(viene de la primera parte: a)
...
El pilluelo se aleja, el pilluello se pierde en dirección a la barbería y, tras torcer a la
derecha, echa a correr escondiéndose en unos soportales. Espera, Acecha. Husmea. Al poco pasa el malogrado ladrón, el amago de ratero, desorientado, mirando a todas partes y maldiciendo por lo bajo. Busca al niño. Busca el medallón. Y no lo encuentra. Desespera. Mas poco tiempo después se da cuenta que el chicuelo anda en la acera de enfrente unos metros mas atrás que él. Entonces va hacia él niño. Este se para. Se apresta. Le brillan los ojos. Chispea la mirada. Bailan los ojos. Saca una navaja.
El pilluelo se aleja, el pilluello se pierde en dirección a la barbería y, tras torcer a la
Y así continuaron un rato, en ese vaiven de ofertas y nones. Hasta que el hombre saca la cartera y le ofrece 10.000 euros. El Gavroche ibérico, abiertos los ojos como plantos, los lengua relamiendo los labios, sin pensarlo dos veces, los mira, los coge, los cuenta, los mete en el bolso, le da la gorra y se marcha corriendo, veloz como un conejo, perdiéndose entre soportales y callejuelas.
Se toma el vino. Mira a los parroquianos para informarles del sabor excelente del vino casero de Dimas, pero nadie se fija en él. Se toma otro.
Desde su taburete del mostrador vuelve a mirar a los clientes. Cada uno anda a lo suyo, indiferentes a los vinos que toma y a sus negocios triunfantes. Lo ignoran. Les tira el desprecio dándose la vuelta en el asiento para fijarse en el bueno y socarrón de Dimas que sigue el ajetreo de su oficio de tabernero. Piensa que las buenas jugadas en las que ha invertido dinero y gana no son para proclamarlas a los cuatro vientos sino para degustarlas en soledad. De la misma manera los buenos vinos se paladean en boca particular e intransferible. Como ese vino de la casa. Que es para creer en Dios.
Con el alma alegre paga y se va mas ligero y leve que una brizna. Se aparta del bar que ha sido testigo de sus victorias en la milicia del comercio. Así califica su modus vivendi. Silva una canción de moda camino de su tienda.
Canción que corta en seco. Algo ocurre a la puerta de su propiedad. Corre los pocos metrosque le quedan.
Entra en ella.
Y sacando la gorra del bolsillo la pone encima del mostrador indignado, furioso y mesándose los cabellos. Con la rabia del cazador cazado.
El medallón, chapa, insignia... o lo que sea, aparece con brillos dorados, si, con el resplandor del oro, aunque hay partes de esa ¿joya? que dejan ver colores grisáceos, plomizos. El roce con el bolsillo ha desteñido el esmalte dorado. Se sienta en una silla abatido.
Superfluo será anotar -piensa Ma Galio pero lo apunta- que, el niño, cuando echó a correr con los 10.000 euros en la mano, se dirijió hacia un coche profusamente tuneado, estrombótico, reluciente, con la capota ya subida, dentro del cual estaban dos hombres: uno era el chulapón con el que se fue a la barbería y el otro ¡qué casualidad! el que puso la zancadilla a don Gestas.
¡Ah! la bocina ya no emitía aquello de: ¡A los lados, gente ociosa!
Subido el pilluelo, el automóvil partió raudo en dirección desconocida.
Declara el Comandante del Puesto, para terminar, que tantas pistas dejaron los actores del desaguisado que no les resultó dificil a la Guardia Civil encontrar a esos timadores. No a todos. Desgraciadamente. El de la zancadilla se les escurrió como un pez. Parece ser que era el organizador.
Ma Galio no dice que este relato lo ha sacado a partir de una palabra. óptica. Y de experiencias de su carrera. Pero es un relato y no un caso.
O: oscuro
P: pantalón
T: Tenía
I: insignia
C: caliente
A: absurda
O: oscuro
P: pantalón
T: Tenía
I: insignia
C: caliente
A: absurda
Frase: Tenía el oscuro y cálido pantalón una insignia absurda.
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