso, tensión del alma más allá de la cultura, de laas palabras y de todos los hechos psíquicos, noche luminosa del no-saber, opción deliberada de lo imposible, y de lo que Georges Bataille llama el ‘suplicio’. Aceptación intuitiva del mundo y rechazo del mundo en nombre de la ‘ley del corazón’, doble postulación contradictoria, retracción reivindicadora, expansión de su generosidad y, en su esencia, Poesía. Por una vez al menos, el más auténtico proyecto revolucionario y la poesía más pura emanan de la misma fuente.
Y si el sacrificio, un día, se consuma, ¿qué ocurrirá? ¿Qué ocurrirá si el negro, despojándose de su negritud en provecho de la Revolución, ya no quisiera considerarse sino como un proletario? ¿Qué ocurrirá si no se deja ya definir sino por su condición objetiva? ¿Si se obliga para luchar contra el capitalismo blanco, a asimilar las técnicas blancas? ¿La fuente de la poesía se agotará? ¿O bien el gran río negro coloreará, a pesar de todo, el mar en que se lance? No interesa: a cada época su poesía. en cada época las circunstancias de la historia eligen una nación, una raza, una clase, para retomar la antorcha, creando situaciones que no pueden expresarse, o trascenderse, sino por la Poesía(**). Y ora el impulso poético coincide con el impulso revolucionario, ora divergen. Saludemos hoy la posibilidad histórica que permitirá a los negros, como dice Césaire,"lanzar con tal rigidez el gran río negro que los cimientos del mundo serán quebrantados


____________

Notas:
(1)Mes aujourd’hui ont chacun mon jadis
De gros yeux qui roulent de rancoeur de
Honte
Va encoré mon hébétude de jadis
De
Coups de corde noueux de corps calcinés
De l’orteil au dos calciné
De chair norte de tisons de fer rouge de bras
Brisés sous le fouet qui se déchaine…
Leon Damas

(2)Souvent comme moi tu sens des courbatures
Se réveiller après les siècles meurtrieres
Et saigner dans ta chair les anciennes blessures…
Brière

(3) Nègre colporteur de révolte
Tu connais les chemins du monde
Depuis que tu fus vendu en Guinée…
Roumain

(4)Cinq siècles vous ont vu les armes a la main
Et vous avec appris aux races exploitantes
Depuis plus de cinq sièces…
Brières

(5)Vous attendez le prochain appel
L’inévitable mobilization
Car votre guerre a vous n’a connu que des trèves
Car il n’est pas de terre ou n’ait coulé ton sang
De langue out a couleur n’ait été insultée
Vous souriez, Black Boy,
Vous chantez,
Vous dansez,
Vous bercez les generations
Qui montent à toutes les heures
Sur les front du travail et de la peine
Qui monteront demain á l’assaut des bastilles
Vers les bastions de l’avenir
Pour écrire dans toutes les langues
Aux pages claires de tous ciels
La déclaration de tes droits méconnus
Depuis plus de cinq siècles…
Brière

(6)Noir messager d’espoir
Tu connais tous les chants du monde
Depuis ceux des chantiers immémoriaux du Nil.
Jacques Roumain

(7)Afrique j’ai ardè ta mémoire Afrique,
Tu es en moi
Comme l’écharde dans la blessure
Comme un fetiche tutelaire au centre du villaje
Fais de moi la Pierre de ta fronde
De ma bouche les levres de ta plaie
De mes genous les colonnes brisées de ton abaisissement
Pourtant
Je ne veux être que de votre race
Ouvriers paysans de tous les pays.
Jacques Roumain

(8)Est-ce tout cela climat étendu espace
Que cree le clan la tribu la nation
La peau la race des dieux
Notre disemblance inexorable.
Jacques Roumain

(9)… c’est vrai qu’il ya quelque chose en toi qui n’a jamais pu se soumettre, une colère, un dèsir, une tristesse, une impatience, un mépris enfin, une violence…, et voilá tes veines charrient de l’or non de la boue, de l’orgeuil non de la servitude. Roi tu as été Roi jadis.
Aimé Césaire

(10)Une loi est que je couvre d’une chaine sans cassure jusqu’au confluent de feu qui me volatilize qui m’épure et m’incendie de mon prisme d’or amalgam… Je périrai. Mais un. Intact.
Aimé Césaire

(11)pouser d’un telle raideur le grand cri négre que les assises du monde en seront ébranlées
Césaire

(*) Párrafo citado por C. Wauthier en su obra ‘El África de los africanos’. Página 328, líneas 14 a 25.

(**)Párrafo citado por C. Wauthier en su obra ‘El África de los africanos’. Página 328, líneas 27 a 44.


FIN DEL PRÓLOGO 'ORFEO NEGRO'



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