Cuando se aceleraron los acontecimientos recordó que, al cuartelillo, se presentó una señora a denunciar la pérdida o robo de cien euros. Cosa que no parecía tener mayor importancia. O el no se la dio. La visita sucedió hace unos tres o cuatro años. Tiene ahí los expedientes pero, para el relato del caso en si, no es necesario tanta exactitud de fechas, no es imprenscindible tal grado de puntillismo, por lo que no se levanta del asiento.
Recuerda que la señora llegó llorando a su despacho.
Después de condolerse con la señora y decirle que haría lo que estuviera en sus manos para descubrir al ladrón lo olvidó. Y así en numerosas ocasiones espaciadas en el tiempo y sin, al parecer, tener ninguna regularidad. Pero pocos meses atrás, volvieron a darse, caso tras caso, robos de cien euros. No de noventa y nueve u ochenta, ni ciento uno o ciento diez. Y ya comenzó a inquietarse.
Y no se le olvida que descolgó el teléfono para llamar a Mos Tacho, el detective de la agencia Magnolia. Le comenta lo de los cien eurillos, preguntándole si no tendría por allí una becaria para que le pasara a ordenador los casos de robos que se han denunciado en el cuartel; a ver si así, vistos en una gráfica, hallaba alguna relación y de esa manera pudiera tirar del ovillo. Mos le dijo que, a la sazón, estaba de prácticas una estudiante universitaria. Sin duda le desmenuzaría los datos para que pudiera deglutirlos.
Al poco entra en el despacho del Comandante del Puesto una moza despampanante, rubia platino, labios rojos restallantes, ojos azul caribe, risa fresca y franca y un pronunciado pechamen, que Ma Galio casi lo sintió cálido y suave. El guardia civil la compara mentalmente con su hacendosa, católica, apostólica y romana esposaCarolina y en esos momentos deseó ser un pagano.
Le explica a la universitaria lo que quería y se marchó a dar una vuelta con el coche patrulla.
En los ratos que se para pone a cavilar su cerebro acerca de los cien euros. No tenía una mente muy matemática, la verdad, para que ocultarlo y se hunde muy a menudo entre las cifras. Aunque se da cuenta, eso si, que era una cantidad redonda. Y muy cuadriculada. Se podía formar un cuadrado perfecto... ¿Cuadrado perfecto? ¿Redondez cuadrada?... Pensó por un instante, no sabe por qué, en el cuadrado negro de Malevich, Kazimir Severínovich (11 de febrero de 1878 - 15 de mayo de 1935) Pero para redondear su cuadrado tendría que pedirle permiso al ruso, y ya murió, a fin de que accediera a que, por ejemplo, unos ratones, negros por supuesto, le comieran los vértices. Que les sustrajeran las esquinas. Ya que de sustracciones se trataba. Mas entonces, pensó Ma Galio, ya no sería un cuadrado perfecto sino roido. Es decir: una mierdecilla de figura geométrica. Ma Galio entendió que, siguiendo ese conducto, no le llevaba mas que a la nada. A lo mejor era donde quería que nuestro cuadrado convergiera. Pero no estaba para filosofías... Y menos negras.
Eso de transportarle a universos oscuros no le convenía... O si. Porque veamos, reflexionó nuestro sabueso particular e intransferible:
Por ahí anduvo metido su pensamiento irracional el Comandante del Puesto: por número simbólico de matemática macabra.
Si fuera el 7... -va atando cabos el jefe de los civiles locales- ... siete días de la semana: lunes, martes, miércoles, jueves, viernes, sábado, domingo; siete notas musicales: do, re, mi, fa, sol, la, si; siete colores del arco iris: rojo, naranja, amarillo, verde, azul, índigo o añil y violeta; siete pecados capitales: soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia y pereza; siete mares; siete, número mágico y místico; siete sacramentos: Bautismo, confirmacion, eucaristia, penitencia, uncion de los enfermos, matrimonio y orden sacerdotal; siete Maravillas del Mundo... Pero 100...
Su esposa Carolina, tan religiosa, le diría que huyera del 100 porque ya le demuestra el 7, bíblico, que tal cifra, al parecer redonda, en realidad tiene una cola o rabo (a la católica Carolina le gusta mas rabo) que repta como culebra sin poder llegar a la meta; es decir: el 100 es rastrero, diabólico y por ende pertenece al quiero y no puedo. Iluminando su rostro llama por su móvil a Mos Tacho y se lo explica.
Cuando regresa al cuartelillo, la rubia le espera, despampanante, labios rojos, ojos azul caribe, y pechos enhiestos, agrios, suaves, cálidos, cual limones del mar caribeño y le resume el informe:
La rubia se fue del despacho retorciéndose como culebra. Y Ma Galio se quedó solo, sin hembra despampanante y por consiguiente sin sus atributos golosos femeninos.
(seguirá)
Ilustraciones de arriba abajo: 1. Cuadrado negro de Malevich; 2. Composición pictórica de Malevich; 3. Bandeja; 4. Retrato de Malevich
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